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España is not Spain

¡Muera Velázquez! El Museo del Prado, como injerencia colonial en Cataluña

Los nacionalistas han rechazado hoscamente convertir el edificio del Banco de España en Barcelona en una sede de la principal pinacoteca, que cumple en Madrid 200 años

Interior del Museo del Prado, en Madrid. (EFE)

Los nacionalistas de Cataluña, es decir, la posconvergencia y ERC, rechazan hoscamente la propuesta de convertir el edificio del Banco de España de Barcelona en una sede del Museo del Prado, que cumple en Madrid 200 años. Consideran que la franquicia de una de las mejores pinacotecas de Europa en Barcelona olería a colonialismo, y exigen que el edificio pase a titularidad municipal para usos, entiendo, que ensalcen la catalanidad ensimismada sin injerencias coloniales como Velázquez, Goya y demás pintores del régimen de los Austrias y los Borbones. En sus frías tumbas, algunas glorias del arte como Rubens quizá se lamentan por no haber representado suficientes sardanas en sus lienzos.

En fin. Son estas pequeñas noticias, de apariencia burocrática y menor, las que dan la medida exacta de la pobreza de miras que supone la visión nacionalista de la cultura. Señalan sus dirigentes que sale más barato transferir cuadros del Prado a los museos que ya existen en Cataluña (ya se hace) que montar una sede costosa, pero cuando usan la palabra 'colonial' delatan que no es el dinero lo que les preocupa. Lo que no quieren es al Prado, porque el Prado pertenece a ese Madrid que el nacionalismo quiere que sea ignorado en Barcelona. De Madrid, el nacionalista catalán quiere que se sepa que hay ministros, comisarías y taxistas fachas. La riqueza cultural, ni en pintura. No vaya algún barcelonés a darse cuenta de que el cielo de Velázquez, que es el cielo de Madrid, es menos asfixiante que una carpa de banderas.

Sospecho que, si les preocupara el dinero despilfarrado en museos, no hubieran auspiciado con tanto entusiasmo el Engendro de la plaza del Born de Barcelona. El edificio del viejo mercado, que recibió financiación europea para convertirse en una biblioteca, es hoy lo contrario: un fantasmagórico multiusos dedicado a la versión mítica de 1714, una plataforma de propaganda. Entre sus actividades, está el organizar catas de vino, las exposiciones temporales y la exhibición fija, la joya, que sirve para que los escolares vayan de visita. Muy anticolonial sí es esta exposición del 1714: en una sala aparecen proyectados soldados borbónicos que fusilan al espectador (normalmente, alumnos sentados en el suelo) en una estimulante experiencia interactiva.

Pero bueno. Más allá de la anécdota del Prado, lo que me irrita es que en Cataluña se está normalizando llamar colonial a cualquier cosa que no huela a cuajada y lleve lazo en la solapa, y colono a quien diga cosas que molestan. Alguien podría sugerir a quienes no quieren que haya sede del Prado en Barcelona que una metrópolis no suele ponerte un museo, sino que esquilma los que tengas por ahí, pero para qué. En las mentes aldeanizantes todo es colonial cuando conviene, y deja de serlo según interese.

Sede del Banco de España en Barcelona. (EFE)

Lo más fascinante es cómo se cambia de criterio según sea la injerencia. Por ejemplo, nadie habla de una derrota del colonialismo cuando las compañías teatrales de fuera de Cataluña se encuentran con tantos problemas para conseguir teatro en Barcelona (este hecho ni se menciona, porque evoca el catetismo y la censura), ni tampoco se denuncia una explotación colonial cuando la fábrica de Seat se pone a funcionar. El colonialismo es selectivo y cuántico, como la república.

Pero esta acusación no solo triunfa en Cataluña. Parece que, en la aldea global que pronosticaban los ciberoptimistas, el resultado era que nos volvíamos todos aldeanos. Por eso las identidades dan hoy tirones a la cultura como perros peleando por una manta. Por todas partes te encuentras con mentes que se calzan la boina hasta los ojos y conciben que un museo nuevo empobrece, como un imperio, la tierra en la que se instala. Hace falta tener una noción muy racial de la cultura para considerar que la pureza es virtud y que la mezcla degenera.

Nos queda el consuelo de que son ridículos sin darse cuenta. Para el purista, no hay cota humana más alta que su baile regional. Así que siempre nos podemos reír.

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