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Gabo, socialismo con ojo a la virulé
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Peio H. Riaño

Animales de compañía

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Peio H. Riaño

Gabo, socialismo con ojo a la virulé

Lo que el hombre quiere ser y lo que la historia y la naturaleza le obligan a ser. Ahí está la tensión irreconciliable con la que

Foto: Fidel Castro y Gabriel Garcia Marquez, el 12 de marzo de 2007. (Reuters)
Fidel Castro y Gabriel Garcia Marquez, el 12 de marzo de 2007. (Reuters)

Lo que el hombre quiere ser y lo que la historia y la naturaleza le obligan a ser. Ahí está la tensión irreconciliable con la que palpita la literatura y los enemigos de la utopía por compartir la tierra en la que uno ha crecido, a la que uno llega. Ese era el deseo de Gabriel García Márquez. Un deseo político y narrativo, indisolubles: “Creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”, escribe en La mala hora (1962).

Es curioso que este libro, de poderosa lucha intelectual, fuese retocado en su primera edición por un corrector de pruebas “que se permitió cambiar ciertos términos y almidonar el estilo”. “El autor se ha permitido restituir las incorrecciones idiomáticas y las barbaridades estéticas, en nombre de su soberana y arbitraria voluntad. Esta es, pues, la primera edición de La mala hora”, aclaró en la segunda edición.

Un ojo morado es algo así como un tachón sobre unas pruebas, que trata de rectificar lo que está al margen de lo autorizado. Un golpe de soberbia o la derrota de la tolerancia.

Un corrector que altera el original es lo más parecido a un gancho de derechas. Un ojo morado es algo así como un tachón sobre unas pruebas, que trata de rectificar a la fuerza lo que está al margen de lo autorizado: la rectificación a un escritor insolente con el lenguaje y con las ideas. Un golpe de soberbia o la derrota de la tolerancia. Gabo escribía con el deseo de invertir el curso de la Historia, mientras otros trataban de reconducirla o de imponerle su versión de los acontecimientos a la fuerza.

El souvenir y el truco

No hay explicación al puñetazo, porque no la tiene. Unos cuentan que fue la firma de una ruptura ideológica esperada, otros que un ajuste de Mario con Gabriel por haber tomado partido el colombiano en los problemas matrimoniales del peruano. El moratón desapareció como ahora desaparece la lucha por las ideas sobre la que gira su obra. La utopía de compartir la tierra ha sido convertido en un souvenir turístico intrascendente frente al truco garcíamarquiano por excelencia, la combinación de realidad y sueño.

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Aquel puñetazo era el inicio de dos vías irreconciliables, la del socialismo y el neoliberalismo (en tiempos en los que podían intuirse las fronteras entre uno y otro). El puñetazo de la corrección literaria ocultaba, bajo el morado del “exotismo latinoamericano y el pensamiento mágico", el análisis crudo de la corrupción y del poder de la Historia y de las ideologías, del sometimiento y las injusticias. “Sí, he hecho una pausa literaria para dedicarme al periodismo político. Creo que es la culminación natural de un proceso de cuarenta años; no se puede estar tanto tiempo explorando la realidad de un país, tratando de interpretarlo y de entenderlo, ni se puede padecer tanta nostalgia sin alcanzar un grado de compromiso como éste”, declara a mediados de los setenta.

Abandona progresivamente la presentación de las consecuencias para buscar las causas a la situación colombiana, y en ese viaje el exotismo de la visión mágica pierde gas

Los reportajes novelados son el rastro principal de la voz de la conciencia del autor, desde la dictadura chilena, la asfixia de los EEUU sobre Latinoamérica, hasta el narcoterrorismo. De hecho, el autor de Cien años de soledad abandona progresivamente la presentación de las consecuencias para buscar las causas a la situación colombiana, y en ese viaje el exotismo de la visión mágica pierde gas.

Puños fuera

En lo único en que coincidieron G.G.M. y M.V.LL. es en que estimaron con voluntad forzosa el contexto en el relato social. Todo lo demás, desde 1976, fueron puñetazos. En 2003, el peruano le acusó de ser un cortesano fiel al régimen de Fidel Castro y de acomodarse frente a los abusos contra los derechos humanos en Cuba. “No sé qué otra cosa hace yendo a Cuba a lucirse con Fidel Castro, quizás para mostrar que el régimen tiene un escritor importante al que puede mostrar”, dijo en la radio La W FM de Caracol.

“Se ha acomodado hasta ahora muy bien con todos los abusos y los atropellos a los derechos humanos que ha cometido la dictadura cubana, diciendo que, en secreto, él consigue la liberación de algunos presos políticos”, añadió el también Premio Nobel de Literatura.

La primera vez que Gabo estuvo en Cuba fue como periodista y la solidaridad ante el bloqueo norteamericano parece que despertó algo parecido a un instinto fraternal. En El otoño del patriarca (1975) levantó el arquetipo del dictador, general y presidente, que solivianta a toda la intelectualidad europea por no poner ninguna objeción a Castro.

El desengaño comunista

Sin embargo, fue uno de los primeros en avanzar y mostrar la crisis de la ortodoxia soviética, a través de su labor periodística y documentalista, con el relato vívido del viaje. Los reportajes del joven periodista a mediados de los cincuenta (publicados en los setenta) por los países comunistas desvelan el desengaño comunista y una imagen desmitificadora del Telón de Acero, o como se tradujo en su momento Cortina de Hierro: “La cortina de hierro no es una cortina ni es de hierro. Es una barrera de palo pintada de rojo y blanco como los anuncios de las peluquerías. Después de haber permanecido tres meses dentro de ella me doy cuenta de que era una falta de sentido común esperar que la cortina de hierro fuera realmente una cortina de hierro. Pero doce años de propaganda tenaz tienen más fuerza de convicción que todo un sistema filosófico. Veinticuatro horas diarias de literatura periodística termina por derrotar el sentido común hasta el extremo de que uno tome las metáforas al pie de la letra”.

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El discurso de García Márquez ha progresado tal cual lo hizo el pensamiento marxista en occidente: termina por aplicar su pensamiento crítico al sistema soviético y no exclusivamente al capitalismo que explota Latinoamérica. “El férreo aislamiento en que Stalin tuvo a la nación, es la causa más frecuente de que los soviéticos, sin saberlo, hagan e ridículo frente a los occidentales”. No es el realismo mágico la opción de nuestro autor. Sus violentas vivencias, la violencia con la que su nación convive desde hace siglos, es decir, los hechos políticos que conmocionaron su país son las causas que hacen florecer en los textos de García Márquez el humanismo imparcial y feroz.  

Subdesarrollo y ojos morados

'Cien años de soledad' es la muestra de la importancia del subdesarrollo y la ignorancia para el triunfo del aparato autoritario.

Vayamos a Cien años de soledad: es una alegoría de un proceso colonizador; un intento de interpretación del mundo, al margen del mundo. En los cien años de relatos, el autor interpreta el mundo y su gente como él los ve y los siente. En ese sentido, la novela se puede leer como un tratado moral. Macondo vive infortunios a puñados hasta llegar a su decadencia, y se convierte poco a poco en el reflejo de las formas de dominio autoritarias y de sus huellas mortales y desoladoras.

Es innegable el valor liberador de la novela, en la que el autor refuerza los relatos igualitarios y emancipatorios. Sí, Cien años de soledad es la muestra de la importancia del subdesarrollo y la ignorancia para el triunfo del aparato autoritario. En todas sus expresiones, desde la corrupción, el pillaje, al servilismo.

En palabras de Claudio Guillén: “El arte no es la mera representación de la sociedad. No se somete a ella. Se crea a diferencia de ella o en contra de ella. El novelista no escribe al dictado de ninguna época, ningún estilo colectivo […] Cien años libra una batalla descomunal contra las convenciones de nuestro tiempo y de nuestra sociedad, liberándonos a todos”. Y dejándonos un ojo morado. O los dos.  

Lo que el hombre quiere ser y lo que la historia y la naturaleza le obligan a ser. Ahí está la tensión irreconciliable con la que palpita la literatura y los enemigos de la utopía por compartir la tierra en la que uno ha crecido, a la que uno llega. Ese era el deseo de Gabriel García Márquez. Un deseo político y narrativo, indisolubles: “Creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”, escribe en La mala hora (1962).