Animales de compañía
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Borja Thyssen, el futuro cultural de España
Lo más curioso del pelotazo “made in Tita” es que la llegada a los patronatos de su Borja desvela una práctica habitual en todos los museos: menospreciarlos por los políticos y sus gestores
La cultura en manos de la política produce unos monstruos feísimos. Después de cuatro décadas al servicio de los intereses partidistas y particulares -en las que el interés público ha perdido interés y ganado en propaganda- las políticas culturales españolas emergen deformes y pringosas como los protagonistas del Museo de Cera: cualquier parecido con lo que debían ser es pura coincidencia.
En la galería de los horrores, los extraordinarios privilegios que la sociedad española ha concedido a los familiares herederos de la fortuna Thyssen-Bornemisza parecen no tener límites. Desde la adquisición por el Estado español de la colección del barón Hans Heinrich, expuesta en el Museo Thyssen de manera permanente, Carmen Cervera disfruta de la vicepresidencia de la Fundación que gestiona la pinacoteca con fondos públicos. Sin código de buenas prácticas, sin concurso internacional también fueron elegidos los directores artísticos. El Presidente es el ministro de Cultura, en cargo honorífico.
Tita estaba en casa. El Palacio de Villahermosa se convirtió en el primer museo con suelos de mármol y estuco tostado en las paredes: el éxito no cambió a la mujer del barón, que se mantuvo fiel a su sutil sensibilidad decorativa. Han pasado 23 años desde la inauguración del museo y la herencia recibida se proyecta sobre el futuro cultural de una de las instituciones públicas más importantes del país. Borja Thyssen apenas tenía 12 años cuando el gran negocio familiar echaba a andar. Ayer cumplió 5 millones de dólares, perdón, 35 años. El barón dejó por escrito el regalo, así como una pensión anual de 300.000 euros.
Al tiempo que las aspiraciones de Borja crecen, se recorta la autonomía de las instituciones públicas que llevan su apellido
Antes de recibir el cheque ha tenido que reconducir el amor familiar con su madre, que a lo largo de estos años colocó en Málaga otra operación similar a la de Madrid. En la capital forzó, además, ampliar el museo para meter su colección costumbrista. Ahora amenaza con llevársela, de calidad muy inferior. En Barcelona, de momento, no ha logrado implantar la franquicia. En estos 23 años el negocio ha crecido y las peleas familiares también. El espectáculo de “me llevo los Goyas”, “no, que te los escondo”, es uno de los capítulos más vergonzosos en Casa Tita, mantenida con impuestos.
Borja se acerca a su madre y cuanto más cerca, más futuro. Borja ya aparece en las fotos de las inauguraciones del Museo Thyssen, con permiso de Zurbarán, de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, del secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle. El plan de la mamma ha echado a rodar. Borja ya es patrono, sí, Borja ya forma parte (desde hace unas semanas) del máximo organismo del museo de su madre en Málaga. No se le conoce formación artística, aunque le vemos todos los años en ARCO junto con su mujer Blanca Cuesta, pintora expresionista abstracta. Al tiempo que las aspiraciones de Borja crecen, se recorta la autonomía de las instituciones públicas que llevan su apellido.
Borja sube a los cielos
Diario Sur avisaba del paso decisivo en la carrera cultural de nuestro protagonista: en los catálogos de las exposiciones -pero no en la página web del museo- Borja aparecía en la relación de patronos de la Fundación Palacio de Villalón, el órgano de gobierno del Museo Carmen Thyssen Málaga Pero también ingresará en la comisión delegada, órgano ejecutivo del museo, inaugurado en marzo de 2011.
Lo más curioso del pelotazo “made in Tita” es que la llegada a los patronatos de su Borja desvela una práctica habitual en todos los museos: convertir al órgano de gobierno en una figura decorativa. ¿Qué diferencia hay entre Carmen y Borja? Exacto, ninguna. ¿Y entre Ana Patricia Botín, Isidro Fainé, Pablo Isla y Borja? Exacto, Borja visita museos. Al menos en las inauguraciones.
En la España arrepentida, empeñada en la regeneración, se consolida una línea sucesora consanguínea dentro de una institución con una colección de referencia nacional e internacional. El designio divino y de parentesco se dieron por muertos en el Antiguo Régimen, hace tres siglos. La suerte de los españoles del siglo XXI no se echa en la cuna. Por eso llama tanto la atención el descaro con el que se exhiben públicamente los privilegios de Los Thyssen.
Borja heredaría el cargo hecho a la carta para su madre -con cambio de estatutos- y, en el peor de los casos, podría sucederla en el puesto de patrono del museo público, que vive sus horas más bajas por la pérdida de rigor en su programación artística.
La cultura en manos de la política produce unos monstruos feísimos. Después de cuatro décadas al servicio de los intereses partidistas y particulares -en las que el interés público ha perdido interés y ganado en propaganda- las políticas culturales españolas emergen deformes y pringosas como los protagonistas del Museo de Cera: cualquier parecido con lo que debían ser es pura coincidencia.