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José Bono, cien por cien rojigualda
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Peio H. Riaño

Animales de compañía

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Peio H. Riaño

José Bono, cien por cien rojigualda

¿Es el arte una mentira que permite reconocer la verdad o una mentira que esconde la verdad?

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El presidente del Congreso entra en el estudio del pintor hiperrealista para que se deshaga de las capas de actualidad con las que se viste a corte. El conjuro del artista debe limpiar al personaje de citas, de dejes, de titulares, de “ajcos”, de “mojcas”, debe alterar las siglas que le han acompañado toda su vida y hacer de ellas una pose. Por el gran ventanal que da a la sierra madrileña la luz de invierno baña los primeros días del año 2012. El político curiosea y se entretiene con los trastos del artista que le va a mantener vivo por los siglos de los siglos en nombre de “Ejpaña”.

El político revisa las tablas apoyadas contra la pared. Le llama la atención la poderosa técnica de la persona en quien ha confiado para inmortalizarle y piensa, mientras trata de descubrir si es una foto o un acrílico, que un pintor es un creador de tiempo como lo es un escritor de ficción que cuenta historias. Crear tiempo para matarlo, piensa. Su figura debe superar el tiempo, resistir a otros tantos presidentes, mirar desde arriba a los visitantes que pasen por el angosto pasillo del edificio de la Carrera de San Jerónimo de Madrid. Todos ellos sin salirse de las mismas medidas: 130x100 cm.

José Bono tiene muy claro con qué tipo de retrato quiere pasar a la posteridad. Algo que le haga destacar en importancia y en compromiso. La bandera, el símbolo

De la galería de los presidentes el que más le gusta [ver] es el que el mismo pintor hizo de uno de sus antecesores, Felix Pons. Aparece sentado en un butacón blanco. Con los colores que no tienen tiempo: blanco, negro y sepia. Contrasta con el retrato que Gregorio Peces-Barba encargó a Rafael Canogar, y que resolvió con mucho atrevimiento. Demasiado incluso para un progresista. Cuentan que el catedrático de filosofía del Derecho también se enamoró de las artes del pintor hiperrealista cuando vio el de Pons y llegó a insinuar con cambiar el de Canogar por uno nuevo suyo.

El político se sorprende tocando uno de los aerógrafos que emplea el pintor para confundir realidad con ficción. Un instrumento de precisión con los que engañará a la verdad. Qué fácil sería corregir los problemas con un chisme de estos, zis-zas, y lo que no conviene se altera a favor. ¿Es el arte una mentira que permite reconocer la verdad o es una mentira que permite esconder la verdad?

placeholder José Bono por Bernardo Torrens, visto íntegramente por primera vez aquí.
José Bono por Bernardo Torrens, visto íntegramente por primera vez aquí.

El pintor ha preparado el estudio para fotografiar al político. Buscan juntos el gesto, el movimiento, la naturalidad y todos esos artificios de la pintura. Después de descartar varias decenas de imágenes han quedado cuatro para elegir. Decide el político. Tampoco ha dejado opción a otros aspectos de la representación como sus gemelos. Son escarapelas rojigualdas como las que se utilizan en la decoración de guerra de la flota del Ejército del Aire español. El pintor entiende la petición como una orden del exministro de Defensa.

José Bono tiene muy claro con qué tipo de retrato quiere pasar a la posteridad. Algo que le diferencie de los demás, que le haga destacar en importancia y en compromiso. La bandera, el símbolo. Ahí está, cree que es la referencia que ninguno de los otros ocho presidentes bajo el reinado de Juan Carlos I ha sabido ver. Ni una sola señal. Casi. Ahí está la bandera lejana que se agita sobre el Congreso, en el fondo del recargado y espantoso retrato pintado por Cristóbal Toral a Federico Trillo.

El pintor de Bono tiene el reto de romper con los otros retratos oficiales con los que el político ya ha regado otras dos instituciones con su presencia al óleo. El primero, como expresidente de la Junta de Castilla-La Mancha y, el otro, el que el retratista Hernán Cortés le hizo como exministro de Defensa. El Bono exministro aparece sentado, a plomo sobre los reposabrazos, le cuelga la corbata, parece cansado y su prominente frente despejada tampoco ayuda a mostrarle en su mejor posición.

Rejuvenecer sin Photoshop

Seis años más tarde el político consigue una nueva referencia a su persona. El Bono expresidente está rejuvenecido, su frente se ha poblado y eso ayuda a la nueva chispa que brilla en sus ojos. Las dos únicas referencias de color que el pintor ha utilizado en el cuadro en blanco y negro son el gemelo que se descubre de su manga y los ojos. Lucen verdes. La obsesión por la sencillez, por la frontalidad ladeada y los fondos imprecisos y vacíos multiplican el protagonismo del protagonista.

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En el mismo año en el que Bernardo Torrens entrega el encargo al propietario, el Museo del Prado compra el retrato de José Nicolás de Azara, político, diplomático y mecenas del siglo XVIII. También sobre un fondo neutro e inquietante como el de Bono. Pero Azara pide a Antonio Rafael Mengs que le pinte como si hubiera sido sorprendido en medio de la lectura. Entonces, él interrumpe su libro, se levanta y marca la página en la que ha quedado con un dedo. Un libro. Un político leyendo es leyenda. De hace tres siglos.

Después de pasar tres años en poder del político ha llegado al pasillo en el que será colgado

Aquel embajador en Roma defendía el poder monárquico reformador. Contaba con una biblioteca de literatura griega y latina con cerca de 20.000 títulos, una colección de pintura con obras de Murillo, Velázquez, Ribera, Sánchez Coello, Goya, Mengs… así como una colección de retratos griegos, que regaló a Napoleón Bonaparte. Quizá dentro de tres siglos Bono pase del Congreso al Prado y entonces el arte se apuntará otra victoria sobre la Historia.

La mesa del Congreso aprobó los 82.600 euros del precio del retrato que Bono decidió invertir en sí mismo. Después de pasar tres años en poder del político ha llegado al pasillo en el que será colgado. En silencio, a escondidas, sin invitados, sin prensa, un acto íntimo entre Jesús Posada, él y los operarios que lo han ajustado a la pared. Pasar a la historia por la puerta de atrás, mientras todos dormían o hacían las maletas para salir corriendo a la playa. Una situación ridícula que sólo podría tragarse con alguna de esas bromas para rebajar la nocturnidad, del tipo: “Vaya escándalo se montó, ni que me hubiera ido a vivir a París con mi mujer en un apartamenteo de 500 metros, a costa de los impuestos y con permiso del Presidente”.

El presidente del Congreso entra en el estudio del pintor hiperrealista para que se deshaga de las capas de actualidad con las que se viste a corte. El conjuro del artista debe limpiar al personaje de citas, de dejes, de titulares, de “ajcos”, de “mojcas”, debe alterar las siglas que le han acompañado toda su vida y hacer de ellas una pose. Por el gran ventanal que da a la sierra madrileña la luz de invierno baña los primeros días del año 2012. El político curiosea y se entretiene con los trastos del artista que le va a mantener vivo por los siglos de los siglos en nombre de “Ejpaña”.

Pintura José Bono
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