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Terror en la oficina. Viaje a los inicios del cisma entre Iglesias y Errejón
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Carlos Prieto

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Terror en la oficina. Viaje a los inicios del cisma entre Iglesias y Errejón

Los enemigos íntimos se enfrentan en las generales aireando sus diferencias ideológicas, aunque el origen de la ruptura es una lucha salvaje de poder. Crónica de una guerra de aparatos

Foto: Íñigo Errejón y Pablo Iglesias. (Raúl Arias)
Íñigo Errejón y Pablo Iglesias. (Raúl Arias)

A un lado del ring, Pablo Iglesias; al otro, Íñigo Errejón. Segundos fuera… Podría ser un titular para la precampaña electoral. Pero también valdría para explicar los buenos viejos tiempos de Podemos, cuando el partido acababa de celebrar su asamblea fundacional, los dos líderes remaban en la misma dirección, las encuestas iban viento en popa… y el virus de la autodestrucción ya se había activado.

Podemos contra Más País. Los votantes a la izquierda del PSOE no podrán quejarse de la falta de ofertas electorales. Pero este no es un artículo sobre las diferencias ideológicas y estratégicas que se esfuerzan ahora en resaltar ambos partidos, sino sobre la lucha de poder previa que desencadenó la escisión, contada por varios miembros relevantes del primer Podemos.

Errejonistas y pablistas se acusan ahora de traidores, pero entre todos construyeron un partido basado en la competitividad interna y en el que pierda se queda fuera

Enero de 2014, Teatro del Barrio, Lavapiés, presentación de Podemos. “Iglesias cogió la palabra, explicó de qué iba el nuevo partido... y se puso a nombrar responsables a su libre albedrío, sin haberlo consultado antes con nadie. La tensión se podía cortar con un cuchillo”, cuenta un testigo presencial. La anécdota no solo anticipa en qué iban a quedar los intentos de construir un partido quincemayista -horizontal y con más contrapesos que los de los partidos tradicionales- sino que resume a un personaje: a Pablo Iglesias le gusta mandar. Mucho. Problema: había alguien ahí dentro al que también le gustaba mucho mandar...

Días antes de la presentación del partido, Pablo Iglesias convenció a Íñigo Errejón de que se sumara a la aventura. Antes se había subido al barco Juan Carlos Monedero… de un modo un tanto peculiar. Un grupo reducido de militantes había decidido en secreto formar Podemos, cuando alguien preguntó a Pablo Iglesias si se lo había contado ya a Juan Carlos Monedero, Iglesias respondió: “Se lo diré pronto, pero de tal manera que piense que todo ha sido idea suya”. Egos.

Pablo tiene una personalidad muy fuerte, es muy narcisista, no le gusta perder ni a las chapas. Esto tiene que influir necesariamente en el tipo de partido que ha construido. Íñigo es más hábil y sibilino en ese sentido, se le nota menos y es más empático, pero a nivel de maquiavelismo no le va a la zaga… Ni Pablo ni Íñigo venían de militar en estructuras democráticas, yo creo que nunca han creído en esa forma de organizarse políticamente. Al margen de sus diferencias ideológicas, comparten una misma concepción de la política: hacer y deshacer a su antojo. Ellos son infalibles y el resto un poco bobos. Son dos personas brillantes que han sido devoradas por sus propios personajes”, cuenta un ex diputado autonómico y miembro fundacional del partido.

No obstante, reducir la crisis de Podemos a un asunto personal -a los chavales les gusta mandar y tienen mucho ego- es quedarse corto. Igual que no vale reducirlo todo al clásico “a la izquierda le gustan las purgas”, como si fuera una maldición bíblica inevitable. Porque hay asuntos estructurales de fondo -relacionados con los aparatos y la forma de partido- que quizá expliquen mejor el cisma. O cuando crear un partido vertical y empezar a despeñarte tratando de llegar a la cima es todo uno.

Pero vamos a ver, Íñigo, si Ceausescu parece Kofi Annan a tu lado

“Las semanas previas a Vistalegre, Podemos era un partido de masas, pero Íñigo y Pablo decidieron prescindir de ese capital político y optar por una organización vertical con hiperliderazgo. El resto les sobraba. Prescindieron de las bases sobre las que un partido puede recuperarse cuando vienen mal dadas. El partido eran ellos. Errejonistas y pablistas se acusan ahora mutuamente de traidores, pero entre todos construyeron un partido basado en la competitividad interna y en el que pierda se queda fuera. Es el eslogan de ‘Juego de tronos’ que tanto les gusta —Ganar o morir— pero llevado a la política y a la vida real”, añade el citado ex diputado.

Ni Podemos iba a ser capaz de crear una organización que permitiera una cooperación virtuosa entre ambos líderes, ni Errejón era consciente de que diseñar un partido basado en el hiperliderazgo, en el que nadie tosiera a la dirección y sin contrapesos de democracia interna que permitieran la coexistencia entre corrientes, iba a acabar llevándoselo por delante también a él

El líder sí manda

Cuando Podemos se presentó por primera vez a unas elecciones -las europeas de 2014- la cara de Pablo Iglesias apareció en la papeleta. ¿La excusa? Puro pragmatismo electoral pos15M: Pablo Iglesias era un personaje popular por las tertulias televisivas y había que aprovechar su tirón para promocionar un partido de nuevo cuño. Pero aquella papeleta tenía tantos significados semióticos posibles que cada uno se lo tomó a su manera. Pablo quizá se viera ya como el líder plenipotenciario, pero otros le veían como una figura instrumental que daba la cara mientras otros organizaban el partido.

“Desde el principio hubo la sensación de que Pablo venía solo e Íñigo con un equipo. Uno era más individualista y el otro hacía equipo. El núcleo duro de Errejón siempre pensó que Pablo solo era el líder que ponía la cara, pero que ellos estaban predestinados a dirigir el proyecto. Veían a Pablo como un personaje singular al que había que controlar, pero que en el fondo no era uno de los suyos”, cuenta un fundador del partido.

Pero claro: cuando uno corona a un rey, quizás sea un poco ingenuo pensar que al día siguiente puede mandar al monarca a servir cafés...

El Podemos que sale de Vistalegre es un partido vertical en el que Pablo tiene plenos poderes e Íñigo cree que va a poder manejarle. Ese fue su error

“El proyecto del vaciado del líder era real, ocurrió desde el arranque de Podemos y no solo implicó al errejonismo. El ‘ponemos un figura visible, una imagen, y luego ya la vaciaremos y manejaremos’. Ya… y un cuerno”, cuenta una ex diputada autonómica. “Aunque la coyuntura del 15-M era contraria a la creación del líder carismático, en Podemos estaban muy contaminados por el rollo latinoamericano. Pero, una vez que has construido la figura del jefe populista, ¿cómo presentas el disenso interno como algo aceptable? No es posible. Era todo o nada”, añade.

“El Podemos que sale de Vistalegre es un partido vertical en el que Pablo tiene plenos poderes e Íñigo cree que va a poder manejarle. Ese fue el error de Errejón. Porque al hiper líder nunca le manejas, y Pablo nunca iba a aceptar que le controlara absolutamente nadie: ni Íñigo ni ningún tipo de contrapoder democrático dentro del partido. El Richelieu de un movimiento de hiperliderazgo vertical siempre pierde frente al líder carismático, siempre acaba mal, eso es lo que no entendió Errejón. En un sistema así, puedes sobrevivir como el Rasputín fiel que le susurra cosas al oído al líder, pero si intentas disputarle el liderazgo, estás jodido”, explica el citado fundador de Podemos.

Guerra en la oficina

Tras dar la campanada en las elecciones europeas, Pablo Iglesias se fue de eurodiputado a Bruselas… y Errejón se quedó en Madrid organizando el partido. “Íñigo se hizo desde el primer momento con el control del aparato porque siempre ha sido más hábil y eficaz organizando que Pablo. También tenía un trato más empático con sus colaboradores. Llegó un momento en que Iglesias no tenía prácticamente a nadie ahí dentro. Y metió a los suyos”, cuenta el ex diputado.

Ambos comparten un espíritu cínico a la hora de relacionarse con la política

Los suyos eran Irene Montero, Rafael Mayoral y Juanma del Olmo, con los que Iglesias había militado en la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE). Quizá los nuevos aterrizaron con cierta paranoia -más o menos fundamentada- en la cabeza: Errejón había creado un partido dentro del partido. Había llegado la hora del choque de aparatos.

“De pronto Pablo descubre que para el errejonismo es poco más que un monigote. Ante una situación así, la respuesta del hiper-líder no es es negociar, sino sacar las armas y lanzarse a la guerra civil. Entonces desembarcaron los de las Juventudes Comunistas —que no estaban en los orígenes de Podemos y venían de curtirse en las peleas de aparatos— y se generó un choque de poder y cultural, pero primero de poder, porque las diferencias llegaron a posteriori. Es como en los debates bizantinos de los que hablaba Gramsci, primero surge el conflicto por el poder, y luego te inventas las diferencias para justificarlo”, cuenta el fundador de Podemos.

La conspiración

El desencadenante de la guerra fue una conspiración que no se hizo pública hasta meses después: la Operación Jaque Pastor (enero 2016). Se la resumimos: un errejonista se dejó el ordenador encendido en la sede de Podemos con el Telegram abierto... y una ristra de mensajes sobre una presunta operación para cambiar la dirección del partido en Madrid como paso previo a tumbar a Iglesias en un futuro congreso de Podemos. El pablismo se lo tomó como prueba de que Íñigo quería moverle la silla a Pablo. Otras fuentes dicen que los mensajes se ceñían a Madrid, que no eran para tanto y que Iglesias los aprovechó para retomar el control del partido. En realidad da un poco igual: valorar el grado de la conspiración quizá no sea lo relevante aquí, sino entender por qué un partido acaba discutiendo sobre conspiraciones en lugar de sobre política.

Para sobrevivir, Pablo tuvo que aplastar a la disidencia errejonista, pero no por capricho, sino porque en una organización plebiscitaria no hay cabida para el pluralismo

“La propia naturaleza vertical y competitiva del partido agudizó la lucha fraccional descarnada entre pablistas y errejonistas. Más que agrandarse las diferencias ideológicas entre Pablo e Íñigo, es que se fueron formando bandos, que no es lo mismo. Para sobrevivir, Pablo tuvo que aplastar a la disidencia errejonista, pero no por capricho, sino porque en una organización plebiscitaria no hay cabida para el pluralismo. Aguantaron juntos un tiempo hasta que la cosa estalló, cómo no, por una conspiración, lo que no deja de ser patético, pero también de una lógica aplastante: era imposible que la guerra estallara tras una discusión política abierta, que no se daban en aquel momento, pues solo había lucha por el poder”, cuenta el fundador de Podemos.

“Tú ahí dentro nunca podías discutir de nada. Todo se resolvía con maniobras. Pablo e Íñigo comparten una cultura política fascinante: renacentista, schmittiana, de búsqueda constante del enemigo para cohesionar a los suyos… Ambos comparten también un espíritu cínico a la hora de relacionarse con la política. De vez en cuando hacían el chiste de: ‘Yo soy como Spinoza: la ética bien, pero la moral ya tal’. O el juego político como maniobra. Es una lectura burguesa y vulgar de Maquiavelo”, añade.

Pero cuando uno se acostumbra a moverse a golpe de maniobra, corre el riesgo de que se le empiecen a ver los trucos, sobre todo cuando da un volantazo brusco para cambiar de discurso. Cuando pablistas y errejonistas se enfrentaron por el control del partido en Vistalegre II, se produjo un giro orgánico insólito de los acontecimientos: Errejón exigió de pronto abrir el partido y construir una organización más democrática que asumiera las diferencias. ¿Se había caído del caballo del verticalismo y había visto la luz o era un modo de sobrevivir al poder omnívoro de Pablo que él mismo había ayudado a construir? Todas las fuentes consultadas apuntan a la opción dos y hablan del “repentino travestismo político democratista” de Íñigo. “De pronto se puso a dar pomposos discursos sobre democracia proporcional, pluralidad, un Podemos de muchas voces. Pero vamos a ver, Íñigo, si Ceausescu parece Kofi Annan a tu lado”, cuenta la antigua diputada.

Parecidos razonables

Todo esto no significa que no haya diferencias políticas entre Iglesias y Errejón, las hay, es solo que no serían “bellas”, según la ex diputada autonómica. “Lo que les une es el populismo latinoamericano y una fascinación con el Estado y el gobernismo. Pero aunque sus trayectorias políticas son diferentes y Pablo es mucho más comunista que Íñigo, no son diferencias políticas bellas, sino aparaterismo. Diferencias en torno a cómo gestionar el aparato. Digo que no son bellas porque no se pueden escenificar en un debate ideológico público. ¿Qué vas a decir? ¿Que tu principal diferencia política con Errejón es que tú necesitas una guardia pretoriana encabezada por Juanma del Olmo para enfrentarte al PSOE?”.

placeholder Íñigo Errejón y Pablo Iglesias en Vistalegre. EFE
Íñigo Errejón y Pablo Iglesias en Vistalegre. EFE


Pero de eso se trataba en buena parte, de un choque salvaje de aparatos, según el antiguo fundador del partido:

“Es verdad que había diferencias culturales entre ellos y que ambos son intelectualmente potentes. Errejón es un laclauniano ortodoxo que formaba a los suyos y les daba un proyecto político más acabado. Pablo es un marxista ecléctico y pragmático que pillaba de aquí y de allá. Pero cuando Iglesias recurrió a los ex mililtantes de las Juventudes Comunistas, no lo hizo por cuestiones ideológicas, sino como guardia pretoriana para enfrentarse a un errejonismo que le había arrinconado en el partido. Pablo no pintaba nada en los cuadros de la organización. Entonces chocaron a lo bestia dos culturas políticas poco democráticas. La de camarilla universitaria, peloteo y cuchillada -es decir, lo que tienes que hacer para obtener una plaza en la universidad- y la de las juventudes comunistas: salvajismo, estalinismo descarnado, donde siempre se impone el más duro. Pero lo fundamental es que, hasta entonces, Pablo e Íñigo habían estado de acuerdo en todo lo importante: arrinconar al sector crítico y a los círculos y montar un partido vertical con la excusa de que no se podía construir una organización democrática porque había prisa por ganar unas elecciones (y además la gente es idiota)… que es lo que probablemente piensan los dos más allá de sus diferencias. Dos culturas políticas distintas desarrollaron juntas este monstruo vertical, burocrático y autoritario que es ahora Podemos”.

Los dos creen que no se viene a hacer amigos a la política, pero una cosa es eso y otra convertir Podemos en una carnicería

Y ahora llegamos a la gran paradoja de purgar a Errejón: liberado de su principal rival interno, Pablo Iglesias tuvo las manos libres para orientar el partido a su manera, que resulto ser... el errejonismo sin Errejón. “Cada vez que Pablo ha intentando separarse políticamente de Íñigo, no ha podido, ha acabado recayendo. Que si la patria, que si esto y que si lo otro… Le han faltado recursos estratégicos para hacerlo. Aunque parte de las bases sean más del líder carismático —el pablismo populachero tira más que el pijerío de Errejón— Podemos fue y es una criatura errejonista”, añade la ex diputada.

“Los dos han prescindido de amigos y colaboradores cercanos sin inmutarse. Los dos creen que no se viene a hacer amigos a la política, pero una cosa es eso y otra convertir Podemos en una carnicería”, cuenta el ex diputado.

Pablo e Íñigo se enfrentarán ahora por fin en las urnas, pero más grande que la expectativa electoral, quizá sea el desencanto en la izquierda alternativa. En noviembre sabremos por fin el ganador de la pelea a garrotazos entre Iglesias y Errejón, pero más allá del morbo, la pregunta quizá sea la siguiente: a estas alturas de la carnicería… ¿le importa a alguien el resultado?

A un lado del ring, Pablo Iglesias; al otro, Íñigo Errejón. Segundos fuera… Podría ser un titular para la precampaña electoral. Pero también valdría para explicar los buenos viejos tiempos de Podemos, cuando el partido acababa de celebrar su asamblea fundacional, los dos líderes remaban en la misma dirección, las encuestas iban viento en popa… y el virus de la autodestrucción ya se había activado.

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