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La felicidad, un lugar a oscuras
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Marta Sanz

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La felicidad, un lugar a oscuras

Para describir la situación en que vivimos utilizamos expresiones como: “Con la que está cayendo”. Antes del verano compartí en la universidad Autónoma de Madrid una

Para describir la situación en que vivimos utilizamos expresiones como: “Con la que está cayendo”. Antes del verano compartí en la universidad Autónoma de Madrid una mesa con el escritor Andrés Sorel, que se indignaba ante la proliferación de estas expresiones que a él no le parecían inocentes: con ellas difuminamos responsabilidades, nombres y apellidos de quienes han propiciado un estado de cosas que nos degrada y nos hace sufrir. Como si las crisis económicas fueran catástrofes naturales y no el resultado de relaciones de causa-efecto: unos se lucran mientras otros padecen, se culpabilizan – “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”… E incluso se avergüenzan de su angustia, ante la creciente legión de pobres: siempre existe alguien que vive en peores condiciones que uno mismo.

Nos sentimos privilegiados por tener un trabajo precario o por disfrutar de un subsidio o por contar con una familia que nos pone un plato de lentejas encima de la mesa. Hemos devaluado el sentido de la palabra “privilegio”. Andrés Sorel tiene razón y, porque la tiene, son tan oportunos los libros que hoy traemos a esta biblioteca pública: La habitación oscura de Isaac Rosa, publicado por Seix Barral, y Sociofobia de César Rendueles, en Capitán Swing.

Aunque el libro de Rosa es novela y el de Rendueles ensayo, ambos tienen puntos en común porque nacen del mismo caldo de cultivo: la necesidad de reflexionar sobre nuestras maneras de luchar contra la crisis y de contestar al sistema; de hacer verdaderamente eficaz la acción política desde distintos ámbitos; de devolverle a la palabra compromiso un sentido fuerte que no se difumine en las facetas blandas de colaboración y altruismo epidérmico de las redes sociales. Ninguno de los dos textos podría definirse bajo el aceitado marbete de la posmodernidad.

Sociofóbicos y ciberfetichistas

Tal vez usted pase sentado frente a la pantalla del ordenador un montón de horas. A ratos internet será una herramienta de trabajo; a ratos, una manera de establecer relaciones o una forma de ocio. Gracias a internet, usted se involucra en acciones filantrópicas y de “compromiso” político. Internet y su smart phone ensanchan sus horizontes y es posible que hayan hecho de usted una persona libre, activa, solidaria. En una palabra, mejor persona. Error. Fallo del sistema. Se cuelga la máquina.

En Sociofobia, Rendueles desmonta ese tópico: el ciberfetichismo actúa como un placebo que nos mantiene entretenidos, incluso moralmente justificados, alejándonos de la solidez de los proyectos emancipadores que enmarcan una acción política transformadora y duradera en el tiempo. La que urge.

Cuando establecemos vínculos a través de internet, cuando consultamos o editamos una página de Wikipedia, adoptamos los principios de lo que Rendueles llama la “ideología de California”: concepción granular del conocimiento, visión reticular y fragmentada, valoración positiva del libre mercado sin interferencias estatalistas.

Este ensayo subraya el leitmotiv de que el fondo es la forma y el medio es el mensaje. Rendueles saca a la luz las conexiones existentes entre la ideología de Sillicon Valley, el consumismo y el internetcentrismo para quitarnos la máscara de nuestra fantasía solidaria: no cambiamos nada por mucho que estemos diciendo todo el día lo que nos gusta y lo que no nos gusta o participando de protestas en el marco virtual de una sociedad líquida basada en relaciones débiles, efímeras, veloces y superficiales.

En los tiempos de la posmodernidad, eso que nos venden como democracia solo es consumismo: una posibilidad de elegir que nos identifica frente a los demás y alimenta la fantasía inconsistente de una identidad autónoma. La posibilidad de elegir cosas, seleccionar preferencias, en un mundo escaparate recompone falsamente la identidad fragmentada. Frente a ese universo de conexiones instantáneas que no comprometen a casi nada, Rendueles desde una perspectiva antropológica subraya la importancia de la dependencia mutua y los cuidados en los proyectos transformadores: tanto en los de la militancia clásica, como en esos otros que buscan nuevos cauces en la sustitución de la idea de socialismo por la de postcapitalismo.

El ensayo de Rendueles cumple la función de lo que son las buenas piezas del género: podemos compartir o no sus teorías, pero pone en tela de juicio aquellos lugares comunes sobre los que ya no nos paramos a reflexionar. Lo que damos por supuesto y empieza a formar parte de una forma de ver el mundo que ya no reconocemos como ideología. Rendueles en el campo cultural desempeña la misma función que Fray Benito Jerónimo Feijóo desempeñó en el suyo con la cruzada de su Teatro crítico universal: acabar con la superstición y los “errores comunes”. No es broma.

Si les interesa internet, la computación, el nexo existente entre ordenadores y telares, así como el papel que la hija de Lord Byron, Ada Byron, jugó en la crítica al logocentrismo –tampoco es broma- no dejen de leer el ensayo-ciborg feminista de Remedios Zafra: (h)adas, mujeres que crean, programan, prosumen, teclean (Páginas de espuma). Sus planteamientos nos descubren cosas nuevas y lo hacen a través de un molde innovador donde se combinan ficciones, discurso biográfico y autobiográfico, y páginas de reflexión ensayística.

Soft-activismo

La coca-cola vende sus productos a través de promociones ecuménicas: “Para los de arriba, para los de abajo, para los gordos, para los flacos…” Los anuncios de coca-cola son ecuménicos, van dirigidos al universo global y se basan en una forma de pensamiento positivo que transmite alegría de vivir y se proyecta en ese soft-activismo propio del capitalismo amable y filantrópico.

Rosa escribe sus novelas en el imperio de la coca-cola: la ideología de lo ecuménico, lo altruista y lo débil lo empapa todo. Rosa, a contracorriente de los que cada quien considere los suyos, a contracorriente de la voz dominante entre los nuestros, ha escrito un libro que no está pensado para gratificar a nadie. Mucho menos a esos que han asumido la retórica del twit como paradigma de prosa literaria. La habitación oscura es, como La mano invisible, una parábola política. En la artificialidad de la situación y del texto subyace un concepto brechtiano de la literatura. Cuarta pared. El distanciamiento desde el que criticar sin caer en sensiblerías.

La habitación oscura habla de distintas formas de lucha –quizá los libros también lo sean- y, por tanto, da por supuesto que en este mundo existen sobradas razones para luchar. Luchar yendo más allá del enseñar la patita por debajo de la puerta. Del amagar, amagar, pero no dar. La lectura se llena de preguntas: ¿por qué se encierra esa gente dentro de la habitación oscura?, ¿quiénes son?, ¿cómo empezó todo?, ¿qué representa para ellos este lugar?, ¿qué pasará?

La voz polifónica en primera persona del plural es un hallazgo. El acorde de un órgano. La voz comunitaria se dirige a un interlocutor a través del cual nos sentimos concernidos. No sé si estoy a favor en contra de quien habla, y esa incertidumbre subraya el desasosiego. La voz, compuesta por muchas, es una voz distorsionada que va ganando nitidez a medida que el relato transcurre. También los lectores estamos en el centro de la habitación oscura y hemos de activar estrategias para aproximarnos al atisbo de verdad de la novela.

La revolución no es fotogénica

Esta voz es el elemento más característico de la fractura de la narratividad convencional que coloca a Isaac Rosa en un lugar diferente al de otros escritores “realistas”. También le coloca en un lugar diferente al de ciertos artistas plásticos que se encierran en habitaciones oscuras (Dark Rooms). Hablando de habitaciones oscuras y arte contemporáneo, en Intento de escapada (Anagrama), Miguel Ángel Hernández, a través de una novela de aprendizaje, da cuenta de una de esas experiencias artísticas que nos hacen dudar de la autenticidad del compromiso a través del arte.

Hernández aborda la mercantilización, la moral pública y privada de los “creadores”, la posibilidad de que las propuestas estéticas constituyan acciones políticas, e dinero. Fronteras y límites. Igual que en la novela de Rosa se reflexiona sobre el significado de estar dentro o fuera. Sobre la dificultad de construir un arte político desde dentro, desde la centralidad del discurso y de la maquinaria empresarial de la cultura.

En La habitación oscura el estilo cuestiona las relaciones con los demás -con los lectores- y se aleja de los nuevos modos de sociabilidad telemática: el estilo de Rosa es una manera de estar en el mundo y el lector debe saber si está dentro o fuera de la habitación oscura; indagar sobre el significado de esta metáfora mutante: aleph, lugar donde realizar fantasías, refugio, escondite, respuesta frente a las alienaciones del capitalismo.

Generación burbuja pinchada

Espacio de felicidad. De grito y de silencio. De comunicación e incomunicación. Hay siempre un dentro y un fuera, y en ninguno de los dos sitios se atisba una liberación real. Las personas y los sentimientos se cosifican, se convierten en personajes de un sitcom en el terraplén de las sociedades neoliberales. En el epicentro de la crisis. La habitación oscura también es la parábola de una generación.

La estructura elegida es tan coherente con lo que se está contando como la voz: habitaciones dentro de habitaciones, un fuera que es a la vez un dentro, repetición hasta el infinito, claustrofobia. Necesitamos un martillo para romper estas urnas que encierran otras urnas, paquetes que nunca se acaban de desenvolver. No todos los martillos valen: hay golpes equivocados, contraproducentes, hay que buscar un lugar estable desde el que luchar. Acción continua y coordinada más allá de la ocurrencia o la fascinación tecnológica.

Atisbo una reflexión sobre si estamos dispuestos a jugarnos algo para cambiar las cosas; sobre si queremos dejar de tener miedo para dar miedo; sobre si la masa oprimida, reconvertida en clase media pauperizada, está dispuesta a enseñar los dientes superando esa ideología light del repudio a la violencia en cualquier circunstancia; una ideología que obvia el hecho de que sistemática y sistémicamente la fuerza se ejerce contra nosotros cada día. Como diría Rendueles, la revolución no es ni moral ni literariamente fotogénica.

Rosa nos coloca en un filo: estamos en una primera vez, a punto del descubrimiento, a punto de probar lo que nos destruirá o nos producirá un goce máximo -estupefacientes, lectura, sexo, activismo político, saltos en paracaídas…-. Isaac Rosa siempre ha sido un maestro a la hora de expresar la claustrofobia. Habitaciones sin ventilar. La propia conciencia. El gueto donde se esconden los casi ricos. De ello son ejemplos excelentes La mano invisible o El país del miedo. Ahora solo queda que se escuchen a ustedes a sí mismos mientras leen esta novela: estén atentos a sus pulsaciones, midan la cantidad de oxígeno que son capaces de inhalar. Midan la oscuridad que les rodea. Valoren los peligros de la luz.

La conexión Martínez

Como este espacio tiene como objetivo visibilizar lazos, conexiones, relaciones de familia en sentido figurado o literal, aprovecho para recomendarles Retrato con fondo rojo de Jesús Felipe Martínez, editado por Caballo Troya, un libro que también habla de luchas y del desgaste o la persistencia de las luchas y los luchadores. Las memorias de un militante nos ayudan a entender de dónde venimos y cuál fue el papel de una generación, defenestrada por muchos, que no suele salir favorecida –todo son reproches- en los relatos posmodernos sobre el franquismo y la transición española.

En el aviso de lectura de su contraportada, entre el olorcillo a caldo de gallina y a pata de pollo chamuscada en el quemador, se dice: “¡Señor! ¡Señor! ¡La de cosas que hemos visto!”. Eso sí, unas las hemos visto mejor que otras. Algunas incluso hemos evitado verlas. Retrato con fondo rojo es un libro excelente en el que, sin apologías, reconocemos el valor de esas formas de militancia que hoy Rendueles, más allá del cariño y el respeto, considera que deberían modernizarse adaptándose a los nuevos escenarios.

Por si la pertinencia de esta mención especial pudiera cuestionarse, aporto uno de esos datos que bien pudieran ser fruto de ese tipo de investigación periodística del que se alardea en los programas del corazón: me ha dicho un pajarito que Jesús Felipe Martínez y Andrés Sorel son hermanos. Tienen otro hermano ilustre cuya identidad por el momento no desvelaremos. Seguiremos informando pero no sin advertirles de que la periferia de la literatura es lo mismo que el corazón de la literatura. El dentro y el fuera. No se dejen engañar por cantos de sirena que hablen de la pureza de la poesía y otras zarandajas. Mienten.

Para describir la situación en que vivimos utilizamos expresiones como: “Con la que está cayendo”. Antes del verano compartí en la universidad Autónoma de Madrid una mesa con el escritor Andrés Sorel, que se indignaba ante la proliferación de estas expresiones que a él no le parecían inocentes: con ellas difuminamos responsabilidades, nombres y apellidos de quienes han propiciado un estado de cosas que nos degrada y nos hace sufrir. Como si las crisis económicas fueran catástrofes naturales y no el resultado de relaciones de causa-efecto: unos se lucran mientras otros padecen, se culpabilizan – “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”… E incluso se avergüenzan de su angustia, ante la creciente legión de pobres: siempre existe alguien que vive en peores condiciones que uno mismo.

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