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Cuando la aristocracia abraza al lumpen a la desesperada
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Marta Sanz

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Cuando la aristocracia abraza al lumpen a la desesperada

Cómo el underground acaba convirtiéndose en fetiche glamuroso

Foto: Caricatura de Dorothy Parker (EFE/Nórdica libros)
Caricatura de Dorothy Parker (EFE/Nórdica libros)

Hace unos meses anduve por Bilbao en La semana de la Risa, un evento organizado por uno de los pocos escritores que hace humor en este país: Juan Bas. Allí Pilar Adón y yo comentamos algunos aspectos de la obra de Stella Gibbons, Penelope Fitzgerald (ambas publicadas por Impedimenta), Jane Bowles y Dorothy Parker. Intercambiamos impresiones bajo una de esas perchas temáticas habituales en el periodismo: Cuando el glamour es underground. La combinación suena a oxímoron, a hielo helado y esas cosas y, sin embargo, ¿existió un grupo más glamuroso que aquél cuyo nombre también era un oxímoron: la Velvet underground?, ¿alguien más glamuroso que Nico, Bowie o el recientemente fallecido Lou Reed?

A la etiqueta del glamour underground responden los tres libros que hoy recomiendo: Dos damas muy serias de Jane Bowles (Anagrama), Los poemas perdidos de Dorothy Parker (Nórdica) y el más reciente de todos en el panorama editorial español, Diario de una dama de provincias de E.M Delafield (Libros del asteroide) traducido por Patricia Antón. Libros del asteroide se ha especializado en estos diarios, críticos y cómicos, escritos por mujeres inteligentes: también acaba de publicar Diario de un ama de casa desquiciada de Sue Kaufman. Incluso convocó un concurso para encontrar nuevos practicantes de este género que utiliza el diario como soporte retórico de la novela.

El Almodóvar de la primera época representa la simbiosis del lumpen con la sofisticación que caracterizara el 'glamour' underground

En España el Almodóvar de la primera época representa la fractura iconoclasta y la simbiosis del lumpen con la sofisticación que caracterizara el 'glamour' underground: Pepi, Lucy, Bon y Laberinto de pasiones, Fabio McNamara, Paty Diphusa en La Luna de Madrid… A su vez, suenan almodovarianas frases pronunciadas a principios del siglo XX. Como la que la directora de Vogue le dedica a una empleada que ha intentado suicidarse: “En Vogue no nos tiramos a las vías del metro, cariño. Si no hay más remedio, tomamos somníferos.”

placeholder Cartel del filme de Almodóvar

Gran parte del underground acaba convirtiéndose en fetiche glamuroso. A veces el glamour es underground y a veces del underground solo queda el glamour. La marca underground proviene de las clases privilegiadas: los dos hijos del conde Lequio se dedican a componer música underground… Al conde Lequio  Belén Esteban lo bautizó como “el condelé”. Belén Esteban es la encarnación de la otra cara de la luna del glamour underground, en la antípoda perfecta de Nancy Mitford. El sello de marginalidad, periferia, excentricidad, la fuerza de pegada de Capote o del matrimonio Bowles se entienden en la convicción de pertenecer a una élite intelectual y económica. En la seguridad que da ese sentido de pertenencia: la coja Jane se casa con un escritor probablemente gay, los dos son leídos e ingeniosos, disponen de dinero para viajar… Se sienten distintos y arropados dentro de su grupo.

Jane Bowles, Groucho Marx, Humpty Dumpty y Charlot

También los personajes de Dos damas muy serias se mueven entre la alta sociedad y el lumpen. Optan por lo segundo porque allí todo es menos convencional. Pertenecen a clases sociales privilegiadas, pero se juegan su “felicidad” y se hunden en el fango por mantener su independencia. Bowles construye personajes femeninos que, acercándose al lesbianismo, parecen seres asexuados: esta posibilidad resulta más agresiva que la hipersexualidad del porno, según Francine du Plessing Gray.

placeholder 'Dos damas muy serias'

Bowles visibiliza los dolores liberándose de las estructuras convencionales. Para ello, combina la sutileza con el trazo grueso. Mezcla lo realista y lo grotesco para abordar la independencia femenina, y esa combinación es crumbiana. El underground de Bowles está relacionado con el empeño de sacar a la luz el nudo que vincula excentricidad con feminidad y locura con lucha contra los convencionalismos, miedo a la soledad y esa vulnerabilidad ante la precarización que es mayor en las mujeres.

En Dos damas muy serias los comportamientos extraños y delictivos se normalizan: los personajes están alcoholizados y ejercen la prostitución sin que nadie se escandalice por ello. Las mujeres en los textos de Bowles buscan su identidad y, en ese viaje, el horror y el humor se acercan a través de la hipérbole. Todo adquiere un aire de pesadilla como en Alicia en el país de las maravillas de Carroll.

La velocidad a la que suceden las cosas resulta hilarante: el padre de Arnold recibe a Cristina con pijama de rayas y le explica su filosofía de la vida dentro de la habitación de la invitada hasta que la madre, vodevilescamente, irrumpe en esa intimidad… Gente rara que conecta rápido. Suena a los hermanos Marx. La rareza y la rapidez de las reacciones y emociones convierten a los personajes en criaturas de guiñol. Todo parece absurdamente normal, pero es rarísimo: la señora Copperfield se echa la siesta con Pacífica en un hotel-burdel mientras el señor Copperfield desaparece. Se intuye algo de esos juegos sofistas con el lenguaje en los que era un maestro el huevo Humpty Dumpty: “Lo importante es saber quién manda. Eso es todo”.

Capote en su prólogo a Dos damas muy serias destaca la capacidad de observación y mímesis de Jane. Una capacidad de observación desarrollada a partir de un punto de vista peculiar, ingenioso y compasivo. Hay algo triste y charlotesco en Dos damas muy serias. Capote habla de una “compasión controlada” que recuerda a la que él mismo practica en Desayuno en Tiffany´s (Anagrama).

Combustión espontánea

Dorothy Parker escribe lo que el New York Times denominó poesía flapper: “sana, atractiva, sin corsé y no desprovista de gracia”. Sin embargo, el feminismo underground de la Parker –que hoy reivindica Caitlin Moran- pasa por la mirada crítica contra sí misma y su género. Una forma de autocrítica radicalmente moderna: “A los hombres solo les pido tres cosas. Tienen que ser altos, despiadados y estúpidos”. El desolador currículum sentimental de la Parker pone de manifiesto que a veces las mujeres más listas son las más tontas. En Canción folclórica le saca punta al masoquismo sentimental de las mujeres. Nos gustan los malotes. Los Versos del odio, dentro del volumen Los poemas perdidos que hoy recomendamos, son underground, punk, destroyer. Parker no deja títere con cabeza y escribe contra hombres, mujeres, maridos, universitarios, actrices, parientes, bohemios, jóvenes…

placeholder 'Los poemas perdidos'

La Parker, iconoclasta e irreverente, era una mujer de sinceridad descarnada cuyas anécdotas se cuentan por decenas: cuando era niña llamaba a la Inmaculada Concepción “Combustión espontánea”. El autor del prólogo y compilador de Los poemas perdidos, Stuart Y. Silverstein, recoge otro episodio que ilustra el carácter de la Parker: su perro se meó en la recepción de un hotel y el director la reprendió: “¡Miss Parker, mire lo que ha hecho su perro!”. “He sido yo”, respondió ella. Y se marchó sin volver la vista atrás.

El posicionamiento político de Dorothy Parker conjuga glamour y underground: se comprometió con el Partido Comunista estadounidense en los años más feroces del macartismo. Con ese compromiso, que algunos calificaron de chic –igual que ahora se habla de la izquierda del caviar-, asumió graves riesgos mostrando su desdén hacia las vanidades y su talante anti-sistema. La Canción para el primero de mes lanza una piedra contra los tópicos literarios y, al mismo tiempo, plantea una denuncia social: frente a la idea naif de la gratuidad de la poesía, el materialismo zafio de la vida cotidiana. Como en las letrillas satíricas de Góngora.

placeholder Caricatura de Parker

El humor de la Parker es vitriólico, cáustico, ingeniosísimo. Le encanta la caricatura y escribe poemas en los que transcribe conversaciones casuales: poemas de magnetófono que toman satíricamente el pulso a la sociedad y recuerdan al Sabina de “¡Borja! Como te ajogues te mato”. Incisiva y epigramática, juega con el lenguaje e inventa palabras: a los jóvenes tontorrones que se le acercaban con el ánimo de seducirla o con el de aprovecharse de ella los llamaba “gilipolluelos”. Desmitifica la poesía con finales anticlimáticos que rompen con el tono pseudo-lírico de lo anterior. Como si alguien rayase el disco con la aguja. Como si alguien hiciera rechinar la tiza contra la pizarra. Entonces, su poesía se acerca a la parodia de Stella Gibbons quien se cebó con D.H. Lawrence.

Si en Bowles hablábamos de “compasión controlada” en Parker podemos hablar de “crueldad calculada”. Dorothy comparte con ciertos humoristas un rasgo de carácter: una vena autodestructiva que le hace ver la viga en el ojo ajeno, pero también en el propio. Se intentó suicidar varias veces. Da la impresión de que en Parker el humor actúa como coraza: sin chiste tal vez se hubiera sentido demasiado desnuda.

Diario de una dama de provincias

E.M. Delafield funda un género. Pero no por usar el diario como soporte para la narración. Ni siquiera la hace distinta la utilización de este supuesto género autobiográfico con un tono humorístico que horada, como berbiquí, la banalidad doméstica: en este sentido, el texto podría recordarnos el Diario de un don nadie de los hermanos Grossmith (Nórdica). La Wikipedia califica el texto de los Grossmith de “novela gráfica”: a mí ese apelativo me parece excesivo, aunque las ilustraciones que acompañan el texto son excelentes. Tampoco Delafield es especial por su manera de dibujar la vida en provincias de las clases medias privilegiadas –incluso altas-: me vienen a la memoria las narraciones de E.F. Benson, un autor coetáneo de Delafield, a quien le debemos las divertidas Reina Lucía, Mapp y Lucía, y La señorita Mapp, todas ellas rescatadas por Impedimenta.

placeholder 'Diario de una dama de provincias'

Lo que convierte a Delafield en una escritora singular es su maestría para concebir una voz de mujer insegura y vulnerable, que al mismo tiempo muestra una sensibilidad y una finura intelectual poco comunes. En este divertidísimo libro se contradice la máxima de que la inteligencia consiste en la capacidad para adaptarse al medio.

El axioma quizá podría aplicarse a nutrias, cucarachas o leonas, pero no a esta dama que intenta permanentemente estar altura de las circunstancias: busca temas de conversación adecuados en cada momento; trata de que su marido desentierre la cabeza de entre las páginas del periódico; procura que su aspecto físico sea agradable y que el dinero le llegue para cubrir los gastos de la intendencia doméstica; también lucha para que su cocinera no la juzgue: sería interesante contrastar este texto con la experiencia que la deslenguada Margaret Powell recoge en En el piso de abajo. Memorias de una cocinera inglesa de los años veinte (Rara Avis)…  Nuestra dama aspira a ser algo más que una buena madre y, sin embargo, no hay nada que le produzca mayores satisfacciones que sus hijos.

Resulta sorprendente y estremecedora la modernidad del relato: no son muy distintas nuestras preocupaciones actuales de las de este correlato de E.M.Delafield. Por mucho que nos creamos ultramodernas, arrastramos los mismos traumas históricos: aún padecemos ese síndrome de Wendy que nos lleva a querer complacer a todo el mundo olvidándonos de nuestros propios deseos. Aún vivimos la tensión entre el impulso de independencia y los afectos domésticos, el deseo de proteger y de asistir a los seres queridos. También seguimos hablando de estos asuntos con un purgante sentido del humor acuñado gracias a miradas tan lúcidas como la de esta escritora británica de la primera mitad del siglo XX. 

Hace unos meses anduve por Bilbao en La semana de la Risa, un evento organizado por uno de los pocos escritores que hace humor en este país: Juan Bas. Allí Pilar Adón y yo comentamos algunos aspectos de la obra de Stella Gibbons, Penelope Fitzgerald (ambas publicadas por Impedimenta), Jane Bowles y Dorothy Parker. Intercambiamos impresiones bajo una de esas perchas temáticas habituales en el periodismo: Cuando el glamour es underground. La combinación suena a oxímoron, a hielo helado y esas cosas y, sin embargo, ¿existió un grupo más glamuroso que aquél cuyo nombre también era un oxímoron: la Velvet underground?, ¿alguien más glamuroso que Nico, Bowie o el recientemente fallecido Lou Reed?

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