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Un señor espeluznantemente normal
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Un señor espeluznantemente normal

Querido Federico Quevedo, adorable vecino de arriba en esta página: carta te escribo porque no estoy bien. Necesito, de verdad, que me ayudes. ¿Sabes?

Querido Federico Quevedo, adorable vecino de arriba en esta página: carta te escribo porque no estoy bien. Necesito, de verdad, que me ayudes. ¿Sabes? Tengo pesadillas. Hace tres días que me despierto de madrugada, sentado en la cama, sobresaltado, agitadísimo y sudando a chorros, asediado por el terrible sueño de que soy una persona normal. En serio te lo digo. Fíjate tú: ¡Inci, una persona normal! No lo puedo soportar, no me deja dormir eso, Fede. A ti me confieso para ver si es verdad eso que dice mi psicólogo, que “verbalisar los episodios obsesivos contribushe a demediar su influensia corrosiva sobre la psique”. Ya te habrás dado cuenta de que mi psicólogo es argentino.

Yo creo que todo viene del otro día, de la presentación del libro. No te vi por allí y por eso te lo cuento. Era en el hotel Palace, nada menos. Ya sabes, el libro que han escrito mi querida María Jesús Güemes y su amigo Pablo A. Iglesias (lo de la “A.” es importantísimo porque a este niño tan guapo y tan bien peinado, tan primero de la clase de algo, se le ocurre firmar “Pablo Iglesias” y lo echan de casa, vamos, seguro) han escrito sobre Mariano Rajoy. Se titula Si yo fuera presidente y lo publica Temas de Hoy.

Como suele suceder en estos actos literario-litúrgico-precampañales, aquello estaba hasta arriba. Vaya por delante que no se presentaron ni Tristán ni Isolda, o sea ni Alberto ni Espe, lo cual privó al acto de ese aroma sutil, entre pugilístico, culebronero y espadachín, que perfuma últimamente los pasillos de Génova, 13. Asombrado me tiene el encargado de cambiar el ambipur en esa casa.

Que estaba allí, claro. Mariano Rajoy Brey, presidente del PP y protagonista del libro (debo suponer que no muy a su pesar), se encontraba en el abarrotado salón del Palace, pero no en la mesa presidencial sino entre el público. Lo acompañaba Manuel Pizarro, que últimamente no se le despega, y luego algunos dirigentes del partido que, poco a poco, van entrando en la categoría bolerística de “sombras, nada más”. Han sido muy importantes y muy útiles, pero la corrosión del tiempo los va convirtiendo, día tras día, en evanescentes. Juan José Lucas, por ejemplo, un tipo de intachable honradez y delicioso trato personal que, yo no sé por qué, se ha quedado ahí expuesto, como San Roque en su hornacina, mientras los feligreses, que tiempo atrás le ponían tantas velas y le pedían mercedes (o cualquier otro tipo de vehículos), van hoy a rezar a otros santos más de moda y pasan ante casi él sin mirarlo. O Jaime Ignacio del Burgo, cuyo bondadoso aspecto de Bilbo Bolsón no hace olvidar, por lo menos a mí, las insidias “conspiratorias” que vertió sobre el 11-M.

En la mesa presidencial, aparte de la chica de la Editorial y de los dos autores, tres personas: Alberto Núñez Feijóo, Soraya Sáenz de Santamaría y Pío García Escudero. Lo que te digo: santos nuevos.

Y qué santos, Fede, hijo. Santos del corte de Ignacio de Loyola, Teresa de Cepeda y por ahí: santos echaos p’alante, peleones, bragados: los gallos del santoral. El gallego Feijóo no se tomó siquiera la molestia de aparentar que estaba en un acto literario, o periodístico-literario: aquello era un mitin precampañero y nada más, y así comenzó sus clarinazos anunciando que “¡pocos españoles tienen dudas de que estamos hoy, aquí, ante el próximo presidente del Gobierno de España!”. Yo pensé inmediatamente: “Otro que tampoco vio, con la debida atención, Barrio Sésamo”, aquel programa donde explicaban con meridiana claridad los conceptos de poco/mucho, arriba/abajo, cerca/lejos y demás enseñanzas tan útiles para andar por la vida sin tropezar. Con aquel error de apreciación, sin duda intencionado, trató Feijóo de provocar una ovación cerrada. Obtuvo unas palmas animosas pero sombrías. No lo intentó más. Pasó de inmediato al segundo cartucho, que es el que a mí me tiene, Fede, con pesadillas, ya te digo.

Delante de Rajoy, ¡delante del destinatario!, comenzó el gallego Feijóo a enhebrar un rosario de elogios tan brutal, tan hiperbólico, tan estratosférico, que daba dentera oírle. Empezó suave: este señor es alguien que cumple su palabra… Un hombre de honor… Alguien que mantiene un sólido compromiso con España… (se iba calentando, iba recurriendo ya a la trompetería y la percusión) ¡Un hombre que tiene sentido común! ¡Un gallego que entiende perfectamente a España! ¡Ya va siendo hora de que haya de nuevo un gallego al frente de los destinos de España! (Ahí algunos nos acordamos de Franco, claro, pero no vamos a entrar en eso, ¿verdad?) Feijóo ya estaba en plena erupción, tensas las venas del cuello, temblorosas las manos que sujetaban el papel, “la boca espumosa, / el ojo fatal”, como escribiera Rubén Darío, cuando clamó: “¡Y es una persona normal! ¡Un tipo normal al que le gusta la gente normal!”

Yo, instintivamente, agaché la cabeza porque aquello no eran palabras, eran venablos flamígeros. Repetía, repicaba el hombre: “¡Una persona normal! ¡Él mismo lo dice siempre, que es un tipo normal, y no hay más que verle! ¡Normal! ¡Como cualquiera! ¡Normal!”

Fede, no sé qué pensarás tú. Yo no dudo de que don Mariano sea una persona normal, a pesar de que se fume cuatro puros entre el desayuno y el almuerzo, que hay que ver. Mejor dicho, no lo dudaba hasta oír los truenos verbales de Feijóo. Porque cuando alguien es una persona, pues eso, normal, no hace falta que nadie lo diga. Eso se nota. No sé quién habrá sido el lumbreras que ha diseñado esa “idea-fuerza” para la campaña de Rajoy, pero desde luego se ha lucido. ¿Te das cuenta? Imagínate al paisano en la tómbola en cualquier fiesta: “¡Oigan, señores y señoras! ¡Esto que rifamos ahora no es una muñeca que habla y hace pis, no es una tostadora electromagnética, no es el perro piloto, no es el balón de la selección firmado por Casillas! ¡Todo lo contrario! ¡Es algo común y corriente! ¡Algo completamente normal! ¡Como lo que ustedes tienen en casa! ¡Del montón! ¡Pal nene y pa la nena!” ¿Quién compraría boletos, eh?

Y, sobre todo, Fede, ¿quién puede creer que un tipo es eso y nada más que eso, normal, cuando tanta gente se empeña en repetirlo tanto y tan nerviosa, tan apasionadamente?

A renglón seguido, Soraya Sáenz de Santamaría (qué bien habla esta chica y que guapa es; a mí me recuerda a Rocío Dúrcal de jovencita) nos contó, bien es cierto que en un tono más intimista y convincente, algo que, por lo visto, no había quedado claro: que don Mariano es un señor normal. Argumentos: le gustan los platos de cuchara, como el cocido gallego o las lentejas. Yo, ante tamaña insistencia, me rendía sin combatir, te lo juro, estaba ya dispuesto a creerme que, desde luego, Rajoy es alguien normal, aunque uno jamás haya probado el “cocido gallego” ni sepa qué es.

Y el último, Pío García Escudero, empezó advirtiendo a los autores que el título del libro estaba mal: en vez de Si yo fuera presidente, deberían haber escrito Cuando yo sea presidente. Porque, según él, es por completo inevitable que llegue a la Moncloa alguien tan humilde, tan sencillo, tan prudente y (oh, Dios, ¡otra vez!) tan normal. ¿Oyen ustedes? ¡Tan normal! ¡Normalísimo!

El libro es bueno, Fede, puedes creerme, porque está escrito con un espléndido estilo (la Güemes siempre tuvo buena mano para la sintaxis), tiene una tremenda base documental y está construido con muchos materiales periodísticos, pero no con incienso. Impresionan las páginas en que se relata el célebre accidente de helicóptero. Ahí, ¿ves?, ahí sí descubro y a un tipo no sé si normal, pero desde luego con nervios templados.

Al final del acto, el señor Normal estaba, como es lógico, coloradísimo, sofocado y yo diría que bastante incómodo. Nadie normal aguanta semejante pirotecnia de elogios, sahumerios, piropos y hosannas (sólo les faltó decir que era más guapo que Brad Pitt) sin sentir unas urgentes ganas de ir al baño. Saludó don Normal a los autores y a la corte de pirotécnicos, agotados los tres por el esfuerzo. Besó a unas cuantas señoras. Estrechó algunas manos. Rodeado de sus escoltas, echó a andar hacia la salida, detúvose un par de veces, volvió a caminar, iluminado por los focos de las cámaras. En una de esas breves paradas que, gracias sean dadas al Cielo, nadie aprovechó para cantarle una saeta, que era lo único que faltaba, se me quedó mirando. Fueron dos segundos nada más. Creí notar que iniciaba el gesto de tenderme la mano. Yo me puse nerviosísimo y desvié la mirada: no tengo valor para chocar las cinco con alguien tan normal, tan vehemente, tan explícita, tan sonora, tan espeluznantemente normal. A mí, Fede, me dan miedo esas cosas.

Es tarde, me voy a la cama. Temo que esta noche también me van a asaltar las pesadillas: hace un instante, en el baño, me he mirado al espejo y he visto allí a un tipo con una cara de normalidad que me ha puesto los pelos de punta. Dios mío, ¿y si es contagioso? ¿Y si yo me he vuelto también, por ósmosis, una persona normal? ¿Te imaginas? ¿Qué sería de mí? ¿Qué hago, Fede? ¿Qué tomo?

Socórreme, Fede, por favor. Abrazos.

Ilustraciones de Julio Cebrián

Querido Federico Quevedo, adorable vecino de arriba en esta página: carta te escribo porque no estoy bien. Necesito, de verdad, que me ayudes. ¿Sabes? Tengo pesadillas. Hace tres días que me despierto de madrugada, sentado en la cama, sobresaltado, agitadísimo y sudando a chorros, asediado por el terrible sueño de que soy una persona normal. En serio te lo digo. Fíjate tú: ¡Inci, una persona normal! No lo puedo soportar, no me deja dormir eso, Fede. A ti me confieso para ver si es verdad eso que dice mi psicólogo, que “verbalisar los episodios obsesivos contribushe a demediar su influensia corrosiva sobre la psique”. Ya te habrás dado cuenta de que mi psicólogo es argentino.