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Reflexión de la jornada

Cuando ustedes lean esto seguramente será sábado por la mañana y estaremos todos en plena jornada de reflexión electoral. Muy bien. Reflexionemos, pues. Confieso que

Cuando ustedes lean esto seguramente será sábado por la mañana y estaremos todos en plena jornada de reflexión electoral. Muy bien. Reflexionemos, pues. Confieso que les llevo un poco de ventaja; no porque mi capacidad de reflexión sea mayor que la suya, que no lo es, sino porque una gripe atroz y reivindicativa (yo sé lo que me digo, compañeros de Tiempo e Interviú) me tiene atado a la pata de la cama desde hace tres días… y, claro, he empezado un poco antes a darle vueltas al asunto.

Esta es una página de ribetes culturales, así que creo lógico que la reflexión comience por ahí. Si hacemos eso, el asunto se resuelve en muy poco tiempo. Hace semanas que la llamada “PAZ” (Plataforma de Apoyo a Zapatero) expresó el apoyo al actual presidente de numerosos artistas, al principio unos 400, entre los que se contaban Concha Velasco, Nuria Espert, José Luis Cuerda, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Víctor Manuel y Ana Belén, creo recordar que los hermanos Almodóvar, Gracia y Elías Querejeta, Miguel Ríos, Juan Echanove, Miquel Barceló, Mercedes Sampietro y muchísima gente más. Me asombró ver allí el nombre de Federico Mayor Zaragoza, que fue ministro de Educación con Leopoldo Calvo-Sotelo y luego director general de la Unesco.

La respuesta de Mariano Rajoy fue… no diré que asombrosa (él y su partido llevan cuatro años en ese plan), pero sí estremecedora: todos los antedichos, y quienes con ellos estaban de acuerdo, eran, según él, unos estómagos agradecidos, unos comprados, unos sobornados, “untados” por el Gobierno y su canon digital. Por eso y por ninguna otra cosa apoyaban a Zapatero. Es un ejemplo más, el enésimo, del uso de la mentira y la calumnia como arma política. Claro que cuando a esa iniciativa de respaldo al candidato socialista se sumaron los nombres de Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Bernardo Bertolucci, Daniel Barenboim, el barítono Carlos Álvarez, José Saramago, Günter Grass y Joseph E. Stiglitz (los tres últimos son premios Nobel, el tercero de Economía), pues Rajoy prefirió quedarse calladito y silbando, y yo creo que hizo muy bien, más que nada porque la lista de grandes nombres de la Cultura que apoyan al Partido Popular es más bien corta. Vargas Llosa ha dicho que ya no les apoya, que prefiere a Rosa Díez. En cuanto a premios Nobel, ahora mismo no estoy muy seguro de que a Norma Duval o a Sánchez Dragó se lo hayan dado ya. Tendría que mirarlo.

Pero mi reflexión de esta jornada no va por ahí. Sería demasiado fácil y ya saben ustedes que Inci no se casa con nadie. Ni siquiera con Carmen Calvo, que ya es decir. No voy a decirles a quién voy a votar, y muchísimo menos se me pasa por la cabeza pedirles a ustedes que voten a unos o a otros.

Lo que me gustaría es que meditasen ustedes sobre una idea que este caballo tiene en la cabeza desde hace bastante tiempo. Creo que los españoles, todos los españoles, piensen como piensen, necesitan (necesitamos) un partido conservador diferente del que tenemos. Estos últimos cuatro años demuestran, a mi modo de ver, que así no podemos seguir. Por pura salud mental y moral. Porque es necesario preservar la convivencia entre todos: una mínima armonía, unas señas de identidad, unos conceptos comunes a todos que no sean puestos en cuestión más que por los antisistema residuales. Estoy plenamente convencido de que, en una democracia, un partido conservador fuerte, imaginativo y sobre todo libre (ahora volveremos sobre eso) es no sólo conveniente sino indispensable. Pero es necesario que sea leal con el Estado, con las instituciones, con la propia democracia y, sobre todo, leal con los ciudadanos. Un partido que, si no gobierna, trate de alcanzar el poder con el único objetivo de mejorar la vida de todos; no de recuperarlo a todo trance, usando todas las tretas que se le ocurran, porque considera que se poder les fue arrebatado y les pertenece.

El Partido Popular, a quien votan unos nueve millones largos de españoles, ha hecho durante estos cuatro últimos años la oposición más sinvergüenza que se recuerda en nuestro país desde los tiempos de la Segunda República. Han leído bien: no he dicho oposición dura, áspera o intransigente. He dicho sinvergüenza y lo repito. Ni siquiera los socialistas de Felipe González, cuando fueron a degüello a por Adolfo Suárez entre 1979 y 1981, llegaron a tal grado de inmoralidad política y ciudadana.

Un momento, quisiera expresarme mejor. No ha sido, en rigor, el Partido Popular quien ha usado constantemente la mentira, la calumnia, la injuria, la peor insidia y la chocarrería; no ha sido todo el PP el que ha tomado por idiotas, sistemáticamente, a los ciudadanos, tratando de azuzar en ellos el odio y de colarles unas mentiras que no se hubiera tragado ni un niño de dos años; no han sido nueve millones de españoles los que han buscado, día tras día, el encabronamiento de los demás ciudadanos, el rencor, la mala leche, la apertura de una zanja moral insalvable entre “ellos” y “nosotros”. Eso lo han hecho, esto sí, la actual dirección del PP y unos cuantos poderosísimos “talibanes” de medios de comunicación, autotitulados “liberales” (pobre palabra secuestrada) a quienes sólo tapándose la nariz con ocho pinzas se podría calificar de demócratas. Y se han convertido en los inspiradores, diseñadores de estrategia y, no faltaba más, en los guardianes de las esencias, los vigilantes de la playa del partido conservador español.

La actual dirección del PP no refleja ni remotamente, a mi modo de ver, lo que piensa y siente la inmensa mayoría de los españoles conservadores. Eso es, creo yo, una consecuencia perversa de lo que, en su día, fue una obra maestra política. Manuel Fraga merece un lugar en la historia de la democracia española por muchas cosas (desde luego, no por su reciente frase sobre los libros), pero, pienso yo, sobre todo por una: fue el hombre que, en la Transición, extinguió el franquismo residual, por entonces muy numeroso y con notable poder, mediante el inaudito método de meterlos a todos en Alianza Popular, junto con los democristianos, liberales, tecnócratas y otras familias políticas intachablemente democráticas. Naturalmente, en AP no mandaron entonces los franquistas de resopón sino los demócratas. Eso impidió que en la España de entonces cristalizase un partido de extrema derecha, lo cual contribuyó a impedir el éxito del golpe del 23-F y fue, cómo decirlo de otro modo, una bendición para todos. Así ha sido hasta hoy.

Pero los tiempos han cambiado mucho y, repito que en mi humilde opinión, hoy es el día en que el PP está pilotado por personas cuyo pensamiento, en muchos casos, tiene más que ver con la derecha más extrema que con la derecha democrática de corte europeo. La dirección del PP está, en numerosos casos, “controlada” por la Iglesia católica, que alienta a los conservadores a cambio de que éstos respeten y aun aumenten sus increíbles privilegios y su poder, un poder que ya no tiene en ninguna otra parte del mundo. Por eso decía antes que nuestro partido conservador no es libre. Numerosos dirigentes (Acebes, doña Cuaresma Aguirre, Michavila, Botella, Trillo, el incalificable Pujalte, muchos más) pertenecen a o simpatizan fervientemente con grupos religiosos ultraconservadores y mantienen, de hecho, una obediencia absoluta a lo que dicen y mandan los obispos. Eso, ahora mismo, sólo pasa en un país europeo: Polonia, en cuyo Sejm (Parlamento) llegó a votarse, hace algo más de un año, una moción que pretendía la abolición de la presidencia de la República para nombrar a Jesucristo rey del país. Salió que no y yo lo siento en el alma, porque Nuestro Señor, aunque sea de pocas palabras, sin duda lo hubiera hecho muchísimo mejor que ese siniestro Kaczynski, un presidente que habla muchísimo más con monseñor Michalski (el presidente de los obispos polacos) o con el cardenal Dziwisz (mano derecha de Wojtyla) que con su primer ministro. Ni siquiera en la catoliquísima Irlanda tiene el clero tanto poder sobre el partido conservador. Ni tampoco en Italia, que ya es decir. Pero sí en España.

Estoy convencido de que nuestro país necesita una derecha civilizada, consecuente, moderna y libre. Una derecha como la que hay en los más desarrollados países de Europa. Una derecha a la que se pueda votar aunque uno no esté del todo de acuerdo con lo que piensan, como sucede en Francia, en Alemania, en el Reino Unido, en Holanda o en Suecia. Pero es que ¿se imaginan ustedes a Angela Merkel saliendo a manifestarse por la calle del brazo de los obispos y cardenales, y gritando atrocidades contra los derechos de las minorías? ¿Se imaginan a Sarkozy, en la última campaña electoral francesa, acusando una y otra vez a Ségolène Royal de “romper Francia” y de estar de acuerdo con los separatistas corsos? ¿Qué resultado habría obtenido? ¿Se les pasa por la cabeza la idea de que David Cameron, el líder de los tories británicos, dedicase sus mayores esfuerzos, desde hoy hasta el día de las elecciones, a difundir la patraña de que las bombas en el metro de Londres (julio de 2005) las puso el IRA en complicidad con el premier Brown o con Tony Blair? ¿Qué harían con el buen Cameron sus compañeros de partido, aparte de pagarle unas vacaciones de quince años en una casa de salud de las islas Malvinas?

¿Y por qué todo eso sí pasa en España?

Mariano Rajoy, que es un señor al que aprecio porque cada vez le sienta peor ese papel de matoncito abusón de patio de colegio que le han encomendado (vaya par de debates televisados, por el amor de Dios), y porque me tiene convencido mi amigo Federico Quevedo de que es una persona normal, ha dicho que él seguirá al frente del PP salvo que en estas elecciones se produzca, para el PP, “un terremoto”.

Lo que en realidad está diciendo es que, con él y yo creo que a pesar de él, seguirán también todos los demás. Los Acebes, las Aguirres, los Zaplanas, los roucovarelas y todos Losantos que ustedes conocen. Y, desde luego, controlándolo todo en la sombra, el desquiciado “abuelito”. Sí, ya habrán leído el chiste en internet: la celebérrima niña de Rajoy se llama, en realidad, “Rajeidi”, vive en Quintanilla de Onésimo con sus cabritillas y se pasa todo el santo día cantando la famosa canción: “Aznarito dime túuu / por qué yo en la nube voy…”

Es sabido que los terremotos, en la vida real, son una cosa muy desagradable que produce inmensas desdichas. Pero supongo que en política son males necesarios… cuando no hay otro medio para solucionar las cosas. Eso le pasó al PSOE en su 35 congreso, en julio de 2000, después de una durísima derrota electoral. Ganó ¡por nueve votos! un chaval casi desconocido que se llamaba José Luis y se produjo un cambio drástico en el partido. Y miren cómo les va.

Esa es, esta jornada, la reflexión de este caballo: que necesitamos una derecha del siglo XXI. Voten ustedes lo que mejor les parezca… y que los cielos nos sean propicios a todos. Feliz domingo.

Ilustraciones de Julio Cebrián

Cuando ustedes lean esto seguramente será sábado por la mañana y estaremos todos en plena jornada de reflexión electoral. Muy bien. Reflexionemos, pues. Confieso que les llevo un poco de ventaja; no porque mi capacidad de reflexión sea mayor que la suya, que no lo es, sino porque una gripe atroz y reivindicativa (yo sé lo que me digo, compañeros de Tiempo e Interviú) me tiene atado a la pata de la cama desde hace tres días… y, claro, he empezado un poco antes a darle vueltas al asunto.