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Versos 'Alfonsoussíacos'
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Versos 'Alfonsoussíacos'

Presenta un nuevo libro Alfonso Ussía y no hay más discusión ni más tu tía: se llenan, se abarrotan los salones de nobles, de

Presenta un nuevo libro Alfonso Ussía y no hay más discusión ni más tu tía: se llenan, se abarrotan los salones de nobles, de burgueses de moscones… Pero al autor hay algo que le inquieta: la jauría que va por la croqueta. Son viejos en Alfonso estos temores a los, más que lectores, “comedores” que aguantan los discursos con esmero esperando a que salga el camarero. No consta su interés por la lectura: su auténtica pasión es la fritura, el chorizo, el salmón, los entremeses y los alimenticios “canapeses”; escuchan, o lo fingen, con firmeza… soñando con la gamba y la cerveza. Pero no les pongamos muchas trabas: si no fuese por estos tragaldabas, a la presentación de una novela irían el autor, quizá su abuela, su madre, su cuñada y tres amigos que tienen que sufrir esos castigos porque el autor, feliz tras la “fazaña”, al salir les invita a alguna caña. Moraleja: Suelen los literarios blasonares concluir en las barras de los bares.

¡Qué bonito el acto! ¡Qué bonito el acto! Faltaron los claros clarines, pero el buen Ussía salió nada intacto de tanto contacto de amigos y afines. Allí le abrazaron, allí le besaron, sobaron, lamieron, cohortes enteras de amables señoras; y hasta tres o cuatro mano le metieron (yo lo vi) con ansia insaciable de madres prioras. ¡Ya llega la gloria patricia de Antonio Mingote! ¡Se asombra el gentío! ¡Ya llega con pálido trote (Alfonso lo besa) Joaquín Bardavío! ¡Apenas hay sitio en la mesa! ¡Abrid, abrid paso, que viene Sabino con María Teresa! ¡Y no se rezaga el actor ilustre, estrella de tanta zarzuela! ¡Mirad cómo Pedro Osinaga ofrece su mano palustre a otra jovencita, Laura Valenzuela! Los claros clarines de pronto levantan sus sones: con aire morugo, tristón y tortugo, avanza, un paso, otro paso, el duque de Lugo; lo miran las mozas con ojos hambrones. Mas ¿qué es lo que pasa? Ya calla la gente que habla por los codos, cesa el torbellino: ¡Silencio en la casa! ¡Chitón, callad todos, que va a hablar Sabino!

El varón que tiene aire de adivino, palabra prudente, lengua celestial; el tímido, sabio, valiente Sabino, está con un rudo y torvo animal. No es un can hambriento de sangre y de robo, las fauces de furia, los ojos de mal. Peor: es un listo con cara de globo* que habla por la radio: es César Vidal.

Sabino, paciente, con esa hidalguía que tantos silencios guarda en el costal, sonríe y relata lo que Alfonso Ussía ha puesto en su libro multirracional. Porque no ha contado la última porfía del tal Sotoancho, pelmazo fatal que hace mucho tiempo descansar debía en el camposanto de lo terminal. Alfonso ha parido una antología brillante, perversa, feroz, magistral, de quienes usaron de la poesía como de una mina antipersonal.

Canallas, hambrientos, arteros, burlones; ocultos por fuerza, por ira y por saña, Alfonso rescata los grandes Coñones, preclaros Coñones del Reino de España (es segunda parte) que hicieron jirones, con versos brutales, coplas alimañas, de famas, de honras, prestigios, blasones... Sin piedad ni duelo sembraron cizaña: cosecharon glorias en negros figones, perras carcajadas de la peor entraña que despanzurraron a tantos cabrones de tronío, fuste, torre y espadaña. ¿Quién fue más herido por los aguijones de esta tropa impía de la peor calaña? ¿Reyes, gobernantes? ¿Marqueses, toisones? Qué va: ¡Los poetas! La mixtura extraña de los compañeros y zangarullones metidos en rimas, con los que se ensaña la santa compaña de los socarrones.

Dos siglos de hijos de puta, dos siglos de villanía y brillantez, nutren la gruesa minuta que nos trae Alfonso Ussía esta vez. Hay mucho verso cochino, mucho soneto feroz y despiadado, pero a veces lo dañino tiene tan hermosa voz cual lo sagrado. Pérez Creus es un cabrón con el alma recomida por la envidia, pero sus poemas son la primavera florida de la insidia. A don Manuel de Palacio le compara con Quevedo nuestro autor: que lea el lector despacio y recuerde como el Credo este dulzor. Se titula Profecía: habla de qué fue y qué espera a la nación. Hace falta sangre fría para reír con tan fiera desazón:

“Víctima de sus vicios fue Sodoma,
Jerusalén, de su impiedad insana,
de su ambición, Cartago la africana,
de su avaricia y su soberbia, Roma.

Hoy por su propio peso se desploma
de Pelayo la herencia soberana.
Y hecho pedazos rodará mañana
el trono que de Dios su origen toma.

Y nadie de la edad en el misterio
buscará de esa ruina las razones
de fácil comprensión al hombre serio.

Lo que sí ha de asombrar a las naciones
es cómo vivió siglos un Imperio
gobernado por putas y cabrones”.

Yo me inclino ante ti, Alfonsombroso, nieto del gran don Pedro, verso y seda. Sabina nos mintió: sí que se hereda el talento del ripio malicioso. Tu libro es un joyero generoso del que la risa brota, y del que queda mucho más que la pálida humareda que arrumba en la memoria lo chistoso. Pero algo te reprocho con dureza: ¡Te incluiste en tu propia antología! ¡El final de tu libro es sólo tuyo! Lo mereces, es cierto, mas ¡qué orgullo! ¿Quién cometió tan gran pedantería? ¡Tan sólo Luis Antonio de Vileza!

*El lector podrá sustituir “globo” por cualquier otra palabra bisílaba que rime en “obo” y que le apetezca.

N. B.- Incitatus da las gracias a Rubén DaríoLa marcha triunfal, Los motivos del lobo– y a Jorge ManriqueCoplas a la muerte de su padre– por los préstamos poéticos. Otrosí: el libro impagable de Ussía, Bohemios y malvados. Coñones del Reino de España, II, lo publica Ediciones B.

Ilustraciones de Julio Cebrián

Presenta un nuevo libro Alfonso Ussía y no hay más discusión ni más tu tía: se llenan, se abarrotan los salones de nobles, de burgueses de moscones… Pero al autor hay algo que le inquieta: la jauría que va por la croqueta. Son viejos en Alfonso estos temores a los, más que lectores, “comedores” que aguantan los discursos con esmero esperando a que salga el camarero. No consta su interés por la lectura: su auténtica pasión es la fritura, el chorizo, el salmón, los entremeses y los alimenticios “canapeses”; escuchan, o lo fingen, con firmeza… soñando con la gamba y la cerveza. Pero no les pongamos muchas trabas: si no fuese por estos tragaldabas, a la presentación de una novela irían el autor, quizá su abuela, su madre, su cuñada y tres amigos que tienen que sufrir esos castigos porque el autor, feliz tras la “fazaña”, al salir les invita a alguna caña. Moraleja: Suelen los literarios blasonares concluir en las barras de los bares.