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Hay motivos para el optimismo

No hay quien escriba aquí esta noche de jueves, y eso es una delicia porque el follón que se ha montado en la calle –durará al

No hay quien escriba aquí esta noche de jueves, y eso es una delicia porque el follón que se ha montado en la calle –durará al menos hasta las tres, ya verán– demuestra que hay fundadas razones para sonreír, y no sólo por los chicos de la selección nacional de fútbol. Es verdad que sube el petróleo, que el dinero se encarece, que los precios se han vuelto locos, que el paro remonta su negro vuelo, que el superávit de las cuentas públicas se nos va como arena entre las manos y que el Euribor esto y que Estepona lo otro. Muy cierto. Pero caramba, reconózcanlo ustedes: España está viviendo un momento sociocultural de un esplendor que no se conocía en décadas.

Miren si no. El gobierno de la nación se ha lanzado con toda su alma a lo que podríamos llamar, parafraseando a Avram Noam Chomsky, la “semántica degenerativa transpantanal”. Zapatero no ríe, Zapatero no siente, Zapatero persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga ilusión: un sinónimo, ¡uno más, al menos!, para seguir eludiendo la palabra “crisis”. Esas ojeras que arrastra las conozco bien: son las del poeta que se pasa las noches en claro buceando en el Casares y en el Corripio a la búsqueda ansiosa de una palabra que no encuentra. Juraría que la ministra más chiripitifláutica que ha padecido este país desde Nacho Camuñas, o sea Nuria Varela (perdón, ya sé que la ministra titular de Igualdad es Bibiana Aído, pero mi querida Nuria es a Bibiana lo que la sangre es al corazón) (o lo que Maricarmen era al pato Nicol); a ver, decía que sin duda Bibiana, que a pesar de sus costaladas verbales no se siente en absoluto “inferiorizada”, le habrá sugerido a Zapatero que, si no quiere hablar de “la crisis”, que diga “el crisos”; que, total, Lázaro Carreter ya se ha muerto y qué más da. Pero el presidente, que ha leído profundamente a Gamoneda, sabe que no vale cualquier apaño para atinar con una metáfora decente. Y ahí tienen al Consejo de Ministros en pleno hocicado en diccionarios a la caza de tropos, zeugmas, silepsis, aféresis, metaplasmos, paragoges y, en el caso del ministro Solbes, hasta anfibologías. A ver cuándo se había visto eso.

“Desotra parte en la ribera”, o sea en el PP, el asunto es todavía mejor: están todos en mitad de un cursillo acelerado de Preceptiva literaria, porque eso de que la lideresa se haya constituido en “verso suelto” no venía en el libro de Literatura que mandaba leer el hermano Prado en los jesuitas de León, que es donde aprendió Rajoy estas cosas; así que deben de andar todos despistojados leyendo a Boscán y buscando la manera de meter a Espe en medio de un manojo de endecasílabos, o en una silva o una sextina, quizá mejor un zéjel, ¡siquiera en un haiku!, sin que resulte demasiado forzada. Ese es el problema que le veía el ilustre filólogo don Antonio Quilis a los versos sueltos: que no pegan ni con su puñetero padre. Claro que ni ella se deja encajar ni es fácil encontrar, diga la dama lo que diga sobre sus votantes, una palabra sensata que rime con “Aguirre”. A mí se me ocurren muy pocas. Esta mujer, por más que a alguno le “pirre”, cuando se pone en plan “Roma no paga traidores” (Lamela, Prada y demás ajusticiados), entra en un estado tal de avinagramiento que, si te pilla cerca, corres el riesgo de que te “despachirre”.

Los socialistas, encenagados en la Semántica; los “populares”, angustiados con la Métrica; la jueza de turno, que no se deja enredar por la Retórica y condena al bocazas de Rigoletto Jiménez por injuriador y, sobre todo, por mentiroso, en un auto espléndidamente redactado y más claro que el agua; y, para colmo, el Papa Benito XVI, que es alemán, anda el pobre agarrando por el cuello a sus especialistas en Teología, Dogmática y Canon para que encuentren el modo de evitar que esta misma noche, la del jueves 26 de junio, se inicie el proceso acelerado de canonización de Iker Casillas, Cesc Fabregas, David Villa (mártir frente a Rusia), Fernando Torres (virgen de gol esta noche), David Silva, Daniel Güiza, Carles Puyol y por ahí seguido hasta completar la lista del equipo nacional de España, que ha ejecutado frente a los rusos una versión de El lago de los cisnes que habría dejado estupefacto a Sergei Diaghilev.[1] Inci, que de nacencia es muy poco futbolero, se quedaba literalmente pasmado viendo aquel ballet. Santidad: no se resista, por más bávaro que sea. Haga como este caballo, que hoy se ha caído para siempre de su San Pablo y ha comprendido que, cuando se juega así, el fútbol no sólo es cultura sino la belleza misma, la transfiguración del monte Tabor, la proximidad de Dios, la Vía Unitiva. Jamás, en toda mi vida, he visto jugar de ese modo.

Era tal la hermosura que eché de menos un poco de generosidad en el equipo español. Yo les habría dejado marcar un golito a los rusos, ustedes sabrán perdonarme; sólo uno, aunque para ello hubiesen tenido que formar nuestros jugadores dos filas y dejarles pasar entre sonrisas y frases de aliento. Gila me habría dado la razón: ¿por qué no pensó San Iker Casillas en que los rusos, a pesar de que sean rusos, también tienen madre? ¿Con qué cara recibirán esas pobres y sufridas mujeres a esos muchachos de colorao que esta noche se vieron apisonados, humillados y ofendidos, por nuestros asombrosos Nijinskys? ¿Cuál no será su sufrimiento? ¿Qué rubores y sofocos no pasarán esas dignas sobrevivientes de la tiranía soviética cuando, pasado mañana por la mañana, vayan al mercado y vean que la frutera le da con el codo a la pescadera y dice, señalándolas: “¡Mira, mira! ¡Esa es la madre del cuatropatas al que Xavi le metió el gol!”

Un caballero español, Iker, hijo, se habría dejado meter un golezuelo inclinándose ante Pavlyuchenko con la misma dignidad con que Ambrosio de Spinola reverencia a Justino de Nassau en La rendición de Breda de Velázquez. Esa actitud generosa está en el código genético de la mejor España.

Y ahí quería yo llegar. A la mejor España. Mi más sentido descoj… (perdón) pésame a Urkullu, Carod-Rovira, Puigcercós, Erkoreka, supongo que Anasagasti y demás cenizos que esta noche no querían que ganase Rusia sino que perdiese España, cuyo equipo estaba cuajadito de catalanes (sobre todo) y vascos. Pues les invito a hacer lo mismo que yo y que tantísimos miles de ciudadanos más, entre los que ojalá se cuenten ustedes: firmar el manifiesto en defensa de la Lengua Común (el castellano) que pusieron en marcha Fernando Savater, Álvaro Pombo y algunos más, y que ahora mismo cuenta ya con innumerables adhesiones de personas de todas las ideologías, colores políticos, tierras de origen y lenguas maternas. Cristóbal Halffter, Francisco Brines, Vargas Llosa, Gamoneda, Antonio López, Eduardo Arroyo, Rafael Canogar, Miguel Delibes, la lista es estremecedora. Se trata de defender nuestro tesoro común: el idioma de todos. Se trata de protegerlo de locos peligrosos, de aldeanos obtusos que pretenden impedir que, en las comunidades que tienen una lengua propia, se eduque a los niños en la lengua de todos, lo cual puede provocar una generación de analfabetos funcionales que aterra sólo de imaginarla.

Intentan criar nacionalistas antiespañoles y lo que pueden lograr es un suicidio cultural de sus comunidades. Imponer la lengua vernácula mediante el espeluznante método de impedir que los niños aprendan el tercer idioma del mundo globalizado es un crimen cultural del que algún día les pedirán cuentas esos mismos niños. Da igual que la iniciativa por la defensa del idioma de todos se le haya ocurrido a El Mundo; da igual que Rigoletto Jiménez trate de manipular la idea y llevarla a su estercolero ideológico para ponerse Dios sabe qué medallas. Da igual que esto trate de manipularlo la extrema derecha. Eso es lo de menos. El castellano, que hablan cuatrocientos millones de personas en el mundo y que se usa en más de mil universidades de los cinco continentes, está siendo agredido, en las tierras en que nació, por talibanes de campanario con mando en plaza que no saben (pero yo creo que sí lo saben y les da igual) el daño que están haciendo a aquellos a quienes dicen favorecer. No hay mayor atrocidad cultural que tratar de proteger una lengua embistiendo contra otra. El último animal al que se le ocurrió eso fue Stalin. Los idiomas sirven para que las personas se entiendan, no para que no se entiendan.

Incitatus les invita a que se sumen todos a ese Manifiesto por la Lengua Común que nada tiene de nacionalista ni de antinacionalista, por más que algunos y “algotros” se emperren en disfrazarlo así. Se trata de proteger un valiosísimo tesoro común que llevamos usando todos, pero todos, con absoluto provecho, desde hace nueve siglos. Como dice Federico Quevedo, yo espero que el “semántico” presidente Zapatero, que tanto disfruta leyendo a los mejores escritores en castellano, ponga su firma al pie de ese deslumbrante manifiesto. Como lo han hecho sus (nuestros) admirados Gamoneda y Halffter, como lo han hecho y lo van a seguir haciendo miles de intelectuales, escritores, artistas, creadores de todo género; miles de ciudadanos de todo origen, ideología, clase y condición que quieren a su lengua, que es la de todos. Y la cifra crece por momentos.

¿Ven como sí hay motivos para el optimismo?

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1. Con Marcos Senna, Ratzinger lo va a tener más difícil: ese morenín se pasa la vida reza que te rezarás. Claro que, en ese plan, a Luis Aragonés habría que nombrarle Doctor de la Iglesia, como a Santa Teresa. Y veremos qué pasa si, en la final, pierde Alemania ante este coro de ángeles. Pobre Papa.

Ilustraciones de Julio Cebrián

No hay quien escriba aquí esta noche de jueves, y eso es una delicia porque el follón que se ha montado en la calle –durará al menos hasta las tres, ya verán– demuestra que hay fundadas razones para sonreír, y no sólo por los chicos de la selección nacional de fútbol. Es verdad que sube el petróleo, que el dinero se encarece, que los precios se han vuelto locos, que el paro remonta su negro vuelo, que el superávit de las cuentas públicas se nos va como arena entre las manos y que el Euribor esto y que Estepona lo otro. Muy cierto. Pero caramba, reconózcanlo ustedes: España está viviendo un momento sociocultural de un esplendor que no se conocía en décadas.