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Carta a Nuestro Señor, para advertirle

Padre Nuestro que estás en los Cielos: Este caballo cansado te escribe hoy no para pedirte gracias, favores, mercedes… o cualquier otro tipo de vehículos, que suele

Padre Nuestro que estás en los Cielos:

Este caballo cansado te escribe hoy no para pedirte gracias, favores, mercedes… o cualquier otro tipo de vehículos, que suele ser lo corriente en la gente que se pone en contacto contigo, sino para avisarte de la que se te puede venir encima. En un correo electrónico que ha enviado hace unos días a numerosas personas, el escritor Luis Melero anunciaba su intención de suicidarse inmediatamente, ahora te explico por qué. No es, ni muchísimo menos, la primera vez que este pobre hombre, de quien tanto y tan bien hemos hablado en esta página durante años, anuncia su intención de privar al mundo del inmerecido privilegio de su presencia. Pero lo cierto es que nunca se ha decidido a abandonarnos, Señor. Esta vez, por lo visto, tampoco. El gimoteante e-mail (con fragmentos verdaderamente cómicos) en que explicaba a un primo lejano encima de qué mesa dejaba sus últimas voluntades, en qué rincón de la cocina se hallaba su ordenador viejo, a quiénes odia y a quiénes debe odiar testamentariamente el tal primo, ha sido una patochada, otra más, de este pobre viejo desquiciado y solo que lo está pasando muy mal no por culpa Tuya, Señor, ni desde luego mía, ni de su editora Blanca Rosa Roca, ni de Zapatero, ni de tantísimos amigos que pretendieron ayudarle y a los que ahora injuria con una ingratitud que da pavor, ni del universo mundo que le odia y le persigue y le amenaza de muerte, como él repite sin cesar en su delirio; ni siquiera es cosa de Satanás, que sería lo más socorrido. La culpa de lo que le pasa la tiene él. Sólo él.

Tú sabes cómo sucedieron las cosas, Señor. Tú recuerdas, sin duda, cómo este caballo se tropezó con Melero cuando éste estaba en la mariamagdalena calle (me he propuesto no poner tacos en esta oración que te elevo, oh Padre Celestial) y leyó un voluminoso manuscrito que Melero le entregó. Tú sabes que yo puse ese manuscrito, que me pareció y me sigue pareciendo muy bueno, en manos de Blanca Rosa, de Roca Editorial; que a ella le gustó tanto como a mí y gracias a eso se publicó La Desbandá, la gran novela de este hombre, y eso le devolvió a la vida. Otras tres novelas suyas, la verdad es que clamorosamente inferiores, publicó la misma editorial. Yo hablé bien, aquí y en todas partes, de ellas y de su autor. Era mi amigo.

Tú recordarás, Señor, como sin duda recordarán muchos lectores, el Cultiberio que se publicó el 16 de julio de 2005. Su parte final se titulaba “Toque de campana”. Este caballo, que a veces es más inocente que un cubo de fregar, pedía urgentemente ayuda a los lectores para Luis Melero, quien acababa de ser despedido de su trabajo en la empresa Comfersa “por pura envidia”, según juraba él… ¡y yo le creí! Melero estaba en la calle y necesitaba tres cosas: dinero en metálico para ir tirando, un trabajo y ayuda legal para demandar a la empresa. Incitatus hizo de caballero andante y logró, gracias a los lectores –que son lo más bueno y generoso que ha visto el mundo desde Prometeo y su mechero– una muy apreciable cantidad de euros para Melero y, esto sobre todo, que cinco despachos de abogados: creo recordar que dos suizos, uno alemán, uno italiano y uno español, se pusiesen gratuitamente al servicio del humillado escritor para poner de rodillas a la maléfica empresa repleta de envidiosos.

Melero se quedó los euros, no faltaba más, pero dio largas a los abogados… y nunca les llamó, Señor. Nunca.

¿Por qué? Inci se cayó del guindo cuando se presentó en la sede de la empresa, inflamado de indignación por lo mal que habían tratado a su amigo, y les anunció, muy chulo, que iba a hacer un reportaje en un prestigioso medio nacional (la revista TIEMPO) sobre tamaña tropelía.

Nunca he pasado tanta vergüenza en toda mi vida profesional, Señor. Jamás. Todo era mentira. Todo. Aquellas personas me pidieron que me calmara, me trataron con una enorme piedad y empezaron a enseñarme papeles. Vi con mis ojos expedientes, denuncias, quejas, cientos de documentos. Hablé a solas con varios empleados que habían tenido que soportar a este tipo. Tenían razón. Melero había sido despedido con todas las de la ley porque se comportaba como un desquiciado, un paranoico, un loco iracundo que no causaba más que problemas. Yo, rojo como la grana, pedí perdón y me fui. Melero me había mentido de la manera más ruin. Se había aprovechado de mí, de mi amistad, de mi buena fe y –esto fue lo que más me dolió– de la generosidad de los lectores de El Confidencial. Se había comportado como un auténtico hijo de… mariamagdalena.

Pero no aprendí, Señor. Qué burro soy a veces. Perdoné aquella canallada. No me preguntes por qué: no lo sé. Ni siquiera le dije nada. Era mi amigo, me repetía yo… Errores los cometemos todos… Estas cosas pasan, tú tampoco eres perfecto… Dediqué meses enteros a llamar por teléfono a amigos, conocidos, compañeros. Buscaba colaboraciones en Prensa para Luis Melero, en Madrid o en cualquier sitio; artículos, columnas, cosas de viajes, que hiciera entrevistas, lo que fuera. Alguna vez tuve éxito pero, como pasa siempre, la mayoría no. Gracias a mis ruegos –por no llamarlos súplicas– logré que Melero publicase un libro, Colón: el impostor, en Temas de Hoy, donde me echó una mano la mil veces admirable y querida Anita Lafuente. Mi amigo Rafa Martínez Simancas hizo cuanto pudo por lograr un espacio para él en El Mundo. No hubo suerte.

Pero no era cuestión de suerte, Señor. Tú lo sabes mejor que nadie. Cuando Melero empezó a decir (perdón: a gritar) atrocidades primero de sus editoras en Roca Editorial, que le había sacado de la gehena, por no decir mierda; y luego de Anita Lafuente, y después de los presentadores de sus novelas –el caso del malagueño Juan Gaitán me dolió en el alma–, y a renglón seguido de todas las personas que, en un momento u otro, le habían echado un cable o se habían interesado por él, empecé a darme cuenta, ¡imbécil de mí!, de que algo no iba bien en aquella cabeza tan estrepitosamente teñida de rubio para disimular, con patéticos resultados, su edad.

Melero estaba enfermo, Señor, y yo no me di cuenta. Lo estaba y lo está, lo que pasa es que ahora, imagino, ya no tiene remedio. Melero, a quien yo invitaba constantemente a comer, a cenar, a la Ópera, al teatro, a conciertos, a que conociese gente que podría ayudarle, padece una esquizofrenia paranoide de caballo (y está mal, ya lo sé, que Incitatus haga esa comparación). Nunca ha querido reconocer que tiene un problema mental y, como es lógico, jamás ha acudido al médico para que le ayuden. Sé lo que le pasa por médicos a los que he relatado su caso. Cada vez con más frecuencia, y sobre todo con más violencia, se comportaba en público como un loco peligroso. Le sobrevenían unos ataques de ira inauditos y era imposible saber por qué. Hay varios restaurantes a los que yo ya no puedo volver, Señor, después de los Tus Hijos (o sea, de los cristos) que montó este pobre demente, que no hacía más que chillar barbaridades contra quienes trataban de ayudarle.

Un día, claro, me tocó a mí; estaba de Ti, o sea, de Dios. Comencé a separarme de él después de uno de aquellos ataques de furia destructiva en un sitio que se llama La Recoba, en la madrileña calle de La Magdalena, y fue el 10 de marzo de 2005, en la cena a la que le invité después de llevarle al concierto, que presidieron los Reyes en el Auditorio Nacional, en memoria de los asesinados en el 11-M. Yo hice una pregunta sonriente: “Bueno, ¿cómo van las cosas?” Y ahí el tipo entró en erupción como nunca antes. Empezó a chillar como una fiera que se iba a suicidar (no fue la primera vez que se lo oí, pero sí la que lo gritó más alto), que todos le robaban, que Zapatero le había dejado sin patria, que sus editoras eran unas lesbianas que se habían propuesto hundirle, que tal y que cual.

Hoy es el día, Señor Misericordioso, en que, en los e-mails que envía cada poco a Ti y a Nuestra Señora (o sea, a Dios y su Madre), y ese blog que tiene y que nadie lee (no he visto un solo comentario a ninguno de sus enloquecidos post), ya no se salva nadie. La editora que le sacó de la nada, y a la que debe dinero por adelantos que él recibió por novelas impublicables, es, según él, una lesbiana, ladrona, defraudadora y, desde luego, inculta e ignorante: el insulto preferido de alguien que no tiene estudios y que, hace tres años, no sabía quién era Rachmaninov. Yo soy un borracho lameculos y pederasta, que hay que ver, Señor: mira que me han llamado cosas raras en esta vida, pero eso de “pederasta” te juro que es la primera vez. Claro que esa obsesión por las injurias sexuales es típica en alguien que, en su Málaga natal, llamarían (perdón, Señor) mu mal follao. Otros amigos que han tratado de ayudarle son igualmente ignorantes, ridículos y ¡calvos! Y por ahí seguido. Ah, y lo de siempre: que por nuestra culpa se va a suicidar, porque no tiene qué comer ni dónde vivir (le van a echar de su apartamento por no pagarlo) y nosotros somos, claro, sus “asesinos”.

Yo no le deseo ningún mal a este Melero, Señor, Tú lo sabes. Ha sido mi amigo, le he querido mucho y me ha enseñado cosas muy útiles. Una de las más notables, que no es incompatible ser un enfermo mental y, a la vez, un grandísimo hijo de mariamagdalena. Hasta que le traté y le conocí bien, yo pensaba que lo primero no dejaba sitio para lo segundo. Estaba equivocado.

Te pido, Señor (siempre acabamos todos pidiéndote algo), que hagas un milagro pequeño, algo nada difícil: que algún santo vivo de esos que tú conoces logre que a Luis Melero, el que fuera muy estimable escritor y hoy no es más que un pobre loco que no está en condiciones de valerse por sí mismo, lo ingresen lo antes posible en alguna institución pública en la que cuiden de personas como él: ancianos enfermos mentales que no tienen quien les quiera… aunque esto último se lo hayan ganado más que a pulso.

Porque no se va a suicidar, Señor. Vamos, yo estoy convencido (y ojalá no me equivoque) de que esta es otra más de sus chifladuras. Ah, y esto es lo que quería advertirte, oh Padre de Bondad: más vale que no permitas que este bobo cometa una tontería porque, como se te plante en la puerta del Cielo, ya sabes lo que te espera: en menos de tres días, a San Pedro le va a llamar calvo, gordo, ignorante e inculto, y voceará que niega fatal a los demás, no como él, que es un artista en eso; maldecirá de tal modo de unos y de otros que, antes de lo que esperas, San Cosme se enfadará con San Damián, los santos Justo y Pastor se llamarán de todo, y Cirilo y Metodio se irán a vivir a nubes distintas después de tantos años; a san José le llamará impotente, dirá que Marta y María de Betania eran lesbianas; se cabreará muchísimo contigo porque hayas permitido la publicación de los libros de Santo Tomás y San Agustín, esos “inútiles que no saben construir una frase” y que, como todo el mundo sabe, escriben mil veces peor que él, y a tu Hijo Jesús, estate seguro, le llamará alcohólico por lo del vino de la Última Cena y pederasta por aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí”. Te va a poner el Cielo que ni la corrala de La verbena de La Paloma.

Ah, y ni se te ocurra mandarlo al Infierno: bastante mal está ya lo de la crisis como para que el pobre Satanás acabe también en la cola del paro.

En cualquier caso, oh Padre Celestial, te envío ya, por anticipado, la oración que le dedico para cuando lo llames ante Ti: “Tanta gloria tengas como descanso nos dejas”.

Amén.

Ilustraciones de Julio Cebrián

Padre Nuestro que estás en los Cielos: