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Han puesto al Bufón al mando
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Han puesto al Bufón al mando

Albert Boadella acaba de comenzar su periodo, me temo que breve, al frente de los Teatros del Canal, que vienen a ser para doña Cuaresma Aguirre

Albert Boadella acaba de comenzar su periodo, me temo que breve, al frente de los Teatros del Canal, que vienen a ser para doña Cuaresma Aguirre más o menos lo mismo que la Gran Pirámide fuera para el faraón Keops. Con la sola diferencia de que a doña Cuaresma la enterrarán en otro sitio. Supongo.

 

Para mí tengo, hermanos, que esta mujer no sabe lo que ha hecho. Boadella es no sólo uno de los más grandes y puros hombres de teatro que ha dado España desde Calderón, sino, precisamente por eso, un tipo minuciosamente ingobernable. Su declarado, espectacular y espasmódico antinacionalismo catalán viene no del franquismo, ni tampoco de la derecha culturalmente rancia que le sucedió, sino de los aires de la Ilustración, de la Enciclopedia, del universalismo erasmista y, por ahí seguido, de las Coplas de la Panadera, que no tienen nada que ver ni con Cataluña ni con el nacionalismo, pero que son tan golfas y tan iconoclastas como él.

Boadella no es Molière, no es Shakespeare, no es el Lope de Vega mendigándole a un duque dos varas de paño. Boadella es el Bufón, y así lo ha dicho él siempre con todo orgullo. O sea el más inteligente personaje que había en las cortes del Medievo. El único que tenía el privilegio de decir lo que pensaba delante del rey y de los nobles. El que tenía bula para escarnecer. El que despreciaba, supongo, el poder al que fingía servir, a condición de que ese poder fingiese no temerle. Y doña Cuaresma, para meter el dedo en el ojo a los nacionalistas aldeanos que han obligado a Boadella a ausentarse de Cataluña, ha puesto al Bufón al mando de su más querida pirámide cultural. Lo mejor será que vayamos abrochándonos los cinturones.

Esto que ha sucedido me parece no un error sino más bien un milagro. Doña Cuaresma sabe perfectamente –lo lleva haciendo toda la vida– que en los puestos de responsabilidad hay que poner no necesariamente a gente preparada, sino sobre todo obediente. Lo que ha hecho con Telemadrid, por ejemplo, no tiene nombre ni parangón en la historia de la manipulación de un medio que se supone público, y sé bien que manipulaciones ha habido y sigue habiendo muchas… Pero ninguna ha llegado, ni por lo más remoto, a tales extremos. Ni mandando los unos ni mandando los otros. La televisión peneuvista vasca es un prodigio de solaz, pluralismo y respeto al adversario comparada con Telemadrid. La catalana, lo mismo. Y la andaluza, que también hay que echarle de comer aparte, ¿eh? Pero seamos justos: ver Telemadrid rejuvenece. Te sientes en otra época. Sólo faltan los ilustres David Cubedo, Matías Prats (padre) y, desde luego, el inolvidable padre Urteaga con sus sermoncillos tan alegres para hacer felices a los demás. Que éramos nosotros, pobrecitos.

Yo no sé si doña Cuaresma, tan piadosa, tan feliz ella entre los frufrús ensotanados de los roucos y los várelas, vio alguna vez Teledeum, una de las obras maestras de Boadella con Els Joglars. Aquello era el escarnio más brillante y desternillante que guardo en mi memoria sobre curas, cleros y religiones. El pasaje en que dos clérigos empiezan a insultarse ferozmente, usando sólo y nada más que pasajes de las Sagradas Escrituras, y desde luego dando la cita exacta al final de cada improperio, es de los que no se olvidan. Bien, ¿sabe la requetepía presidenta madrileña que ha puesto al mando del diamante más preciado de su gargantilla condal al tipo que escribió eso? ¿Recordará doña Cuaresma que en numerosas ciudades de España hubo amenazas de bomba, y algunas cumplidas; bofetadas, cargas policiales, detenciones e, invariablemente, un clamor terrorífico de los obispos contra aquella “blasfemia”?

Yo creo que sí lo sabe. Pero debe de pensar esta mujer que, con un “cargazo” y con un “sueldazo” (que tampoco es para tanto), ha logrado domesticar, amansar a la fiera. Está acostumbrada a hacerlo, ella y muchos más de todos los partidos y gobiernos. Pero esta vez, si piensa eso, ha cometido la más impresionante metedura de pata de toda su vida. A Boadella no se le puede domesticar, eso es imposible. No se le puede espedirigir, por la misma razón por la que es imposible lograr que los okapis sobrevivan a la cautividad. Es algo que está en su misma naturaleza.

Boadella es un rara avis que está en este mundo para reírse de los zafios, de los cutres, de los aldeanos, de los poderosos/presuntuosos, de los mitos, de las reverencias y de los mangantes de toda laya y condición. De todos, sin distinción de credos, posiciones políticas o lugares de nacencia. Y no ha tenido miedo jamás, ni cuando se rió de Franco, ni cuando ridiculizó a los militarones de entonces, ni cuando se metió con Daaaaalí o con Josep Pla, ni cuando logró que cientos de miles de personas llorasen de risa a propósito de Jordi Pujol (Ubú) y sus nacionalistas. Es, repito –repite él siempre– el gran Bufón, el mejor y más egregio Bufón de la historia de España, y si Velázquez no lo pintó y lo puso en el Prado fue nada más que porque nacieron en épocas distintas… y casi diría que ni así: Boadella habría posado para el sevillano, sin duda, pero antes hubiese untado con engrudo la silla donde éste se tenía que sentar. Como mínimo.

Este caballo, ya en sus horas postreras, se sienta a esperar. Puede que tarde un poco, pero sin la más leve duda estallará la cuchufleta genial (y brutal) del payaso. Porque a Boadella le pasa lo que al cariño verdadero: no se le puede comprar ni vender. Y mucho menos alquilar. Si doña Cuaresma no sabe eso, a estas alturas, va lista.

Me imagino al gran Albert escribiendo a escondidas, en su ordenador portátil, una burla gigantesca sobre espías y espiados, trincones y trincados, indignantes e indignados; con un señor vestido de toga que va dejando disimuladamente tras de sí, al moverse por el escenario, un rastro húmedo de papeles; un ministro escopetero subido al caballo de cartón del conde-duque de Olivares en el retrato ecuestre de Velázquez, y, presidiéndolo todo, a Espe entronizada como la reina de Saba, magnífica sobre una inmensa peana. Pero la peana es de queso y se la van comiendo, poco a poco, los ratones de su propio partido. Ah, claro, y un señor gallego y con barba, muy triste, muy pobremente vestido, cargado de cadenas, que no hace más que recitar el monólogo de Segismundo: “Apurar, Cielos, pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo…”

Este caballo no se piensa perder, a partir de hoy, ni uno solo de los estrenos de las Pirámides Teatrales del Canal. Porque en el momento más inesperado sacará el gran Bufón sus galas y cascabeles, sus burlas que siempre son veras, y lo que nos vamos a reír ese día no se paga con nada.

Y vamos recogiendo ya…

 

 

Albert Boadella acaba de comenzar su periodo, me temo que breve, al frente de los Teatros del Canal, que vienen a ser para doña Cuaresma Aguirre más o menos lo mismo que la Gran Pirámide fuera para el faraón Keops. Con la sola diferencia de que a doña Cuaresma la enterrarán en otro sitio. Supongo.