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El dinero es una ficción. ¿Por qué crees en él?
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

El dinero es una ficción. ¿Por qué crees en él?

La fe en el dinero consiste en creer que una moneda, un trozo de papel o una transacción electrónica, que en sí no tienen valor, serán aceptadas por otros a cambio de cosas que sí lo tienen

Foto: 'El cambista y su mujer'. (Museo del Prado)
'El cambista y su mujer'. (Museo del Prado)

La religión y el dinero son, probablemente, las dos ficciones más exitosas de todos los tiempos. Ambas cosas, aunque parezcan de una naturaleza completamente distinta, se basan en la fe. En el caso de la religión, ésta parte de la fe en la existencia de un dios, en una serie de acontecimientos propiciados por él y en unas reglas morales determinadas que, si se respetan, pueden garantizar una recompensa en la otra vida.

Foto: Estanco. (EFE) Opinión

En el caso del dinero, aunque ahora no pensemos mucho en ello, la fe es más simple y a la vez mucho más complicada: consiste en creer que una moneda, un trozo de papel o una transacción electrónica, que en sí mismos no tienen ninguna clase de valor, serán aceptadas por otros a cambio de cosas que sí lo tienen, como una barra de pan, unos zapatos o un coche.

Durante mucho tiempo, como explica maravillosamente 'Dinero', de Felix Martin (RBA), se pensó que el dinero solo era un sustituto muy sofisticado para superar el trueque, es decir, el intercambio de unas mercancías por otras. Como era difícil encontrar oportunidades de trueque -tú tenías que tener, por ejemplo, el pescado que quería otra persona a cambio de sus abalorios; de lo contrario, te quedabas sin abalorios-, se inventó el dinero, que era una mercancía que todo el mundo aceptaba porque estaba emitida por la autoridad gubernamental y, además, tenía un valor en sí misma, porque durante la mayor parte de la historia las monedas se han fabricado con metales preciosos como la plata o el oro.

Sin embargo, esto no es cierto, dice Martin. El dinero no fue un sustituto del trueque, sino más bien una tecnología paralela basada en la confianza: tú aceptabas una moneda a cambio del pescado que vendías porque sabías que luego el artesano aceptaría esa moneda a cambio de unos abalorios, y este sabia que luego podía ir con esa misma moneda y obtener un hacha, y así sucesivamente. La clave del dinero consiste en que puedes estar seguro de que los demás lo valoran igual que tú (al menos nominalmente en épocas sin alta inflación, pero no compliquemos las cosas), que la sociedad ha hecho una especie de pacto según el cual 1 o 10 o 100 unidades de moneda tienen para todos el mismo valor y todo el mundo las acepta para comerciar. Esto es aún más cierto desde que las monedas -sean de metal, papel o simples anotaciones electrónicas- carecen de valor intrínseco: no son mercancías sino, como dicen los economistas, monedas fiduciarias, basadas en la fe en su valor.

Un mundo sin papel moneda

Un nuevo libro, 'Reduzcamos el papel moneda' (Deusto), del conocido economista de Harvard Kenneth S. Rogoff (que fue coautor de uno de los primeros grandes éxitos sobre la crisis actual, 'Esta vez es distinto. Ocho siglos de necedad financiera', FCE) parte de esta premisa para hacer una propuesta osada: dado que el dinero en metálico no tiene valor en sí mismo sino como muestra de confianza, ¿por qué seguir teniendo dinero físico? Si ya no solo confiamos en el dinero en efectivo, sino también en las tarjetas de débito y crédito y los movimientos en nuestra cuenta corriente, ¿por qué no reducir al máximo los billetes y las monedas?

Dado que el dinero en metálico no tiene valor en sí mismo sino como muestra de confianza, ¿por qué seguir teniendo dinero físico?

Sobre todo, como explica con una montaña de datos, porque extravagancias como los billetes de 500 euros o de 100 dólares, por lo general, solo sirven para hacer pagos en negro, eludir impuestos y llevar a cabo actividades ilegales como el tráfico de drogas o de personas. La mayoría de nosotros ni siquiera tiene esos billetes jamás; los malos -los corruptos, los corruptores, los delincuentes- los acumulan.

El libro es muy complejo (soy testigo, puesto que soy el traductor de la versión española), pero su osada propuesta es extremadamente interesante. Dejaré que los economistas se ocupen de la conveniencia o no de reducir la circulación del efectivo al mínimo posible: es un asunto que despierta muchísima controversia, porque eliminar o reducir el papel moneda y sustituirlo casi por completo por el dinero electrónico nos obligaría a confiar aún más en nuestros gobiernos, bancos centrales y bancos en general. Pero al mismo tiempo, como explica Rogoff, podría suponer un gran aumento de las recaudaciones fiscales de los gobiernos, que podrían dedicar esos ingresos extra a buenas causas, y un descenso del crimen organizado.

Dejarse caer de espaldas

Pero veamos las cuestiones culturales. Porque, así como no podríamos entender nuestra cultura sin la religión, tampoco podemos hacerlo sin el dinero. Somos, como se ve, animales de fe: muchas de nuestras actividades, por no decir todas, se fundamentan en la idea de que podemos prever cómo se van a comportar los demás, o hasta dios. ¿Recuerdan ese juego aterrador, habitual en campamentos de verano, que consistía en que uno se subía a una mesa y se dejaba caer de espaldas con la promesa de que sus compañeros le recogerían e impedirían que cayera al suelo? La vida en sociedad es, en cierto sentido, eso: apostar a que los demás harán lo que uno cree -o espera- que harán. Si ahorro euros ahora, en el futuro el dinero ahorrado tendrá valor, ¿verdad? Si me porto bien, se me abrirán las puertas del cielo, ¿no?

La vida en sociedad es, en cierto sentido, eso: apostar a que los demás harán lo que uno cree -o espera- que harán

Pero para seguir viviendo con cierta normalidad tenemos que seguir creyendo en estas ficciones y muchas otras: en cierta medida, las naciones están basadas en ficciones sobre su historia o su carácter benéfico e inclusivo; también lo están muchas de nuestras creencias personales, como la de que si haces lo que debes te irá bien o que la cultura nos hace mejores personas. Incluso quienes creemos en el carácter benéfico de la educación en los hechos y no en las ideologías, el respeto a la conversación pública basada en datos o la ciencia como gran motor del progreso debemos reconocer que una parte inmensa de la existencia humana está basada en la fe. Muchas de las cosas más ostentosamente materiales están basadas en la fe.

Cuando los novelistas afirman que el rasgo principal de los humanos es que somos una especie que se cuenta historias, seguramente tienen razón. La historia que nos contamos de que un billete de 20 euros vale 20 euros es una de las más sofisticadas: ese billete solo vale 20 euros si todos aceptamos que vale 20 euros. No hay ninguna otra razón (bueno, el estado ejerce cierta coerción ahí, porque solo acepta que le paguemos los impuestos en una determinada moneda y hace sus pagos en ella, pero nada nos impide utilizar otras monedas distintas de la oficial en nuestra vida cotidiana).

Vayamos o no hacia una desaparición paulatina del papel moneda, tengo para mí que este seguirá estando en el centro de nuestra vida simbólica. Lo pensaba el otro día frente a 'El cambista y su mujer', un pequeño cuadro de Marinus van Reymerwaele de 1539 que está en el Museo del Prado, en el que un banquero y su mujer pesan, cuentan y anotan las monedas que tienen encima de la mesa en una habitación llena de desorden. En ese contexto, el dinero parece aportar orden, una manera cuantificable de valorar las cosas, un estatus objetivo. La mayoría de nosotros ya no solemos contar el dinero con orgullo burgués como esa pareja, sino con pavor a su escasez, y más bien lo hacemos mirando espantados el extracto bancario en la pantalla del ordenador o del móvil. Sea en pedazos de metal o de papel, sea en bits, la ficción del dinero parece que durará para siempre. Quién sabe, quizá más que la de la religión.

La religión y el dinero son, probablemente, las dos ficciones más exitosas de todos los tiempos. Ambas cosas, aunque parezcan de una naturaleza completamente distinta, se basan en la fe. En el caso de la religión, ésta parte de la fe en la existencia de un dios, en una serie de acontecimientos propiciados por él y en unas reglas morales determinadas que, si se respetan, pueden garantizar una recompensa en la otra vida.

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