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No es la luchas de clases, es la lucha entre generaciones
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

No es la luchas de clases, es la lucha entre generaciones

La terrible dificultad con que se producen las cesiones del poder de una generación a la siguiente, y los conflictos ideológicos entre ellas, es uno de los temas centrales de la cultura occidental

Foto: 'Saturno devorando a sus hijos'
'Saturno devorando a sus hijos'

El conflicto generacional es tan antiguo como la humanidad. Ahora nos llama la atención porque estamos viviendo uno más de sus episodios: la supuesta nueva política contra la vieja; los escritores y periodistas recientes frente a los que han superado la sesentena; los jóvenes ejecutivos que creen que quienes siguen detentando el poder en las empresas, tanto las grandes cotizadas como las pequeñas de carácter familiar, no tienen una formación cosmopolita ni la comprensión del mundo actual de la que ellos presumen. Pero nada de esto es nuevo.

La terrible dificultad con que se producen las cesiones del poder de una generación a la siguiente, y los conflictos ideológicos entre ellas, es uno de los temas centrales de la cultura occidental. El titán Cronos -Saturno en la mitología romana- se come a sus hijos por miedo a que le quiten el poder, como retrató el célebre cuadro de Goya. El rey Lear enloquece cuando, al estar dispuesto a legar el reino a sus tres hijas, pero solo si estas le adulan sin límite, no entiende que una de ellas no lo haga. En 'Pastoral Americana', de Philip Roth, una hija está dispuesta a destruir su vida -convirtiéndose en terrorista y prófuga- únicamente para hacer ver a su padre que le asquea su forma de vida burguesa y convencional.

Es un conflicto al mismo tiempo razonable y cansado.

Foto: Las diferencias políticas entre las generaciones de españoles cada vez son más acusadas Opinión

Es razonable porque los jóvenes tienen prisa por alcanzar la respetabilidad -aunque, paradójicamente, a menudo sea mediante la provocación- y los beneficios que esta acarrea en forma de prestigio, reconocimiento y, con suerte, dinero y poder. Es razonable porque los escritores, políticos, catedráticos o consejeros delegados que creen haber hecho un buen trabajo a lo largo de su vida se resisten a ser dejados de lado, como si de verdad fueran las antiguallas que los jóvenes ven en ellos. Los jóvenes piensan: “quitaos ya, ahora nos toca a nosotros; además no tendremos vuestras carencias históricas”. Los viejos replican: “no estáis preparados aún, tened paciencia y sed humildes”. Como alguien que no es viejo ni joven, puedo entender las dos posturas.

Viejos y jóvenes

Pero también es cansado porque se trata de un conflicto tan antiguo, tan reiterado, tan imposible de evitar, que ya deberíamos estar vacunados contra él o, al menos, considerarlo algo natural, una lata irremediable. Los argumentos de los mayores tienen sentido. Al mismo tiempo, su sensación de que el pasado era mejor en términos intelectuales o pragmáticos viene dada porque todos pensamos que los tiempos de nuestra juventud y mejor momento físico fueron preferibles a los que coinciden con la vejez y sus debilidades. Los viejos deberían recordar que, en muchos casos, ellos mismos fueron el objetivo de críticas muy parecidas a las que ahora dedican a quienes son jóvenes: que hacían una revolución absurda, que estaban renunciando a la gran tradición humanista, política o económica en favor de nuevas teorías sin probar. Y los jóvenes deberían asumir que no es la inquina ni la mala fe lo que hace que los viejos quieran seguir siendo protagonistas e influir en el destino del mundo; de hecho, si les va bien, lo más probable es que se comporten de manera parecida cuando sean ellos los mayores asentados en el sistema. Los héroes de la retirada, por decirlo con la expresión de Javier Cercas, escasean.

Los viejos deberían recordar que, en muchos casos, ellos mismos fueron el objetivo de críticas muy parecida

Sin embargo, lo más triste o cómico de quienes llevan a cabo estas enconadas disputas generacionales -de las que yo, por supuesto, también he participado- es que con frecuencia son personas cultas y preparadas, pero incapaces de ver que su papel se ha reiterado una y otra vez en la historia, la cultura y el pensamiento político que tan bien conocen. Bastaría ver o leer las tres obras que citaba antes para no llevarse las manos a la cabeza. No, la nueva manera de ver el mundo -su forma de relacionarse, hacer cultura o producir dinero- no es necesariamente una expresión de decadencia, sino la muestra, mil veces explicada por los clásicos, de que la única constante en la historia humana es la transformación. Tampoco, por supuesto, tenemos ninguna garantía de que lo nuevo sea mejor que lo viejo.

Pero, por supuesto, hay especificidades. En España está la realidad de la Transición: los hombres y mujeres -más los primeros- que alcanzaron el poder cultural, político o periodístico en aquel momento de profunda reconfiguración de toda clase de instituciones ocuparon sus importantes puestos siendo muy jóvenes y aún hoy, en algunos casos, siguen al frente de ellas. Eso es un hecho. Pero también es cierto que entonces ese cambio generacional se produjo, de un modo parecido, en otros países que eran democracias consolidadas, como Francia, Estados Unidos o Gran Bretaña.

Paradojas

Se ha producido además un cambio tecnológico importante, y eso hace pensar que los jóvenes están mejor preparados para entender el mundo que viene. Aunque es cierto, se tiende a infravalorar que todas las generaciones experimentan cambios tecnológicos profundos: la generación que ahora se jubila fue, a fin de cuentas, la que inventó internet, la primera que escribió en ordenador y la que usó primero los teléfonos móviles.

Ni siquiera aquellos objetivamente más preparados pueden estar seguros de que llegado el momento podrán gozar de una posición estable

También es un hecho que los jóvenes españoles parten en una situación paradójica, porque aunque el país es una democracia asentada y comparativamente rica, está claro que su posición es peor que la de sus antecesores: tardan más en incorporarse a puestos de trabajo seguros y bien pagados, fundan más tarde sus familias, y ni siquiera aquellos objetivamente más preparados pueden estar seguros de que llegado el momento podrán gozar de una posición estable, y suspirar aliviados.

En los años posteriores a la gran crisis financiera, se ha repetido con frecuencia la frase del gran pensador marxista Antonio Gramsci según la cual entre que el mundo viejo se muere y el nuevo no acaba de llegar, se producen monstruos. Es cierto. Pero los jóvenes deben aprender que esa clase de situación no es excepcional, sino la norma histórica. Es probable que la lucha de clases sea una realidad, pero la que se produce entre generaciones es seguramente aún más ubicua. Asumámosla con resignación y una beligerancia educada. Pero, por favor, no pongamos cara de sorpresa.

El conflicto generacional es tan antiguo como la humanidad. Ahora nos llama la atención porque estamos viviendo uno más de sus episodios: la supuesta nueva política contra la vieja; los escritores y periodistas recientes frente a los que han superado la sesentena; los jóvenes ejecutivos que creen que quienes siguen detentando el poder en las empresas, tanto las grandes cotizadas como las pequeñas de carácter familiar, no tienen una formación cosmopolita ni la comprensión del mundo actual de la que ellos presumen. Pero nada de esto es nuevo.

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