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'The Economist', el semanario para ricos biempensantes (que todos deberíamos leer)
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

'The Economist', el semanario para ricos biempensantes (que todos deberíamos leer)

La revista británica cumple 175 años. El legado de una publicación histórica

Foto: Homer Simpson con su ejemplar de 'The Economist'
Homer Simpson con su ejemplar de 'The Economist'

El semanario británico 'The Economist' fue fundado hace justo ahora 175 años, en 1843. Su objetivo, según declaró en el primer número, era tomar partido en “un agrio enfrentamiento entre la inteligencia, que quiere avanzar, y una ignorancia indigna y pusilánime que obstruye nuestro progreso”. Debajo de esa grandilocuencia, sin embargo, había un asunto de impuestos: su fundador, James Wilson ―un fabricante de sombreros escocés―, se oponía a las llamadas “leyes del grano” que, para proteger los ingresos de los terratenientes ingleses, imponían un arancel a los cereales importados. Esas leyes provocaban que el pan fuera caro y que las hambrunas se produjeran con frecuencia. De hecho, se derogaron poco después, pero el periódico siguió con su propósito: defender una rama singular del liberalismo.

Aunque era, según su propia definición, un “periódico político, literario y general”, su contenido principal era la información económica basada en los hechos y el rigor. Se dirigía a los “hombres de negocios” y propagaba la buena nueva del libre comercio, la limitación de las interferencias del gobierno y el internacionalismo (algo que en esa época no andaba muy lejos de lo que hoy llamamos colonialismo).

placeholder Ejemplar de 'The Economist' de 1846.
Ejemplar de 'The Economist' de 1846.

'The Economist' se ha publicado de manera ininterrumpida durante estos 175 años, y no ha variado sustancialmente su ideología: ha mostrado entusiasmo por la globalización, es partidario de leyes de inmigración abiertas y fue pionero en la defensa del matrimonio homosexual y de la legalización de la droga. Es cosmopolita, aborrece las dictaduras y los líderes de carácter populista ―ha dedicado portadas muy críticas a presidentes y primeros ministros como Putin, Erdogan, Berlusconi o Trump― y, aunque nunca le encantó el euro, se ha opuesto al Brexit.

Pero el semanario ―que tiene alrededor de un millón y medio de suscriptores en todo el mundo― es tan idiosincrásico que resulta fácilmente parodiable. Sus artículos, por lo general, no llevan firma, cosa que algún crítico ha atribuido a la edad de sus corresponsales. “La revista está escrita por jóvenes simulando que son viejos”, dijo el periodista financiero Michael Lewis. “Si los lectores estadounidenses pudieran echar un vistazo a las juveniles caras de sus gurús económicos, cancelarían sus suscripciones en masa”. Hasta la serie de dibujos animados 'Los Simpson' se mofó de su cosmopolitismo, haciendo que un ufano Homer Simpson leyera un ejemplar en un avión y le dijera a Marge: “Mírame, estoy leyendo 'The Economist'. ¿Sabías que Indonesia se encuentra en una encrucijada?”. Y a veces puede parecer una especie de relaciones públicas del rico biempensante: muy a favor del libre comercio, la innovación y la cultura sofisticada, pero muy en contra del racismo y de todo lo que no suene… bueno, a rico y sofisticado. Bill Gates afirmó que “leo 'The Economist' de cabo a rabo porque su contenido me hace pensar de manera crítica sobre el mundo”.

La parodia es certera, pero la afirmación de Gates también. Cuando uno se suscribe a 'The Economist' se vuelve adicto a él y a la sensación de que entiende el mundo. Es una percepción falsa. Mi experiencia reiterada como lector es que cuando leo un artículo sobre la exportación de materias primas rusas o la deriva represora del gobierno birmano ―asuntos sobre los que no sé absolutamente nada―, me quedo satisfecho, pero cuando se trata de la política o la economía española ―asuntos sobre los que sé algo más― se equivoca tanto como cualquier otro medio. (No quiero ser injusto, el actual corresponsal de 'The Economist' en España, Michael Reid, no solo no es joven, sino que es muy bueno.) Es decir, es un medio global que te crea la fascinante sensación de que, con solo unas horas de lectura a la semana, puedes tener el mundo en la cabeza. Como me dijo hace unos años “off the record” un célebre historiador británico, en realidad es la visión del mundo que tienen unos pocos centenares de licenciados en las universidades de élite británicas.

placeholder El humor es una de las armas que siempre ha tenido el semanario.
El humor es una de las armas que siempre ha tenido el semanario.

Todo esto es cierto, pero 'The Economist' es una gran institución, y aunque esté sujeta a los sesgos de quienes la conforman, es imprescindible. En este 175 aniversario de su fundación ha hecho algo inusual: organizar varios actos y publicar una serie de artículos que examinan, y en muchas ocasiones critican, su propia tradición de pensamiento: la liberal. La directora del semanario, Zanny Monton Beddoes, entrevistó al archienemigo del liberalismo biempensante, Steve Banon, ex jefe de estrategia de Donald Trump: la confrontación de ideas, argumentó Beddoes ante quienes criticaron que diera voz a Bannon, siempre es mejor que un silencio timorato. El ejemplar de la revista de la semana pasada, que celebraba el cumpleaños, reconocía que era razonable pensar que quienes defienden el orden establecido pertenecen a una “élite liberal”. “Hoy en día ―decía―, el liberalismo debe escapar de su identificación con las élites y recuperar su espíritu reformista”. O, en su programa para repensar el futuro de un liberalismo en crisis, criticó la deriva antiliberal que con frecuencia adoptan los liberales demasiado persuadidos de su propia bondad. “Con demasiada frecuencia, en tiempos recientes, las reformas liberales han sido impuestas por jueces, bancos centrales y organizaciones supranacionales que no rinden cuentas –decía en otra parte–. Quizá la parte más fundada de la presente reacción contra el liberalismo sea la ira que la gente siente cuando sus panaceas les son impuestas con condescendientes promesas de que así les irá mejor”. No es muy frecuente encontrar tanta autocrítica.

Otra de las armas que siempre ha tenido el semanario es el humor: en innumerables portadas se han reído de su propia retórica economicista y de su visión liberal: desde poner a dos camellos follando incómodamente para demostrar las dificultades de la fusión de dos empresas, hasta utilizar un estribillo de Abba ―“Mamma mia, here we go again”― para lamentar la reelección, hace años, de Berlusconi como primer ministro.

'The Economist' no es perfecto, no debería considerarse un faro infalible, y toda deferencia excesiva por la prensa anglosajona es un error. Pero sigue siendo el medio que mejor permite entender el mundo y el que aporta los argumentos más convincentes para mantenerlo lo más abierto, tolerante y plural posible. De modo que muchas felicidades a quienes lo hacen y a quienes lo leemos.

El semanario británico 'The Economist' fue fundado hace justo ahora 175 años, en 1843. Su objetivo, según declaró en el primer número, era tomar partido en “un agrio enfrentamiento entre la inteligencia, que quiere avanzar, y una ignorancia indigna y pusilánime que obstruye nuestro progreso”. Debajo de esa grandilocuencia, sin embargo, había un asunto de impuestos: su fundador, James Wilson ―un fabricante de sombreros escocés―, se oponía a las llamadas “leyes del grano” que, para proteger los ingresos de los terratenientes ingleses, imponían un arancel a los cereales importados. Esas leyes provocaban que el pan fuera caro y que las hambrunas se produjeran con frecuencia. De hecho, se derogaron poco después, pero el periódico siguió con su propósito: defender una rama singular del liberalismo.

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