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Comunismo y vigilancia en el país de la Stasi
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Comunismo y vigilancia en el país de la Stasi

Pronto empezará la conmemoración del treinta aniversario de la caída del Muro de Berlín, que tuvo lugar el 9 de noviembre de 1989. Es posible que

Foto: Prisión de la Stasi en Berlín hoy reconvertida en el Hohenschoenhausen Memorial. (EFE)
Prisión de la Stasi en Berlín hoy reconvertida en el Hohenschoenhausen Memorial. (EFE)

Pronto empezará la conmemoración del treinta aniversario de la caída del Muro de Berlín, que tuvo lugar el 9 de noviembre de 1989. Es posible que volvamos a ver las conmovedoras imágenes que Televisión Española emitió aquella noche, cuando Rosa María Artal y el equipo de Informe Semanal, en parte por azar, fueron los primeros periodistas del mundo en documentar cómo los alemanes del Este cruzaban a la parte occidental de Berlín, mientras los soldados de la frontera no sabían qué hacer. Quizá se produzcan breves recordatorios de las consecuencias globales que tuvo aquel suceso. Con suerte, sabremos transmitir a los jóvenes que no lo vivieron en directo algo que merece la pena no olvidar: que el comunismo fue un sistema político ineficiente, opresor y cruel.

Algo que se puede recordar leyendo 'Stasiland', un libro reportaje de la escritora australiana Anna Funder, publicado originalmente hace más de quince años, que ahora recupera Roca Editorial. A mediados de los años noventa, Funder trabajaba en una emisora de televisión berlinesa y se puso a investigar cómo era la vida en la República Democrática Alemana. En aquel momento, dice, esta ya había desaparecido, pero “sus rescoldos” aún eran patentes. No solo se trataba de que las calles estuvieran algo más descuidadas y los edificios fueran un poco más feos; era una actitud general difícil de describir: desconfianza, evasivas, brusquedad.

Funder empezó su investigación por la Stasi, el servicio de seguridad del Estado. “La Stasi era el ejército interno a través del cual el Gobierno ejercía el control. Su función era saberlo todo sobre todo el mundo, valiéndose para ello de cualquier medio. Sabía quién venía a visitarte, sabía a quién llamabas por teléfono y sabía si tu esposa se acostaba con alguien. Era la metástasis de la burocracia en la sociedad de la RDA: abierta o veladamente, siempre había alguien informando a la Stasi sobre sus colegas y amigos, en cada escuela, en cada fábrica, en cada bloque de pisos, en cada bar”.

En la Stasi trabajaban 97.000 personas. Pero contaba, además, con 173.000 confidentes. Se calcula que durante el Tercer Reich, la Gestapo tenía un agente por cada 2.000 ciudadanos; en la Unión Soviética, había un agente de la KGB por cada 5.830 personas. En Alemania del Este, había un agente o un confidente de la Stasi por cada 63 personas. Funder habla con personas que sufrieron esa espantosa red de intromisión y denuncia. Miriam, más gamberra que subversiva, vio cómo su marido desaparecía sin dejar rastro, probablemente a manos de la Stasi, y luego fue deportada. Julia tuvo un novio extranjero del que la Stasi siempre sospechó que iba a sacarla del país, y le hundió la vida impidiéndole acceder a puestos de trabajo para los que estaba cualificada.

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'Stasiland'

Pero la curiosidad de Funder va más allá. No solo habla con las víctimas, sino que pone un anuncio en el periódico en el que pide a exmiembros de la Stasi que se pongan en contacto con ella para tratar de entenderles. Herr Winz lo hace porque quiere contar su historia: es miembro de la “Sociedad para la protección de los derechos civiles y de la dignidad del hombre”, un nombre curioso para un grupo de exespías y exdelatores que se dedica a acosar y atacar a quienes, según ellos, difaman a la Stasi. Winz está convencido de que al capitalismo le quedan cuatro días porque no tardará en conocerse la superioridad del comunismo. De hecho, le regala a la periodista un ejemplar de “El manifiesto comunista”. Y se lo dedica.

El noble comunista

Pero uno de los personajes más fascinantes es Karl-Eduard von Schnitzler, hijo de una acomodada familia alemana cuyo padre sirvió como diplomático para el emperador Guillermo, fue teniente del ejército de Prusia y cuya familia prosperó durante el régimen nazi. Karl-Eduard reaccionó contra todo aquello y se volvió un comunista inflexible. Cuando quiso quitarse el “von” de su apellido, señal de origen noble, Walter Ulbricht, uno de los fundadores de la RDA, le dijo que estaba loco: la gente tenía que saber que hasta los nobles se estaban haciendo comunistas. Y con ese pomposo nombre de la nobleza prusiana se convirtió en el rostro mediático del régimen, con un programa en la televisión titulado 'El canal negro', en el que las imágenes de las cadenas de televisión del mundo capitalista servían como ejemplo de su degradación, corrupción e injusticia. Cuando Funder le visita es un viejo iracundo, que considera 'Gran hermano' una invención terrorífica del capitalismo y defiende la existencia del Muro de Berlín. “Era absolutamente necesario. ¡Fue una necesidad histórica! ¡Ha sido la construcción más útil de toda la historia alemana! ¡De toda la historia europea!” ¿Por qué?, le pregunta Funder. “Porque impidió que el imperialismo contaminara el Este.” Von Schnitzler le dice que sabía que la propaganda comunista era absurda, y que los logros que publicitaba eran evidentemente falsos si se comparaban con la realidad que vivía la gente. Pero aun así grita, aúlla, que su trabajo era destruir el imperialismo, no hablar mal del comunismo.

'Stasiland' a pesar de algunos defectos, es una visión estremecedora de lo que el comunismo hizo y dejó tras de sí en Alemania el Este

Hay más personajes memorables, tanto víctimas como ejecutores. En su retrato están la mejor virtud y el mayor defecto del libro: a todos su culpa, su indignación, su locura o su deseo de comprender cómo pudo ser posible ese régimen de terror les hacen fascinantes, pero muchas veces parecen robots estereotipados, casi encarnaciones de ideas abstractas. Y, como los autores del llamado “nuevo periodismo”, Funder habla de manera constante en primera persona de sus propios sentimientos, sus percepciones, sus estados de ánimo, algo que puede resultar molesto pero que en ocasiones, ciertamente, ayuda a comprender la textura gris y recelosa de la vieja Alemania del Este.

A pesar de esto, vale la pena leer el libro. Adam Michnik, el legendario resistente anticomunista polaco afirmó en una ocasión que lo peor del comunismo era lo que venía después. Se trataba de una exageración, pero la historia de los países excomunistas explica bien por qué dijo eso. 'Stasiland' a pesar de algunos defectos, es una visión estremecedora de lo que el comunismo hizo y dejó tras de sí en Alemania el Este. En contra de lo que decía la propaganda, el comunismo encontró allí una resistencia valiente. Pero, como cuenta el libro, fue aplastada por un régimen imperdonable.

Pronto empezará la conmemoración del treinta aniversario de la caída del Muro de Berlín, que tuvo lugar el 9 de noviembre de 1989. Es posible que volvamos a ver las conmovedoras imágenes que Televisión Española emitió aquella noche, cuando Rosa María Artal y el equipo de Informe Semanal, en parte por azar, fueron los primeros periodistas del mundo en documentar cómo los alemanes del Este cruzaban a la parte occidental de Berlín, mientras los soldados de la frontera no sabían qué hacer. Quizá se produzcan breves recordatorios de las consecuencias globales que tuvo aquel suceso. Con suerte, sabremos transmitir a los jóvenes que no lo vivieron en directo algo que merece la pena no olvidar: que el comunismo fue un sistema político ineficiente, opresor y cruel.

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