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Águilas contra serpientes: por naturaleza somos nacionalistas pero podemos curarnos
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Águilas contra serpientes: por naturaleza somos nacionalistas pero podemos curarnos

En verano de 1954, el psicólogo social Muzafer Sherif escogió a veintidós niños. Todos eran bastante parecidos: tenían entre once y doce años, eran de familias

Foto: Niños participantes en el experimento de Robbers Cave, un bosque del sudeste de Oklahoma
Niños participantes en el experimento de Robbers Cave, un bosque del sudeste de Oklahoma

En verano de 1954, el psicólogo social Muzafer Sherif escogió a veintidós niños. Todos eran bastante parecidos: tenían entre once y doce años, eran de familias de clase media y protestantes, sacaban buenas notas en el colegio y tenían un cociente intelectual superiores a la media. Ninguno de ellos se conocía entre sí. ¿El plan? Un campamento de verano en Robbers Cave, un bosque del sudeste de Oklahoma.

Pero Sherif dividió a los veintidós niños en dos grupos de once. Los grupos, en realidad, ni siquiera sabían que el otro existía. Cada uno se instaló en una casa distinta, con su piscina e instalaciones para acampar, y una parte del río independiente en la que remar con los botes. Estaban a suficiente distancia como para no oírse.

La finalidad del experimento, como cuenta la revista Scientific American, era “ver con qué rapidez se establecía una identidad de grupo entre personas que no se conocían, en qué medida esa identidad era fija o flexible, cómo se desarrollaría en un entorno competitivo con otros grupos, y cómo después era posible mitigar la dinámica de conflicto en el grupo”. Se convirtió en uno de los experimentos más famosos de la historia de la psicología social.

Primero, los chicos de ambos grupos socializaron por separado: realizaron las actividades habituales en un campamento para establecer vínculos con desconocidos y desarrollar un espíritu de equipo. Al cabo de una semana, se habían desarrollado las dinámicas esperadas: ya había algunos líderes, miembros con diferente estatus social, y normas de comportamiento. Los dos grupos, que aún no sabían de la existencia del otro, hasta se habían puesto un nombre: unos eran las Águilas, los otros las Serpientes de cascabel.

Entonces, los organizadores del experimento permitieron que los dos grupos supieran de la existencia del otro. No había interacción, pero sí quedó claro que estaban allí. Y empezaron las reivindicaciones dentro de cada grupo. Uno de ellos llegó a colocar una bandera en el campo de béisbol para demostrar que era suyo.

Los organizadores pasaron a la segunda fase. Organizaron competiciones entre los dos grupos, con actividades como béisbol, fútbol americano o el juego de tirar de la cuerda, y el equipo ganador recibiría cuchillos y medallas. Cuando los dos grupos coincidieron por primera para competir no tardaron a insultarse. En poco tiempo, la relación fue espantosa. Las Serpientes quemaron la bandera de las Águilas, y las Águilas la de las Serpientes. Las Serpientes asaltaron por la noche la casa de las Águilas, rompieron las mosquiteras, volcaron las camas y les robaron pantalones y cómics. Las Águilas devolvieron el ataque, pero esta vez con bates y palos para que la destrucción fuera mayor.

Hostilidad entre grupos

El experimento fue una demostración importante de la llamada teoría realista del conflicto, según la cual los humanos mostramos hostilidad hacia los grupos que vemos como rivales, cuando percibimos que los recursos –sea el dinero, el poder, el agua o el estatus social– son escasos y tendremos que luchar por ellos. El filósofo alemán del siglo XIX Johann Gottfried Herder lo explicó, mucho antes de que hubiera experimentos de psicología social, de una manera más simple: muchas veces pensamos que las necesidades básicas de los seres humanos son el alimento, el cobijo o la procreación, pero en realidad hay una más; la necesidad de pertenecer a un grupo.

placeholder 'Sobre el nacionalismo'. (Página Indómita)
'Sobre el nacionalismo'. (Página Indómita)

En el libro 'Sobre el nacionalismo', en el que la editorial Página Indómita ha recogido de manera brillante varios ensayos de Isaiah Berlin sobre el tema, el filósofo británico sitúa en Herder el origen del nacionalismo moderno: cada grupo, sostenía Herder, vive a su manera; el “genio colectivo” va creando mitos, canciones, leyes, artes y oficios, maneras de hablar, dichos y formas distintas de construir templos o de organizar la vida pública que tienen características únicas, solo compartidas y plenamente comprendidas por los miembros del grupo; es decir, de la nación. Según esta visión del mundo, el universalismo, dice Berlin, “al reducirlo todo al mínimo común denominador que se aplica a todos los hombres en todas las épocas, privaba tanto a las vidas como a los ideales de ese contenido específico que era lo único que les confería sentido”. Por eso mismo Herder luchó contra el universalismo francés –que a través de la Ilustración quería racionalizar y homogeneizar a todos los países–, exaltó las culturas particulares y mostró su odio por los grandes uniformadores, de César a Carlomagno.

Transcurridos los años desde la formulación de Herder, con todo, el nacionalismo se parece más a la competición entre las Águilas y las Serpientes que a la suma de canciones y dichos del filósofo alemán. “El nacionalismo –dice Berlin– es sin duda la más poderosa y quizá la más destructiva fuerza de nuestro tiempo. Si existe el peligro de aniquilación total de la humanidad [eran los años de la Guerra Fría], lo más probable es que dicha aniquilación provenga de un estallido irracional de odio contra un enemigo u opresor de la nación real o imaginario”.

'Sobre el nacionalismo' es excepcional no solo para entender el nacionalismo, sino una manera inmejorable de entrar en la obra de Berlin

'Sobre el nacionalismo' es un libro excepcional no solo para entender ese fenómeno, que a menudo se presenta como una modesta forma de estima por lo propio y demasiadas veces acaba en un odio irracional hacia el otro grupo, sino una manera inmejorable de entrar en la obra de Berlin. Porque como en todos sus libros, el autor intenta comprender en serio aquello que dice detestar, siendo capaz incluso de ponerse en el lugar de los nacionalistas para entenderlos mejor.

Somos nacionalistas por naturaleza, parece decir el estudio de Sherif. Los grupos se convierten rápidamente en tribus hostiles. Pero ¿ocurre siempre así? El tercer paso del experimento de Robbers Cave consistía en intentar reconciliar a los dos grupos. Resulto difícil: comían juntos, se reunían para ver películas, pero la hostilidad se mantenía. Solo desapareció cuando a los dos grupos se les encargó una tarea común. Los organizadores redujeron de manera artificial el agua disponible y todos se unieron para conseguir más. Tuvieron que juntar dinero para pagar una película que a todos les apetecía ver. El camión que les llevaba la comida tuvo un supuesto accidente y todos se unieron para ponerlo en marcha de nuevo. Sherif terminó su informe sobre el experimento con una nota optimista: “las técnicas y herramientas se pueden utilizar al servicio de la armonía y la integración, además de al servicio de la competencia y el conflicto letales”. Berlin lo dijo de otra forma: “Quizás la humanidad viva lo suficiente para ver el día en que el nacionalismo parezca absurdo y remoto, pero para ello deberemos entenderlo y no subestimarlo; y es que aquello que no es comprendido no puede ser controlado: domina a los hombres en lugar de ser dominado por ellos”.

En verano de 1954, el psicólogo social Muzafer Sherif escogió a veintidós niños. Todos eran bastante parecidos: tenían entre once y doce años, eran de familias de clase media y protestantes, sacaban buenas notas en el colegio y tenían un cociente intelectual superiores a la media. Ninguno de ellos se conocía entre sí. ¿El plan? Un campamento de verano en Robbers Cave, un bosque del sudeste de Oklahoma.

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