El erizo y el zorro
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Simón Bolívar, el ambicioso seductor que provocó la pérdida de las colonias
Se publica 'Bolívar. Libertador de América', de Marie Arana, una biografía del caudillo latinoamericano y uno de los mejores libros de no ficción con los que arranca el año
Para muchos, Simón Bolívar tal vez no sea mucho más que el espectro revolucionario que Nicolás Maduro esgrime como coartada histórica de su catastrófico liderazgo político en Venezuela (como antes que él hizo Hugo Chávez). Para otros, quizá sea un nombre recurrente en muchas plazas y calles de ciudades españolas. Por si eso fuera poco, Bolívar protagonizó un capítulo de “El Ministerio del Tiempo”, ha dado nombre a un país (Bolivia), a una moneda (el bolívar) y tiene una placa en el lugar del madrileño barrio de Chueca donde se casó. Fue un personaje clave para la historia de un puñado de países, pero también de España: concretamente, fue el responsable de que esta perdiera la mayor parte de sus colonias en el hemisferio sur de América Latina.
La historia del Bolívar real, lejos de las mitificaciones posteriores, la cuenta Marie Arana en 'Bolívar. Libertador de América', una biografía del caudillo latinoamericano que la próxima semana publica la editorial Debate y es uno de los mejores libros de no ficción con los que arranca el año. Es un relato bien escrito y documentado, rápido, periodístico, que en ocasiones se lee como una novela o un guión cinematográfico. Y es, por encima de todo, un retrato excepcional de un personaje fascinante y contradictorio, uno de los más importantes para los países de habla hispana y la propia España.
Simón Bolívar nació en 1773 en una familia criolla aristocrática y rica de la Venezuela colonial. Su clase social dominaba por completo la vida de las colonias españolas de entonces: la política, la legislación laboral y comercial. Hasta la cultura y las reglas tácitas del estatus estaban hechas para beneficiar a este estrato social que se estaba cansando del dominio español, pero no quería ni mucho menos una revolución que pusiera en duda su dominio sobre las clases bajas. Como cuenta Arana, a pesar de una larga tradición familiar de servicio a la Corona, el padre de Simón ya sintió ciertas inclinaciones antiespañolas e independentistas a finales del siglo XVIII, cuando desde Madrid se intentó exprimir un poco más a las colonias para impedir que siguieran el ejemplo de Estados Unidos y se independizaran. Pero en las colonias las regulaciones económicas y raciales eran tantas y tan ineficientes que la economía rendía muy por debajo de sus posibilidades, condenando a los ricos a no ganar tanto como creían merecer y a los excluidos a poco menos que la esclavitud. Y la Corona parecía incapaz no ya de establecer unas reglas justas, sino siquiera eficientes.
Simón se quedó huérfano pronto. Su educación, muy desordenada, recayó entonces en tutores y parientes que, siguiendo las costumbre de su clase, le enviaron a Madrid a estudiar. Allí, gracias a la protección de un noble español, “rodeado por los libros del marqués en su biblioteca magníficamente dotada, Simón leyó con avidez y aplicó sus considerables energías a dominar los clásicos, así como las obras del pensamiento europeo contemporáneo –escribe Arana–. Pese a lo culto y académico de su programa de instrucción, no dejaba de lado el aspecto físico: se entrenó en esgrima, y rápido de piernas, desarrolló una gran aptitud” con la espada. También estudió danza, se relacionó con la corte y conoció al futuro rey –esta experiencia le haría desarrollar una profunda aversión por la política cortesana de Madrid– y se enamoró.
Fuera de Madrid, pero aún en Europa, experimentó una de las mayores decepciones de su vida: admirador desde siempre de la Revolución Francesa y de Napoleón, estuvo en París el día de su coronación como emperador. “Se hizo emperador a sí mismo y desde ese día lo vi como un tirano hipócrita, un insulto a la libertad y un obstáculo para el progreso de la civilización”, escribió. Es curioso que, mucho tiempo después, tras lanzarse a la aventura independentista y revolucionaria en 1808, Bolívar se convirtiera en lo que tanto había detestado en Napoleón: un tirano que quiso gobernar para siempre.
Adicto a la seducción
Pero antes de que sucediera eso, estudió en profundidad a los escritores de la Ilustración y el liberalismo, se volvió adicto a la seducción y se dedicó a acumular amantes. De vuelta en Venezuela, se vio a sí mismo como el líder de su clase que podía librar al país del dominio imperial, como George Washington había hecho en Estados Unidos. Pero las diferencias entre ambos fueron enormes. En los años siguientes, Bolívar desempeñaría un papel fundamental en las guerras contra España. Conocería numerosos fracasos –entre ellos, la declaración de dos repúblicas venezolanas independientes que, gracias a la reacción española, caerían al poco tiempo–, y solo después de muchas penurias militares, una enorme violencia e importantes cambios en la ideología del independentismo, consiguió algo parecido a la integración política de varias excolonias españolas, que presidió durante más de una década. En parte, este éxito transformó su visión liberal, le llevó a defender presidencias vitalicias y a asumir que el continente necesitaba caudillos con mano dura. También, finalmente, provocó que fuera expulsado del poder y muriera antes de cumplir los cincuenta años.
Fue un hombre ambicioso, mujeriego, capaz de aprender de sus errores, que sentía un odio feroz contra España
Lo anterior es solo un resumen breve de la vida extraordinaria de un hombre ambicioso, mujeriego, capaz de aprender de sus errores, que sentía un odio feroz contra España, que no experimentaba placer al ejercer la violencia pero era muy capaz de infligirla, incansable, taimado y que al final fracasó y murió en la pobreza. Arana cuenta esa vida extraordinariamente bien. Su relato tiene momentos muy excitantes y otros que lo son menos –en ocasiones, se suceden enumeraciones de batallas, ubicaciones geográficas y nombres de militares hoy olvidados que pueden resultar pesadas–, y a veces su talento narrativo adquiere un aire demasiado imaginativo; como decía, más propio de una novela o de una película.
Pero son objeciones menores. El libro es formidable y está a la altura de Bolívar. “Bolívar había sido la esencia del vigor”, dice Arana. En cuarenta y siete años de vida recorrió más de 120.000 kilómetros de duro terreno. Había sido un “culo de hierro” que montaba a caballo de manera incansable, “capaz de aventajar e ir más lejos que soldados mucho más jóvenes, bendecido con una resistencia aparentemente inagotable”. El relato de su decadencia y muerte es uno de los episodios que Arana narra mejor. Y, como en todas las buenas biografías, no solo se trata de una lección de historia: es también una lección de psicología.
Para muchos, Simón Bolívar tal vez no sea mucho más que el espectro revolucionario que Nicolás Maduro esgrime como coartada histórica de su catastrófico liderazgo político en Venezuela (como antes que él hizo Hugo Chávez). Para otros, quizá sea un nombre recurrente en muchas plazas y calles de ciudades españolas. Por si eso fuera poco, Bolívar protagonizó un capítulo de “El Ministerio del Tiempo”, ha dado nombre a un país (Bolivia), a una moneda (el bolívar) y tiene una placa en el lugar del madrileño barrio de Chueca donde se casó. Fue un personaje clave para la historia de un puñado de países, pero también de España: concretamente, fue el responsable de que esta perdiera la mayor parte de sus colonias en el hemisferio sur de América Latina.