El erizo y el zorro
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¿Por qué obedecemos (con entusiasmo) a los tiranos?
¿Por qué a veces somos serviles, no porque no tengamos más remedio, sino porque aparentemente nos gusta serlo?
Es una pregunta que llevamos milenios haciéndonos y que hoy tiene la misma relevancia de siempre. En determinadas circunstancias, es comprensible que los humanos nos resignemos a tener tiranos y señores crueles que se nos imponen por la fuerza o amenazan nuestra vida. Pero ¿por qué en tantas ocasiones la gente parece entusiasmarse con quien la explota? ¿Por qué a veces somos serviles, no porque no tengamos más remedio sino porque aparentemente nos gusta serlo?
Hace casi medio milenio, un joven francés se hizo esa pregunta. Era Étienne de la Boétie, nacido en 1530 en una familia aristocrática del Périgord francés, cuyo padre era funcionario de la corte del rey y su madre hermana del presidente del Parlamento de Burdeos, en el que Étienne acabó ejerciendo como magistrado. Pero antes, mientras estudiaba leyes, y en respuesta a esa pregunta sobre por qué la gente no solo es capaz de obedecer sino de dejarse arrastrar con gusto al servilismo, escribió un breve ensayo titulado, precisamente, 'Discurso sobre la servidumbre voluntaria o contra uno', que la editorial Página Indómita acaba de reeditar con el título más sucinto de 'La servidumbre voluntaria'. 'Spoiler': léanlo.
Porque su mensaje resulta asombrosamente moderno. Hoy, los peligros de la tiranía no son los mismos que en el siglo XVI, aunque a veces la dinámica política nos lleve a creerlo, pero a pesar de la diferencia, la perplejidad de La Boétie ante quienes se someten a otros sigue siendo completamente pertinente. “No penséis que hay pájaro que caiga más fácilmente atrapado por el señuelo, ni pez que pique más prontamente el anzuelo cautivado por el cebo: los pueblos son seducidos por la servidumbre al menor halago que se les hace. Es realmente asombroso que se dejen atrapar tan pronto como los lisonjean un poco. Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, las bestias extrañas, las medallas, los cuadros y otros ardides semejantes representaron, para los pueblos antiguos, los cebos de la servidumbre, el precio de su libertad, las herramientas de la tiranía”. Para los pueblos modernos, los equivalentes son fáciles de imaginar.
Pero ¿por qué seguir cayendo en la trampa, si conocemos cómo acaban estas historias de líderes brutales y gente entregada a su causa? “Los favoritos del tirano no pueden tener jamás seguridad alguna, puesto que ellos mismos le han mostrado que todo lo puede, que no hay derecho ni deber que le obliguen, de modo que su voluntad vale por razón, y que nadie es su igual, puesto que es amo de todos”. Así las cosas, el tirano puede dártelo todo, pero también puede quitártelo y, de hecho, te lo quitará. “Esos miserables ven relucir los tesoros del tirano, contemplan boquiabiertos su esplendor y, atraídos por semejante brillo, se acercan sin darse cuenta de que caen en un fuego que no puede dejar de consumirlos”.
Límites
Pero, al menos leído ahora, 'La servidumbre voluntaria' no parece hablar solo de política. En muchos sentidos, es también un libro sobre las relaciones de poder que se establecen en el ámbito privado. Sirve para plantearse por qué nos sometemos con frecuencia a jefes absurdos —“quienes están cerca del tirano, adulándolo y mendigando su favor, no solo han de hacer lo que él dice, sino que además han de pensar lo que quiere y, a menudo, para satisfacerle, han incluso de adivinar sus pensamientos”, dice La Boétie—, a amantes estúpidos o a familiares caprichosos. En todo momento, La Boétie sabe que a veces la obediencia es inevitable: hay necesidades que solo se pueden cubrir si asumimos la jerarquía y hacemos lo que nos dicen. Pero insiste en que no estamos obligados a ir más allá de eso, en que la razón y la naturaleza —lo que hoy llamaríamos voluntad— permiten, y hasta deberían fomentar, que no nos arrastremos. “¿Qué sufrimiento, qué martirio es este? Estar ocupado día y noche pensando en cómo agradar a un hombre y, sin embargo, temerlo más que a nadie en el mundo”. Y lo resume con una frase magistral que expresa algo que hemos visto no solo en partidos políticos sino también en oficinas y hasta en dormitorios: “Siempre con el rostro sonriente y el corazón helado, sin poder estar alegre ni atreverse a estar triste”.
“¿Qué martirio es este? Estar ocupado día y noche pensando en cómo agradar a un hombre y, sin embargo, temerlo más que a nadie"
'La servidumbre voluntaria' tuvo una historia complicada. Su autor lo escribió en su época de estudiante; murió muy joven, a los 32 años, y dejó sus escritos a su gran amigo Michel de Montaigne, uno de los escritores más fascinantes de todos los tiempos. Montaigne enseguida advirtió el valor del librito, pero aunque este ya había circulado de mano en mano, en un principio decidió no publicarlo porque podía malinterpretarse políticamente: tanto él como La Boétie eran católicos partidarios de la tolerancia religiosa en un momento de guerras entre católicos y protestantes. Más tarde, durante la Revolución francesa, se utilizó como panfleto contra la monarquía y, como cuenta el prólogo de la edición de Página Indómita, también durante las insurrecciones políticas francesas del siglo XIX; además, lo usaron anarquistas y resistentes, como Simone Weil, contra los totalitarismos del siglo XX.
Su utilidad es infinita y, como decía, no solo política. En el breve texto que le dedicó, Montaigne decía de La Boétie que “ni hubo jamás ciudadano mejor, ni con más amor por la tranquilidad de su país, ni más enemigo de las agitaciones y novedades de su tiempo”. Ya entonces, en pleno Renacimiento, había nostalgia por tiempos mejores y menos convulsos: “Tenía su espíritu cortado por el patrón de unos siglos distintos de estos”, dice Montaigne. Pero como los clásicos que añoraba, La Boétie sigue hablándonos con claridad de lo que nos pasa hoy. 'La servidumbre voluntaria' es un manual que conviene tener siempre cerca para recordar que hay que evitar a los tiranos: los de la política y los de la vida privada.
Es una pregunta que llevamos milenios haciéndonos y que hoy tiene la misma relevancia de siempre. En determinadas circunstancias, es comprensible que los humanos nos resignemos a tener tiranos y señores crueles que se nos imponen por la fuerza o amenazan nuestra vida. Pero ¿por qué en tantas ocasiones la gente parece entusiasmarse con quien la explota? ¿Por qué a veces somos serviles, no porque no tengamos más remedio sino porque aparentemente nos gusta serlo?