El erizo y el zorro
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La mejor manera de vivir la formuló un emperador romano hace dos mil años
¿Marco Aurelio puede seguir diciéndonos algo significativo a quienes hoy sufrimos —como mínimo— las consecuencias psicológicas de la pandemia de covid-19?
Marco Aurelio tenía 40 años cuando fue nombrado emperador de Roma. Hacía tiempo que sabía que heredaría ese cargo y, probablemente sin demasiada ilusión, se había preparado para ejercerlo pasando por todos los puestos relevantes del Imperio. Cuando llegó al poder, se enfrentó a adversidades terribles, como la guerra en Armenia o las invasiones germanas en el norte. La economía estaba destruida, y Marco Aurelio tuvo que subastar los tesoros de su palacio para sufragar la campaña. El ejército, tras vencer a los bárbaros, le exigió un aumento de sueldo. Se negó. Pero las invasiones continuaron y Marco Aurelio, que era pacífico y sedentario, se pasó meses y meses en el Danubio guerreando contra los germanos. Y, mientras tanto, envejece. Sufre un golpe de Estado palaciego. Su mujer muere. Y escribe: “No vagabundees más —se dice—. Apresúrate, pues, al fin, y renuncia a las vanas esperanzas y acude en tu propia ayuda, si es que algo de ti mismo te importa, mientras te queda esa posibilidad”. Esas anotaciones, en las que el emperador guerrero busca consuelo y define una filosofía que con el tiempo se llamará 'estoica', acabarán llamándose
Saltemos dos mil años. Nueva York, en mitad de una pandemia. Una escritora de éxito, Zadie Smith, vive perpleja la sucesión de muertes, los confinamientos y el caos político. Intenta dejar de fumar, pero lo único que consigue es beber más. Y busca ayuda en Marco Aurelio. “Por primera vez en mi vida no leí sus ‘Meditaciones’ como un ejercicio académico, no en busca de placer, sino con la misma actitud que si fueran las instrucciones para montar una mesa. Necesitaba ayuda práctica”. Que la ayuda que le ofrecía Marco Aurelio fuera para el espíritu —cuenta Smith en su libro de ensayos
Pero ¿un viejo emperador romano puede seguir diciéndonos algo significativo a quienes hoy sufrimos —como mínimo— las consecuencias psicológicas de la pandemia de covid-19? Sin duda, sí. Smith dice que no cree ser más estoica después de leer el libro de Marco Aurelio, pero tal vez el estoicismo sea la manera de vivir en el mundo que resulta más útil en unas circunstancias como las actuales. No hacerse demasiadas ilusiones. Asumir que el dolor forma parte de la vida. Controlar las emociones. No dejar que la irritación o la ira que generan los gobernantes nos lleven a la infelicidad o a cometer actos indeseables. Ser consciente de que la muerte no solo es algo que les sucede a los demás, sino que mañana puede tocarte a ti.
Tal vez el estoicismo sea la manera de vivir en el mundo que resulta más útil en unas circunstancias como las actuales
Pero el estoicismo no es únicamente una adusta receta para soportar el dolor. Lo explica muy bien otro libro recién publicado, que vendrá de maravilla a quien sienta curiosidad por la filosofía de Marco Aurelio, Epicteto o Séneca, pero no tenga ganas de enfrentarse a la compleja prosa latina o griega de hace varios milenios. Se trata de 'Lecciones de estoicismo. Filosofía antigua para la vida moderna' (Taurus), de John Sellars, profesor de Filosofía en Oxford. Esta obra breve y accesible explica muy bien el lado luminoso de los estoicos. Porque el estoicismo no implica un rechazo al mundo. Zenón consideraba natural que deseáramos las cosas —comida, refugio— que contribuyen a nuestro bienestar físico; la prosperidad material no tiene nada de malo, decía, pero si estás obsesionado con la fama y el dinero, quizás estés viviendo mal. Según Epicteto, dice Sellars, “si hacemos que nuestra felicidad dependa de lograr un objetivo, corremos el riesgo de desilusionarnos continuamente, pero si nos contentamos con hacer las cosas del mejor modo posible, entonces nada se interpondrá en nuestro camino”. Según Séneca, lo malo no es tener emociones, sino dejarse llevar por ellas. “Andar de vez en cuando molesto por algo forma parte de la vida y apenas causa daño —parafrasea Sellars—. Estar tan furioso que ya no se pueda resistir el impulso de golpear a alguien es otro cantar, y esto es lo que los estoicos desean impedir”.
Orden y razón
Pero volvamos a Marco Aurelio. No está claro si creía en los dioses de su época —yo diría que era una especie de deísta o agnóstico—, pero para él eso era algo accesorio. Lo importante era saber que los humanos formamos parte de la naturaleza y que en esta hay algún tipo de 'orden y razón' que nos permite entender lo que nos ocurre, por qué en muchos sentidos es inevitable que así suceda y cómo la única manera de alcanzar una cierta serenidad es interiorizándolo. La naturaleza es cambiante, se encuentra en constante transformación, nos golpea con fuerzas que se nos escapan, nos vemos arrastrados por ella —no hay mejor ejemplo, quizá, que el de una pandemia— y puede matarnos en cualquier momento.
No queda más remedio que asumir nuestra mortalidad y buscar una cierta armonía
En el plano personal, como decía, no queda más remedio que asumirlo y buscar una cierta armonía. En el social, “deberíamos elegir con sumo cuidado nuestras compañías, ser conscientes de la influencia que podrían ejercer en nosotros, darnos cuenta de que podríamos acabar imitando inadvertidamente su modo de pensar y de actuar”, dice Sellars. En el plano político, decía Marco Aurelio, el estoicismo le había enseñado a concebir “la idea de una constitución basada en la igualdad ante la ley, regida por la equidad y la libertad de expresión igual para todos”.
El estoicismo no es una receta para la felicidad. Algunos tenemos instintos un poco más hedonistas, ahora mismo, otros encontrarán una huida mental en el nihilismo. Pero para muchos supone un modelo laxo y razonable de vivir sin demasiados sobresaltos —o de digerirlos aceptablemente cuando suceden— ni ilusiones estúpidas. Eso no impide un cierto optimismo. Incluso ahora. Si tuviera que apostar, diría que en unos meses las vacunas nos sacarán del espanto al que aún intentamos acostumbrarnos a vivir. Pero como decía Marco Aurelio, “la salvación de la vida consiste en ver enteramente qué es cada cosa por sí misma, cuál es su materia y cuál es su causa. En practicar la justicia con toda el alma y en decir la verdad. ¿Qué queda entonces si no disfrutar de la vida, trabando una buena acción con otra, hasta el punto de no dejar entre ellas el mínimo intervalo?”.
Marco Aurelio tenía 40 años cuando fue nombrado emperador de Roma. Hacía tiempo que sabía que heredaría ese cargo y, probablemente sin demasiada ilusión, se había preparado para ejercerlo pasando por todos los puestos relevantes del Imperio. Cuando llegó al poder, se enfrentó a adversidades terribles, como la guerra en Armenia o las invasiones germanas en el norte. La economía estaba destruida, y Marco Aurelio tuvo que subastar los tesoros de su palacio para sufragar la campaña. El ejército, tras vencer a los bárbaros, le exigió un aumento de sueldo. Se negó. Pero las invasiones continuaron y Marco Aurelio, que era pacífico y sedentario, se pasó meses y meses en el Danubio guerreando contra los germanos. Y, mientras tanto, envejece. Sufre un golpe de Estado palaciego. Su mujer muere. Y escribe: “No vagabundees más —se dice—. Apresúrate, pues, al fin, y renuncia a las vanas esperanzas y acude en tu propia ayuda, si es que algo de ti mismo te importa, mientras te queda esa posibilidad”. Esas anotaciones, en las que el emperador guerrero busca consuelo y define una filosofía que con el tiempo se llamará 'estoica', acabarán llamándose