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15-M, el mito fallido que nunca entendí
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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15-M, el mito fallido que nunca entendí

Ocurrió hace 10 años en la Puerta del Sol de Madrid

Foto: Protestas en la Puerta del Sol el 15 de mayo de 2011.
Protestas en la Puerta del Sol el 15 de mayo de 2011.

Hace 10 años, cuando estalló el 15-M, no lo entendí. Vivía cerca de la Puerta del Sol y me acercaba con frecuencia a la acampada. Veía cómo se desplegaba en los carteles una retórica ingeniosa; cómo en las charlas y los talleres se resucitaba la cultura más ilusoria de los movimientos antiglobalización de la década anterior, y cómo las asambleas eran increíblemente ineficientes para tomar decisiones. Como estaba escribiendo un libro sobre las revueltas sociales que se habían producido en la estela de 1968, me pareció que estaba viendo una repetición de lo mismo.

En parte era cierto. Pero me equivoqué en cuestiones importantes. La gente que se reunió allí supo intuir dos cosas que los más complacientes no detectamos entonces. Primero, el grado de corrupción y de incapacidad reformista que dominaba la política española. Lo segundo, la influencia que la versión española de la crisis financiera iba a tener en la vida de todos los españoles y, en especial, de los de mi generación, que eran quienes protagonizaban las manifestaciones. En aquel momento me pareció un intento de 'revolución divertida', y sin duda algo de eso hubo. Pero el 15-M tenía también una legítima ambición reformista: el sistema no estaba funcionando. Quizás entre los acampados nadie tuviera ideas mínimamente viables para que lo hiciera, pero su denuncia estaba del todo justificada. No era una revolución. Era la exigencia de una reforma radical.

Quizá los acampados no tuvieran ideas viables, pero su denuncia estaba justificada

Al principio, no fue un movimiento nítidamente de izquierdas, aunque muy pronto lo parecería. Fue UPyD quien denunció a Bankia y a su entonces presidente, Rodrigo Rato, por estafa y apropiación indebida. El Partido Comunista de los Pueblos de España denunció que el 15-M “ataca la línea de flotación de lucha de clases” y “se trata de un movimiento de claro carácter ideológico pequeñoburgués”, lo cual era estrictamente cierto. El movimiento tenía un apoyo popular muy superior al que suelen tener los partidos de izquierdas: una encuesta realizada por el CIS entre el 19 de octubre y el 16 de noviembre de 2011 llegaba a la conclusión de que “hay una generalizada concepción del 15-M como ‘algo necesario’. De esta sensación de necesidad procede la simpatía que genera el movimiento en términos generales”, decía el CIS.

Rito de paso

Para mucha gente, fue una experiencia de paso emocionante: tal vez no fuera la primera vez que participaban en una protesta política, pero sí en una que se convertía en el tema de conversación de un país entero. Quienes llevaban tiempo dedicados a la política de facultad y los movimientos alternativos estaban de repente en el 'mainstream' y ya no contaban sus ideas en medios marginales, sino en grandes periódicos. Muchos pensaron que algunas leyes históricas sobre grandes cambios políticos empezaban, por fin, a cumplirse. Y les pareció, como a tantos otros antes que ellos, que serían sus protagonistas. Aún no se había desmontado el campamento de Sol y el fenómeno ya reunía los rasgos necesarios para convertirse en un mito.

Se inauguró una década de regreso del arte y el pensamiento comprometido

La cultura se impregnó del espíritu del 15-M y se inauguró una década de lo que parecía el regreso del arte y el pensamiento comprometido: volvieron las novelas sociales que denunciaban las condiciones de trabajo y la falta de expectativas de la juventud. En 2012, Juan Francisco Ferré ganaba el Premio Herralde de Novela con 'Karnaval', en la que denunciaba que “los nuevos dictadores económicos” habían establecido que “una moneda y sus corruptos valores financieros son las deidades a las que hay que sacralizar mediante el sacrificio de los pueblos”. En 2014, 'Grietas', de Santi Fernández Patón, ganaba el Premio Lengua de Trapo de Novela contando cómo la vida de los personajes cambiaba gracias a las protestas sociales del 15-M contra los políticos. Los grupos de rock 'mainstream', como Amaral, hacían canciones denuncia: “Siento que llegó nuestra hora”, cantaban, “esta es nuestra revolución”. Artistas alternativos y veteranos como Nacho Vegas descubrían un nuevo sentido a su trabajo, y con ello una nueva popularidad que hasta entonces se les había escapado. En 2012, la película 'La Plaza (la gestación del movimiento 15-M)' obtenía cinco candidaturas a los premios Goya del cine español; en 2013, 'Libre te quiero', otra película sobre el tema, conseguía dos; en 2014, 'Indignados' recibía una. Los filósofos de inspiración marxista, que reflexionaban sobre la espita revolucionaria que abrían los teléfonos móviles del mismo modo que sus antecesores habían hecho con el telar mecánico o la fábrica fordista, celebraban que, ahora sí, se daban las condiciones objetivas para cambiarlo todo.

Podemos surgió en 2014 afirmando que recogía el espíritu del 15-M. Celebró en Sol su fusión con Izquierda Unida, que en muchos sentidos murió a causa del 15-M (también UPyD acabó desapareciendo, al no entender la política que se abría entonces; al final, resultó que se sentía más cómoda criticando el bipartidismo que haciendo política después de él). El intento de Pablo Iglesias de fundar el 15-M de manera retrospectiva funcionó: supuso una apropiación inteligente de esa mezcla de vieja política revolucionaria y exigencias reformistas, de estética Ikea y sofisticadísimas teorías comunicativas para explicar que su líder llevara la camisa por fuera.

Foto: Ilustración: Irene de Pablo

Hoy, por supuesto, lo único que queda de todo aquello es el mito: es decir, una ficción basada superficialmente en los hechos reales que sirve para que algunos sientan reforzada la legitimidad de su entrada en la política o el sistema cultural. Por supuesto, una década de cultura comprometida no ha solventado ninguno de nuestros problemas —no es culpa de la cultura, por supuesto, que ya no es capaz de conseguir cosas de esa envergadura— y ahora la política es si cabe peor que entonces. Nuestra generación no ha estado a la altura de los elevados propósitos que se hizo, con una mezcla de ingenuidad y oportunismo, en Sol, y ha desperdiciado lo que parecía un punto de partida inmejorable para entrar en la vida pública.

Quienes no entendimos el 15-M cuando sucedió nos hemos preguntado a lo largo de esta década qué no supimos ver, por qué nos desorientó su relativa novedad, cuál acabaría siendo su capacidad de influencia real. Fue un movimiento mucho más justificado de lo que me pareció en ese momento. Tal vez vuelva a equivocarme, pero diría que, 10 años después, el 15-M solo es un mito un poco desvencijado que se cuentan a sí mismas las nuevas élites culturales y políticas. O quienes aspiraban a formar parte de ellas.

Hace 10 años, cuando estalló el 15-M, no lo entendí. Vivía cerca de la Puerta del Sol y me acercaba con frecuencia a la acampada. Veía cómo se desplegaba en los carteles una retórica ingeniosa; cómo en las charlas y los talleres se resucitaba la cultura más ilusoria de los movimientos antiglobalización de la década anterior, y cómo las asambleas eran increíblemente ineficientes para tomar decisiones. Como estaba escribiendo un libro sobre las revueltas sociales que se habían producido en la estela de 1968, me pareció que estaba viendo una repetición de lo mismo.

Movimiento 15M
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