El erizo y el zorro
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Fracaso y melancolía: el error de José Ortega y Gasset
Hace un siglo, en 'España invertebrada', el filósofo se dispuso a explicar qué nos pasaba en realidad a los españoles, a los de entonces y a los de ahora
Hace un siglo, José Ortega y Gasset publicó uno de sus libros más conocidos,
Ortega empezaba explicando los orígenes de la nación española. Sus argumentos han sido refutados por casi todos los historiadores posteriores, pero es interesante conocer su error: “Castilla ha hecho a España”, decía. El país era un proyecto que nació “en la mente” de esa “cruda altiplanicie” como “una intuición de algo real […] como un esquema de algo realizable, un proyecto incitador de voluntades, un mañana imaginario capaz de disciplinar el hoy y de orientarlo”. Ese proyecto de futuro se convirtió en la “unidad española” cuando se produjo “la unificación de las dos grandes políticas internacionales que a la sazón había en la península: la de Castilla, hacia África y el centro de Europa; la de Aragón, hacia el Mediterráneo”. A raíz de eso, dice Ortega, se concibió por primera vez en la historia una 'Weltpolitik', una política imperialista, de expansión. “La unidad española fue hecha para intentarla”.
Este relato cuadraba con el proyecto filosófico de Ortega, aunque tuviera poca razón histórica. “No viven juntas las gentes sin más ni más y porque sí: esa cohesión 'a priori' sólo existe en la familia. Los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo”, decía, y ese “algo” para el que los españoles estaban juntos había sido la creación de un imperio. Pero, transcurrido el tiempo, había surgido un problema, que en ese momento, y el actual, era el más preocupante para España: el separatismo. “Para la mayor parte de la gente el nacionalismo catalán y vasco es un movimiento artificioso que, extraído de la nada, sin causas ni motivos profundos, empieza de pronto unos cuantos años hace”, decía. Pero Ortega no estaba de acuerdo. Las “inquietudes secesionistas” eran otra cosa. Eran “particularismo”. “La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás”.
El proyecto filosófico de Ortega y Gasset tenía poca razón histórica
Estrictamente, eso no era culpa de los nacionalistas, sino del funcionamiento general de España. Porque, en realidad, había sido el “poder central” castellano el que había generado ese particularismo que no solo afectaba a ciertas regiones, sino también a las clases sociales o los gremios profesionales. Por culpa del poder central, en España los catalanes, los militares, los jueces, los políticos, los vascos, la Iglesia, la monarquía y hasta “Galicia o Sevilla” iban cada uno a lo suyo, sin capacidad de buscar el bien común, sin el menor interés en comprenderse mutuamente y ayudarse. De ahí la falta de vertebración del país. “Hoy es España más bien que una nación, una serie de compartimientos estancos”. Si Castilla había hecho a España, también la había deshecho, decía Ortega.
Contra Ortega
Como decía la semana pasada el editor Andreu Jaume en el transcurso de unas jornadas organizadas por el admirable CLAC, un centro cultural catalán que elabora ideas y proyectos ajenos al nacionalismo, nuestra generación fue educada para estar contra Ortega. Con mucha razón, los escritores que vivieron en la España que se modernizaba y se dirigía a la democracia rechazaron su prosa envarada y pirotécnica, y hasta Sánchez Ferlosio le reprochó su querencia por las metáforas grandilocuentes. Como tantos filósofos, Ortega tenía problemas reales para entender la historia factual y parecía más preocupado por crear un sistema de pensamiento coherente que por que este respondiera a la realidad de las cosas.
Por supuesto, fue un hombre genial: toda su obra está llena de un genuino esfuerzo de modernizar España, integrarla en el progreso europeo, sacarla de sus peores vicios ancestrales, darle una cultura eficaz y práctica. Y muchas veces es brillante por su osadía y desparpajo para hacer grandes interpretaciones. Hay que tener un cuajo considerable para escribir, como hace en 'España invertebrada': “En las horas de historia ascendente, de apasionada instauración nacional, las masas se sienten masas, colectividad anónima que, amando su propia unidad, la simboliza y concreta en ciertas personas elegidas, sobre las cuales decanta el tesoro de su entusiasmo vital”.
El problema de España es que la élite apenas existe y, cuando lo hace, las masas la detestan
Ese precisamente es el mayor problema de 'España invertebrada', y la razón por la que Ortega ha envejecido tan mal. Su incapacidad para comprender lo que él llama las “masas”, su mezcla de fascinación y rechazo por las democracias emergentes basadas en la igualdad de todos los ciudadanos, su constante apelación a la necesidad de una élite —que indisimuladamente ve conformada por hombres muy parecidos a sí mismo— que saque a los hombres de su particularismo y su necedad. El problema de España es que esa élite apenas existe y, cuando lo hace, las masas la detestan porque es mejor que ellas. “Donde no hay una minoría que actúa sobre una masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de una minoría, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la haya”.
100 años después, 'España invertebrada', a pesar de varias frases memorables y algunas interpretaciones atractivas por su osadía, es casi una reliquia. España no sufre males seculares por culpa de las circunstancias de su nacimiento, el carácter castellano o una tara que nos impida generar élites eficaces. Intentar solventar el grave problema del independentismo siguiendo los diagnósticos de Ortega conduciría una vez más al fracaso y, como decía él mismo, a la melancolía. Pero como documento histórico sigue siendo enormemente interesante. Aunque solo sea para saber por qué llevamos tanto tiempo equivocados.
Hace un siglo, José Ortega y Gasset publicó uno de sus libros más conocidos,