El erizo y el zorro
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Lo que le pasó a Albert Camus cuando dejó de ser comunista
En los diarios, que publica ahora en español Debate con el título 'Vivir la lucidez', el escritor francés se muestra harto de ser un referente político
A principios de la década de los cincuenta, Albert Camus se encontraba en lo más alto de su fama. Durante la invasión nazi de Francia había sido un miembro activo de la resistencia y escrito artículos con pseudónimo en el periódico 'Combat', prohibido por las autoridades alemanas. Fue también su director, lo que le convirtió en la mayor autoridad intelectual de la Francia de la época que, tras la liberación, intentaba volver a una cierta normalidad y se enfrentaba a terribles dilemas, como los juicios a los colaboracionistas. Muchos lectores “se acostumbraron a que fuera él quien todos los días configurara sus pensamientos”, escribió el también intelectual Raymond Aron. Además, en esos mismos años, Camus había publicado 'El extranjero' y 'La peste', dos novelas que reflejaban la angustia provocada por la guerra y la violencia, que tuvieron un éxito enorme. Cuando Hannah Arendt visitó París, afirmó que Camus era "sin duda, el mejor hombre que hay ahora en Francia". Su altura moral y política, escribió, era muy superior a la de los demás intelectuales.
Pero todo eso empezó a acabarse en 1951. Como reflejan sus diarios, que publica ahora en español la editorial Debate con el título
Sartre no se conformó con encargar una reseña demoledora en la revista que dirigía, 'Les Temps Modernes', sino que escribió él mismo una carta abierta para intentar destruir la reputación de quien a partir de entonces se convertiría en su examigo por denunciar el comunismo. Le acusó de ser un moralista preocupado por la violencia, pero no por la pobreza. Camus exaltaba al hombre que se rebelaba, pero denostaba la noción de revolución y los traumas que esta conllevaba. Sartre le llamaba reaccionario. Camus llamó 'savonarolas' a la gente de 'Les Temps Modernes', en referencia al puritano gobernante de Florencia que ordenó la quema de los libros impuros. Como cuenta el historiador Tony Judt en el estudio de su obra, Camus 'invirtió la defensa convencional que hacían los intelectuales del terror revolucionario que entonces estaba de moda': no era válido decir que, de alguna manera, el terror de la Revolución francesa legitimaba el terror posterior de la Unión Soviética, más bien el terror de esta última debía servir para replantearse si era legítimo el de la primera. El rechazo brutal de sus antiguos amigos le hizo reunir el valor necesario para alejarse de la disputa política y la figura del intelectual comprometido. "Nunca estuve muy sometido al mundo, a la opinión", escribe en sus diarios. "Pero lo estuve algo, por muy poco que fuera. Acabo de hacer el esfuerzo definitivo. Creo que, a este respecto, mi libertad es total. Libre, por tanto, benévolo".
Sartre le llamó reaccionario. Camus llamó 'savonarolas' a la gente de 'Les Temps Modernes'
En 1957, con solo 44 años, recibió el Premio Nobel de Literatura. 'Nobel', escribió lacónicamente en sus 'carnets'. "Extraño sentimiento de agobio y de melancolía. A los veinte años, pobre y desnudo, conocí la verdadera gloria. Mi madre". Muchos le daban ya por acabado, a pesar de su juventud, y recibieron la noticia de su encumbramiento con una mezcla de sorpresa y rechazo. Creían que hacía tiempo que no escribía nada valioso y que haber dejado la literatura para escribir filosofía —el género de moda entonces en los círculos intelectuales parisinos— había sido un error porque, simplemente, como había dicho Sartre al denostar '
Los 'carnets' de Camus son una lectura extraña, como lo son todos los textos escritos para uno mismo, sin la ambición de publicarlos, y en los que se filtran de manera más sincera los resentimientos y las frustraciones. Pero tienen algo hipnótico, brutal. No solo por la integridad moral de Camus, sino porque en ellos está su pasión por el mundo físico: el mar, el sol, el sexo, los paisajes argelinos, su eterna renuencia ante el mundo intelectual al que perteneció y luego le expulsó. Leerlo hoy es increíblemente ilustrativo, no solo porque demuestra que no es necesario ser un furibundo polemista político para tener un compromiso genuino con la política, sino que los revolucionarios de todas las ideologías son implacables con quien solo aspira a ser un discreto hombre rebelde.
A principios de la década de los cincuenta, Albert Camus se encontraba en lo más alto de su fama. Durante la invasión nazi de Francia había sido un miembro activo de la resistencia y escrito artículos con pseudónimo en el periódico 'Combat', prohibido por las autoridades alemanas. Fue también su director, lo que le convirtió en la mayor autoridad intelectual de la Francia de la época que, tras la liberación, intentaba volver a una cierta normalidad y se enfrentaba a terribles dilemas, como los juicios a los colaboracionistas. Muchos lectores “se acostumbraron a que fuera él quien todos los días configurara sus pensamientos”, escribió el también intelectual Raymond Aron. Además, en esos mismos años, Camus había publicado 'El extranjero' y 'La peste', dos novelas que reflejaban la angustia provocada por la guerra y la violencia, que tuvieron un éxito enorme. Cuando Hannah Arendt visitó París, afirmó que Camus era "sin duda, el mejor hombre que hay ahora en Francia". Su altura moral y política, escribió, era muy superior a la de los demás intelectuales.
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