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El erizo y el zorro
Por
Cleptocracia y dinero sucio: las finanzas mundiales son una cueva de ladrones
Casi cualquier actividad económica imaginable puede acabar convertida en una respetable empresa que cotiza en la City de Londres o Wall Street
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Una madrugada de enero de 2009, Mukhtar Ablyazov llamó a Bota Jardemalie a su habitación del hotel en el que ambos se hospedaban en Astaná, la moderna capital de Kazajistán repleta de extravagantes monumentos de cristal y rascacielos dispuestos alrededor de la sede del poder de Nursultán Nazarbáyev, presidente del país durante treinta años. Ablyazov, además de exministro, era el propietario del BTA Bank, una de las mayores instituciones financieras del país, y Jardemalie era una directiva joven y preparada —formada en Harvard— a la que había reclutado para modernizar el banco y convertirlo en una empresa global que cotizara en Londres. El motivo de la llamada no auguraba nada bueno: Ablyazov se había enterado de que al día siguiente las autoridades del país iban a detenerle y que el entorno de Nazarbayev le quitaría su banco. Acababa de estallar la crisis financiera de 2008 y muchos bancos corrían el riesgo de quebrar, de modo que el Gobierno presentaría como un rescate lo que en realidad sería un robo. La razón real: según el propio Ablyazov, se había negado a darle a la corte corrupta del presidente una parte de sus acciones y beneficios a cambio de que le dejaran operar. Ablyazov y Kardemalie huyeron en vuelos distintos a Londres.
Allí, según cuenta Tom Burgis, periodista del Financial Times, en
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El elenco de personajes que presenta pone los pelos de punta. Entre algunos hombres buenos, como Nigel Wilkins, un responsable de “compliance” de un gran banco suizo que decidió robar documentos y denunciar la manera fraudulenta en la que su banco cooperaba en el movimiento y lavado de dinero negro y la evasión fiscal, abundan los villanos. Y Burgis retrata sus supuestas acciones con gran talento narrativo y una enorme osadía: de hecho, la semana pasada, un juez británico desestimó la denuncia presentada por un gigante minero kazajo que alegaba que el periodista le había atribuido el asesinato de tres hombres. Y hay muchos sospechosos habituales: Nigel Farage y su admiración por Putin, Boris Johnson y su amistad con Alexander Temerco, “cuyas confesas conexiones con las agencias de seguridad del Kremlin se remontan décadas” o Donald Trump y las oscuras negociaciones de su entorno con el mundo ruso. Pero también personajes más oscuros, como “un empresario chino con al menos siete sobrenombres y una larga relación con las agencias de inteligencia del Partido Comunista” que, junto a otros empresarios africanos, obtuvo derechos sobre materias primas financiando a un dictador como Robert Mugabe, o los rusos e italianos que controlaban una cadena de gasolineras en Estados Unidos y podían bajar precios porque mandaban el dinero a paraísos fiscales y eludían el pago de impuestos.
Los nacionalistas se proclaman salvadores de naciones asediadas mientras supervisan el expolio de dichas naciones
Lo asombroso de 'Dinero sucio', más allá de la habilidad con la que encadena historias y personajes —aunque la edición española podría haber fluido un poco mejor—, es cómo consigue demostrar los estrechos grados de interconexión y cooperación que existen entre quienes manejan dinero de origen oscuro. “Los cleptócratas del mundo se estaban uniendo”, dice Burgis, tras repasar las investigaciones de Nigel Wilkins, el banquero chivato que descubrió, tras ver cómo su banco hacía trampas, que a una empresa pantalla le seguía una sucesión de otras, siempre con un patrón que mezclaba, según Burgis, cinco clases de elementos: los banqueros británicos, los hombres de negocios del Este surgidos del mundo soviético, el petróleo, el partido —“dinero, territorio, tecnología, sus líderes en Pekín lo quieren todo; no habrá tolerancia con la resistencia”— y los nacionalistas. Estos últimos son los políticos que, bajo una retórica populista, se presentan como héroes de la patria. Sin embargo, dice, “los nacionalistas se proclaman salvadores de naciones asediadas mientras supervisan el expolio de dichas naciones”.
“Mientras el resto de nosotros entregamos una parte cada vez mayor de nuestra privacidad a las tiendas online, las bases de datos sobre terrorismo y los rastreadores”, escribió Burgi acerca de su libro, “la cleptocracia global vive en el secretismo […] Ha arraigado, con pocas excepciones, en todas partes, de Budapest a Pekín, de Ankara a Pretoria. Cuando su poder se ve amenazado, recurren a la financiación de los mercados globales”. Como demuestra este excelente libro, trepidante y escandaloso, casi cualquier actividad económica imaginable puede acabar convertida en una respetable empresa que cotiza en la City de Londres o Wall Street, y que dedica una parte de sus beneficios a financiar a políticos.
Una madrugada de enero de 2009, Mukhtar Ablyazov llamó a Bota Jardemalie a su habitación del hotel en el que ambos se hospedaban en Astaná, la moderna capital de Kazajistán repleta de extravagantes monumentos de cristal y rascacielos dispuestos alrededor de la sede del poder de Nursultán Nazarbáyev, presidente del país durante treinta años. Ablyazov, además de exministro, era el propietario del BTA Bank, una de las mayores instituciones financieras del país, y Jardemalie era una directiva joven y preparada —formada en Harvard— a la que había reclutado para modernizar el banco y convertirlo en una empresa global que cotizara en Londres. El motivo de la llamada no auguraba nada bueno: Ablyazov se había enterado de que al día siguiente las autoridades del país iban a detenerle y que el entorno de Nazarbayev le quitaría su banco. Acababa de estallar la crisis financiera de 2008 y muchos bancos corrían el riesgo de quebrar, de modo que el Gobierno presentaría como un rescate lo que en realidad sería un robo. La razón real: según el propio Ablyazov, se había negado a darle a la corte corrupta del presidente una parte de sus acciones y beneficios a cambio de que le dejaran operar. Ablyazov y Kardemalie huyeron en vuelos distintos a Londres.