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Bohemios en una isla griega medio salvaje: el paraíso puede convertirse en un infierno
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Bohemios en una isla griega medio salvaje: el paraíso puede convertirse en un infierno

'Los buscadores de loto' es un libro de viajes estupendo que combina la descripción lírica de Hidra con los conflictos inherentes de querer vivir de una manera distinta

Foto: Hidra, la isla donde las mulas apaciguan a los urbanitas. (EFE)
Hidra, la isla donde las mulas apaciguan a los urbanitas. (EFE)

Es 1956 y estamos en una isla griega llamada Hidra. La mayor parte de sus habitantes, unas 3.000 personas, dependen del pastoreo y la pesca. Las casas, blancas y cuadradas, se alzan junto al puerto y hacia lo alto de las colinas. Y son muy baratas. Los bultos se llevan en burro, el agua se acarrea en baldes y la gente del lugar recibe de buena gana a los extranjeros bohemios porque son pintorescos y se les puede sacar un poco de dinero. Es el lugar perfecto para un matrimonio de escritores, con dos hijos y otro en camino, que quiere alejarse de la ajetreada vida urbana y vivir con el poco dinero que le dan sus libros.

Este es el punto de partida de Los buscadores de loto, recién publicado en castellano en la editorial Gatopardo, que rememora algunos de los meses que pasaron la autora, la australiana Charmian Clift, y su familia en ese lugar idílico. Empieza con la compra de una casa en ruinas cuya renovación les va a costar una pequeña fortuna. La angustia de la pareja por el dinero es constante, hasta el punto de que va con frecuencia al puerto para comprobar si el barco procedente de Atenas que transporta el correo les ha llevado un cheque con los derechos de autor de sus obras. Muchas veces no tienen para comer más que lentejas, alubias y guisantes, con el extra de una pata de cabrito.

placeholder 'Los buscadores de loto', de Charmian Clift.
'Los buscadores de loto', de Charmian Clift.

Pero, al mismo tiempo, esa forma de vida es un sueño. Viven junto a una minúscula colonia de artistas extranjeros —a la que pertenecerá por un tiempo Leonard Cohen—. Allí no existen las convenciones de las sociedades ricas, los niños viven en un estado asalvajado y la belleza del paisaje es abrumadora. “A medida que el sol se vuelve más fuerte y asciende más en el cielo, las paredes encaladas se tornan deslumbrantes a mediodía —escribe Clift en una de las frecuentes descripciones del paisaje—. Las hileras escalonadas de casas relucen entre las chumberas y los aloes. Por la mañana, y al atardecer, el puerto parece resbalar y deslizarse en una malla dorada y verde de reflejos acuáticos en movimiento. La isla yace desnuda e inocente bajo el sol, o tenue e inquietantemente luminosa bajo la luna. El mundo huele a sal marina, a hierbas, a flores primaverales”.

Sin embargo, pese a un entorno tan prometedor, la narración se va volviendo cada vez más sombría, algo que contrasta con la luminosidad del lugar. Es duro tener un bebé en una isla sin hospital. A veces, las relaciones con los lugareños son complicadas: las mujeres del pueblo entran en la casa sin pedir permiso para ver al recién nacido, porque en Hidra un nacimiento es un acontecimiento público. Y el roce constante con los demás extranjeros produce conflictos. Además, es difícil trabajar en un lugar con tantas distracciones, empezando por el vino barato de las tabernas. Y luego, claro, está la política. En esa época se produjeron los grandes choques entre Grecia y Reino Unido por la soberanía de Chipre, que generaron en la primera un rechazo por todo lo inglés. Clift y su marido eran australianos, pero no se escaparon de la aversión que instigaban los nacionalistas helenos. “Maldita sea también mi propia ingenuidad al creer por un solo instante que iba a poder esquivar las etiquetas y las categorías incluso en esta pequeña roca gris en medio del Mediterráneo”, escribe Clift.

Allí no existen las convenciones de las sociedades ricas, los niños viven en un estado asalvajado y la belleza del paisaje es abrumadora

Pero los bohemios también viven otro conflicto que sigue vivo sesenta años después de la publicación original del libro, y en el que casi todos participamos durante las vacaciones del verano: la conversión de lugares como Hidra en destinos del turismo de masas. Poco después de que la autora y su familia se instalen allí, empiezan a llegar turistas ricos, yates, incluso el equipo de rodaje de una película de Hollywood, al que los lugareños, cuenta Clift, miran como si fueran unas inagotables fuentes de divisas. Junto a Mallorca, Ibiza, Sicilia, la costa yugoslava y otras zonas del Mediterráneo, la isla se convierte en parte del circuito de veraneo internacional.

Los buscadores de loto es un libro de viajes estupendo que combina la descripción lírica de Hidra con los conflictos inherentes de querer vivir de una manera distinta, más bohemia, huyendo de todas las reglas sociales. A veces es tan literario que puede resultar un poco asfixiante. Pero es una sensación pasajera, que queda en segundo plano por el talento de Clift para explicar cómo es la vida cotidiana en un paraíso en plena transformación. Ella, su marido y sus tres hijos acabaron pasando diez años en esa isla, y cuando regresaron a Australia ya eran dos autores reconocidos. Clift se convirtió en una columnista muy leída que siguió defendiendo sus radicales posturas sobre “el mercantilismo moderno” y las convenciones rígidas y clasistas. Pero se suicidó joven y su vida se convirtió en un motivo de escándalo público: según algunos, el retrato que hacía Los buscadores de loto de sus años en Hidra ocultaba infidelidades y una dependencia del alcohol mucho mayor que la que se cuenta.

Es un peculiar libro de viajes que vale la pena leer en verano para recordar que, a veces, los destinos paradisiacos ocultan sus propios dramas

Pero eso es ahora irrelevante. Los buscadores de loto es un peculiar libro de viajes que vale la pena leer en verano. No solo para imaginar esas calas transparentes, casi desiertas, en las que la autora desayuna sandía y se baña melancólicamente, sino para recordar que, a veces, los destinos paradisiacos ocultan sus propios dramas, y que buscar otras formas de vida puede ser incluso más estresante que seguir viviendo de la manera en que lo hacemos.

Es 1956 y estamos en una isla griega llamada Hidra. La mayor parte de sus habitantes, unas 3.000 personas, dependen del pastoreo y la pesca. Las casas, blancas y cuadradas, se alzan junto al puerto y hacia lo alto de las colinas. Y son muy baratas. Los bultos se llevan en burro, el agua se acarrea en baldes y la gente del lugar recibe de buena gana a los extranjeros bohemios porque son pintorescos y se les puede sacar un poco de dinero. Es el lugar perfecto para un matrimonio de escritores, con dos hijos y otro en camino, que quiere alejarse de la ajetreada vida urbana y vivir con el poco dinero que le dan sus libros.

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