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¿Te sirven de algo las enseñanzas de Jesús si eres ateo?
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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¿Te sirven de algo las enseñanzas de Jesús si eres ateo?

¿Podríamos coger las enseñanzas del Nuevo Testamento, despojarlas de todo su contenido religioso, y utilizarlas como un modelo de conducta?

Foto: Foto: EFE/Mark R. Cristino
Foto: EFE/Mark R. Cristino

La fe cristiana está en declive: cada vez menos gente cree en sus dogmas, va a la iglesia o pasa por ritos como el bautizo o el matrimonio religioso. Sin embargo, se podría pensar que, aunque decaiga la creencia, el cristianismo sigue constituyendo una guía ética valiosa. Aunque no creamos en Dios, lo de "amarás a tu prójimo como a ti mismo" aún tiene sentido, ¿no?

Esa es la pregunta que se hace el filósofo Julian Baggini en su último libro, El Evangelio sin Dios (Paidós). ¿Podríamos coger las enseñanzas del Nuevo Testamento, despojarlas de todo su contenido religioso, y utilizarlas como un modelo de conducta? ¿Y si consideráramos a Jesús simplemente como un "gran maestro moral" a la manera de los estoicos, Confucio o Montaigne?

Foto: La creación de Adán según Miguel Ángel

El libro de Baggini pretende responder a esas preguntas de una manera peculiar. La primera parte es un ensayo muy fácil de leer, pero al mismo tiempo erudito e inteligente, sobre los mensajes morales de Cristo, el significado de sus parábolas y la manera en que podríamos interpretar todo ello para infundir a nuestra vida de un poco de sabiduría y de bondad. La segunda parte es un raro experimento.

Seguir las leyes, pasar de la política

Una de las primeras advertencias de Baggini es que el mensaje de Jesucristo es claramente religioso. Los "elementos sobrenaturales", dice, ocupan la mitad de los Evangelios. Y su contenido moral, dice, es un tanto ambiguo. La manera de hablar de Jesús sigue la tradición de los profetas judíos, y esta nunca se caracterizó por su claridad. Algunas de sus palabras pueden tomarse literalmente, otras son figuradas. Con frecuencia habla en parábolas cuyo significado no explica. Y muchas veces es hiperbólico. ¿Por qué maldice una higuera que no da higos cuando no es tiempo de higos? ¿Solamente porque tiene hambre? ¿Habla en serio cuando dice que, antes de cometer un pecado, nos arranquemos un ojo?

Pero, a pesar de su oscuridad, Baggini detecta algunas enseñanzas que sin duda tienen una interpretación, y una utilidad, laicas. En primer lugar, dice que Jesús no pretende establecer una lista de cosas que son correctas y otras que son incorrectas. Su propósito, más bien, es que iniciemos un proceso de transformación interior que cambie por completo cómo nos relacionamos con los demás y cuyo fin es eliminar el egoísmo. Baggini pone el ejemplo real y reciente de un hombre que se abalanzó sobre la baranda de un balcón para salvar la vida a un niño: no sabemos si tenía un código ético claro, o si creía en algún Dios. Simplemente hizo lo que consideró correcto. Hay que educar nuestro espíritu para que desarrolle esa habilidad y Jesús nos puede ayudar en ello. Porque uno de sus mensajes principales es que, si cultivas tus hábitos y haces el bien en todas las pequeñas cosas cotidianas, cuando llegue el momento de las grandes decisiones, harás el bien de manera instintiva.

Si haces el bien en las pequeñas cosas cotidianas, cuando llegue el momento de las grandes decisiones. harás el bien de manera instintiva

A Jesús, dice Baggini, le preocupa también mucho cómo nos relacionamos con las normas sociales. "No penséis que vine a destruir la ley […], sino a dar cumplimiento", dice Jesús, por lo que podríamos pensar que quiere que siempre seamos obedientes. Pero en realidad es más ambiguo: nos dice que lo importante de la ley no es su letra, sino su espíritu, y que debemos desarrollar el carácter necesario para saber cuándo debemos cumplir las normas y cuándo debemos saltárnoslas en favor de un bien mayor. Las ambigüedades persisten en todos los evangelios: a diferencia de muchos cristianos actuales, dice Baggini, Jesús no transmite "valores familiares": pide a la gente que abandone a su familia, dice que los hermanos son los miembros de una misma religión, y no necesariamente aquellos con los que tenemos lazos de sangre, y San Pablo llega a recomendar no casarse. Y es escéptico en materia política: a veces parece decir que lo importante no es cambiar el sistema, "sino centrarnos en reformar [nuestros] caracteres"; en muchas ocasiones se muestra indiferente a la "injusticia económica". La búsqueda de la justicia en esta tierra es, para él, secundaria: "una distracción de la tarea mucho más importante que es cambiarte a ti mismo". Y este proceso de cambio es muy difícil y nunca acaba.

Un raro experimento

La segunda mitad del libro, como decía, es un experimento arriesgado. Baggini reescribe los cuatro evangelios eliminando por completo toda referencia a los elementos religiosos y divinos para que nos imaginemos de manera más clara cómo sería un Jesús puramente laico. Aunque Baggini reconoce que en ocasiones puede parecer un ejercicio forzado, es una lectura interesante. Pero, al menos en mi caso, el experimento ha salido mal.

Foto: El paraíso (Fuente: iStock)

De hecho, el Jesús del evangelio laico que escribe Baggini —que apela al amor, pero nos impone constantemente trabajo; que nos pide que violentemos nuestra propia vida; que se pone a sí mismo como ejemplo de bondad, pero que se muestra deliberadamente ambiguo— es bastante antipático. Quizá cuando pensamos que su conducta misteriosa se debe a su carácter divino estamos dispuestos a asumir sus parábolas misteriosas y el carácter fragmentario de su enseñanza. Pero como simple "maestro moral" diría que no es de los más útiles. Baggini lo reconoce: "Podemos decidir que otras filosofías morales más completas ofrecen una mejor base para nuestras acciones. Pero [las] enseñanzas [de Jesús] constituyen un reto muy necesario que nos hace abandonar la complacencia con una sacudida".

Puede ser. Aunque solo sea para hacerse estas preguntas, el libro de Baggini vale la pena. Ahora bien, aunque soy incapaz de creer en la naturaleza divina de Jesús, su vertiente laica me parece que tiene más bien poca gracia.

La fe cristiana está en declive: cada vez menos gente cree en sus dogmas, va a la iglesia o pasa por ritos como el bautizo o el matrimonio religioso. Sin embargo, se podría pensar que, aunque decaiga la creencia, el cristianismo sigue constituyendo una guía ética valiosa. Aunque no creamos en Dios, lo de "amarás a tu prójimo como a ti mismo" aún tiene sentido, ¿no?

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