El erizo y el zorro
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El novelista que contó hace un siglo la inmigración, la globalización y el terrorismo
Las narraciones de Joseph Conrad, de cuya muerte se cumplen cien años, en realidad describen nuestro mundo, según la biografía de la historiadora Maya Jasanoff
El Imperio Británico domina la mayor parte del mundo mientras el resto de potencias europeas gobiernan y explotan partes más pequeñas de África y Asia. Enormes veleros tardan semanas en cruzar el océano cargando especias, algodón o marfil. A veces, esas naves se mecen en puertos como los de Singapur o Marsella, alrededor de los cuales los marineros se emborrachan, y abundan las prostitutas y una caótica población multirracial.
Tendemos a identificar las novelas de Joseph Conrad, que murió hace un siglo exacto, con todo ello: un mundo decimonónico, imperialista y aventurero del que no queda nada. Pero según
De Polonia al mundo
Joseph Conrad se llamaba en realidad Jozef Teodor Konrad Korzeniowski, nació en 1857 en la actual Ucrania, y era descendiente de una familia de aristócratas nacionalistas polacos que luchaban contra el imperialismo ruso, que en esa época también se había anexionado esa región. El padre de Conrad, un escritor romántico que dedicó su vida a la causa, murió joven por culpa de las crueles detenciones de la policía zarista, y el hijo, de una manera difícil de entender, puesto que no había visto el mar en su vida, decidió ser marinero. En esa época, cuenta Jasanoff con gran talento, la marina mercante británica, la más poderosa del mundo, necesitaba grandes cantidades de marineros dispuestos a cobrar poco, y por eso aceptaba a gente de cualquier nacionalidad siempre y cuando demostrara su valía, aunque eso no la eximiera de sufrir la discriminación y de tener mala fama. Pero esa época también estaba dominada por otro fenómeno que marcó por igual la vida del marino y novelista: la paulatina sustitución de los grandes barcos a vela por los buques a vapor, más rápidos, pero, según Conrad, carentes de alma.
En sus viajes por África, Asia y Oceanía, Conrad acumuló las vivencias que plasmó en sus libros a partir de 1894, cuando, a los treinta y seis años, abandonó el mar y, en una nueva decisión difícil de entender, quiso convertirse en escritor profesional. Y supo ver cómo esas experiencias marcarían para siempre el mundo futuro. Para empezar, este se globalizaría aún más; en él, los occidentales afirmarían que pretendían llevar la civilización al resto del mundo, pero rapiñarían materias primas. Y se hiperconectaría: en el transcurso de la vida de Conrad, se abrieron los canales de Suez y Panamá, que hicieron más rápidas las conexiones globales. Además, ese mundo era y sería cada vez más tecnológico: en esos años, no solo pasó de la vela al vapor, sino que se desplegaron los primeros cables telegráficos submarinos. Pero también fue una época de nuevas ideas políticas como el socialismo, el anarquismo y el nacionalismo, y Conrad conoció la oleada terrorista que atemorizó a Londres después de que los revolucionarios descubrieran otro prodigio tecnológico: los cartuchos de dinamita.
A pesar de todo, muchos occidentales veían con optimismo esta época. Conrad, sin embargo, detectó sus lados más oscuros y los plasmó de manera magistral en sus novelas. Jasanoff describe el viaje a los abismos del imperialismo de
Cuenta la experiencia del terrorismo en
Conrad entendió la creciente globalización y los muchísimos traumas que eso iba a provocar tanto en las sociedades ricas como en las pobres
“A Conrad no le habría sonado el término ‘globalización’ —dice Jasanoff—, pero con sus viajes, desde las provincias de la Rusia imperial, surcando los mares y hasta los condados de Gran Bretaña, fue su encarnación”. Conrad tuvo un gran prestigio en su época porque ponía en duda los valores de Occidente con un estilo complejo, sutil y a veces enormemente complicado: sus historias, dice Jasanoff, están regidas por el tiempo del mar —largas esperas, repeticiones de las rutinas, las mismas historias contadas una y otra vez— y no por el de tierra firme. Pero solo tuvo éxito al final de su vida.
Una vez muerto, algunos le acusaron de racismo por considerar a los africanos y los asiáticos seres salvajes, indistinguibles de la naturaleza. Jasanoff se toma en serio estas críticas, pero pone por encima de ellas el hecho de que Conrad entendió la creciente globalización del mundo y los muchísimos traumas que eso iba a provocar tanto en las sociedades ricas como en las pobres. Y, además de eso, lo hizo con un arte muchas veces deslumbrante.
Quienes sean devotos de Conrad deben leer a Jasanoff. Quienes aún no lo sean, quizá se conviertan en uno de ellos si leen su libro.
El Imperio Británico domina la mayor parte del mundo mientras el resto de potencias europeas gobiernan y explotan partes más pequeñas de África y Asia. Enormes veleros tardan semanas en cruzar el océano cargando especias, algodón o marfil. A veces, esas naves se mecen en puertos como los de Singapur o Marsella, alrededor de los cuales los marineros se emborrachan, y abundan las prostitutas y una caótica población multirracial.
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