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Falete es el rey (pese a los homófobos, los gordófobos y los prejuicios antiandaluces)
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Víctor Lenore

La banda (sonora)

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Falete es el rey (pese a los homófobos, los gordófobos y los prejuicios antiandaluces)

Crónica de su vibrante concierto en Madrid

Foto: Falete (EFE)
Falete (EFE)

Asistir a un recital de Falete supone calarse en una tormenta de canción popular en español. El sevillano domina todos los registros y -sin prisa, pero sin pausa- se ha convertido en pieza esencial de una tradición cada vez más ayuna de figuras. Se nos fueron las dos grandes Rocíos, Jurado y Dúrcal; se marchó el torrente vital de Bambino; no hace ni un año que nos quedamos huérfanos de la expresividad devastadora del divo Juan Gabriel y todavía nadie ha resucitado la chispa gitana de Lola Flores. Son demasiadas las fieras de escenario que no están entre nosotros, pero pasar dos horas en el Teatro Nueva Alcála con Falete y sus músicos supone reencontrarse con algo importante que cada mito que no está. ¿Quien nos queda? Con María Jiménez viva pero retirada, aun podemos disfrutar de Raphael e Isabel Pantoja en todo lo alto.

Foto: C. Tangana.(Javier Ruiz)

Por eso, con cada nuevo trabajo y gira, Falete se consolida como intérprete mayúsculo de nuestro mejor repertorio, ese que va de las coplas clásicas como 'La bienpagá' hasta el 'SOS' de Mayte Martín, pasando por las cimas de Manuel Alejandro. No es casualidad que entre el público de anoche estuviera Juan “El Golosina”, íntimo colaborador de Lola Flores, mostrando su apoyo a Falete. Este le dedicó 'La bomba gitana' en la eufórica recta final del espectáculo.

Voz de cinco estrellas

¿Qué aporta Falete a la tradición en la que se inscribe? Primero, una voz de alto octanaje, imprescindible para inyectar intensidad a temazos como 'Qué sabe nadie', 'Abrázame' o 'Se nos rompió el amor', pieza en la que se vacía por completo, sin dejar de atender a los matices. Falete canta algún fragmento sin amplificación, arroja al suelo el pie de micro y dobla las rodillas para la parte susurrada. Toca el cielo a mitad de recorrido.

Falete es un artista desafiante porque pone en primer plano las relaciones personales en un mundo obsesionado con el cálculo económico

Desde la explosión global de Bob Dylan en los años sesenta, se ha impuesto la absurda idea de que un artista es más artista si compone sus canciones. Este disparate exigiría menospreciar a gigantes como Frank Sinatra, Elvis Presley y Julio Iglesias, tres mitos globales que optaron por hacer lo que mejor saben, que es llevar a lo más alto las partituras de otros. Cantar a este nivel una canción puede tener tanto mérito como componerla. Lo que nos da Falete es su voz poderosa y una técnica con la que puede mostrarse invencible o vulnerable, muchas veces en la misma pieza. Hoy escasean los artistas capaces de llegar a su fuerza, su sensibilidad y su amplitud de recursos. Tiene el pellizco de vida que tantas veces le falta a Miguel Poveda con este tipo de canciones (obviamente, esto último es una opinión muy personal). Si alguien quiere sentir la grandeza de Bambino, está obligado a ir a ver a Falete, que sobre las tablas borda la bilis 'Payaso', la inconsolable amargura de 'Procuro olvidarte' y la mezcla de hundimiento y alivio de 'Se acabó'.



Es injusto, muy injusto, que la mayoría del gran público conozca a Falete como personaje televisivo propicio para hacer chistes de sobrepeso o por su participación en un 'reality' de saltar a una piscina. En su imagen pública,. muy por debajo de su estatura como artista, tiene en contra una mezcla de homofobia, gordofobia y prejuicios clasistas hacia los andaluces. En gran medida, es culpa de nuestras televisiones, más pendientes de subrayar su personalidad pop que su inmensa capacidad musical. Si muchos le conocen por el programa de Cárdenas, 'Sálvame' y 'El Hormiguero' es porque ya no hay espacios musicales donde podamos verle presentar sus canciones ni especiales donde disfrutar de un conciertos completo. Hoy resulta más sencillo verle en 'talents shows' como 'Tu cara me suena' que directamente haciendo su trabajo.

Quien quiera conocer su verdadera estatura puede acercarse a un teatro (tambien toca el viernes, 21 horas), donde se presenta arropado por músicos competentes y un contagioso cuadro flamenco. Su público le escucha con máximo respeto, roto de vez en cuando con algún grito de “Madrid te quiere”, “Qué bien cantas” o “La madre que te parió”, piropos tan previsibles como sentidos y merecidos.



Estoy tentado de decir que Falete no aporta nada singular, lo cual no quiere decir que no aporte algo esencial. Su enfoque, de lo más agradecible, consiste en ponerse al servicio de cada canción, en vez de subrayar elementos de su personalidad que podrían eclipsar la historia que interpreta. Cuando Falete ataca 'Abrázame' sientes la condena del paso del tiempo, ese que perdona menos que Dios. Cuando se mete en 'Paloma Brava' tiene toda la pegada que exige este alegato feminista, que explica cómo generaciones de mujeres han sufrido como perras por la actitud egocéntrica, superficial e infantil de sus parejas masculinas.

La ambivalencia sexual de Falete le sirve para tener a su alcance todos los recursos posibles. Es una figura queer tan tan magnética y valiosa como Paul B. Preciado, Mikky Blanco o El Niño De Elche, aunque nos sigamos empeñando en relacionar todo lo el universo de las folclóricas con la figura de la “maruja”, esa entelequia patriarcal despectiva que siguen invocando muchas feministas para referirse a las mujeres encargadas de los cuidados familiares y domésticos. Falete es un artista desafiante en el sentido de que pone en primer plano las relaciones personales en un mundo obsesionado con el cálculo económico. Su enorme talento musical asegura que en los próximos veinte o treinta años seguiremos teniendo un gran intérprete de la memoria sentimental de la mejor canción española. Una tradición, por cierto, de la que tanto tenemos que aprender los hombres.

Asistir a un recital de Falete supone calarse en una tormenta de canción popular en español. El sevillano domina todos los registros y -sin prisa, pero sin pausa- se ha convertido en pieza esencial de una tradición cada vez más ayuna de figuras. Se nos fueron las dos grandes Rocíos, Jurado y Dúrcal; se marchó el torrente vital de Bambino; no hace ni un año que nos quedamos huérfanos de la expresividad devastadora del divo Juan Gabriel y todavía nadie ha resucitado la chispa gitana de Lola Flores. Son demasiadas las fieras de escenario que no están entre nosotros, pero pasar dos horas en el Teatro Nueva Alcála con Falete y sus músicos supone reencontrarse con algo importante que cada mito que no está. ¿Quien nos queda? Con María Jiménez viva pero retirada, aun podemos disfrutar de Raphael e Isabel Pantoja en todo lo alto.

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