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Olvido y demolición de González-Ruano: el diarista excepcional que estafó a los judíos
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Alberto Olmos

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Olvido y demolición de González-Ruano: el diarista excepcional que estafó a los judíos

Se cumple medio siglo de la muerte de uno de los columnistas más admirados del siglo XX, cuyas actividades en la Francia ocupada le han acabado convirtiendo en un proscrito

Foto: César González-Ruano
César González-Ruano

A César González-Ruano lo nombraba mucho Francisco Umbral, al que yo también nombro lo mío. Umbral lo llamaba “César”, con esa misma confianza un poco ridícula con la que otros -y el propio Umbral- llaman “Ramón” a Gómez de la Serna. Las Letras Españolas fueron siempre un patio de colegio.

Lo de Ruano era el columnismo, desmigajarse en artículos, pasar a los fondos intocados de las bibliotecas con una compilación en tapa dura que, acaso, hojearían los tesinandos y los articulistas primerizos, en busca de estrategias para seguir diciendo lo mismo. El olvido, en suma.

Pero el olvido es bonito, se me antoja hasta consagratorio, pues, cuando decimos que un autor está olvidado, queremos decir que alguien lo lee, justamente aquel que, cada tanto, recuerda y condena el olvido de su obra. Hay escritores que ni siquiera nos molestamos en olvidar.

Cuando decimos que un autor está olvidado, queremos decir que alguien lo lee, aquel que, cada tanto, recuerda y condena el olvido de su obra

César González-Ruano nació en 1903, y se murió casi por escrito un 15 de diciembre de hace cincuenta años: escribió hasta en su lecho de muerte. Dejó treinta mil artículos, un insatisfactorio libro de memorias, varios relatos excelentes y un diario excepcional, que es donde se anotó hasta morir.

Aparte, nos legó una leyenda negra y la galería de imágenes más espeluznantemente franquistas de Google. Cuánto daño le iba a hacer ese bigotito.

Proscripción

Fue hace un año que el bonito olvido en que vivía la obra de Ruano se nos hizo insuficiente. Coincidiendo con la publicación de 'El marqués y las esvástica' (Anagrama), de Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas, la Fundación Mapfre rebautizó su premio González-Ruano de periodismo como Premio de Relato Corto Fundación Mapfre. Se ponía fin así a cuarenta años de honrar al mítico columnista, a cuyo galardón quedaron unidos nombres como los de Antonio Gala (primer premiado), José Luis Garci, Fernando Savater o Leila Guerriero (última premiada). ¿Qué contaban Rosa y Plàcid en su abrasiva biografía?

Principalmente, que César González-Ruano estafó a judíos necesitados de pasar a España; se trataba de perseguidos por el nazismo a los que Ruano -que vivía en aquellos años en París- proveía de papeles y contactos. Lejos de salvarles la vida, la mayoría de ellos podía acabar desvalijado e incluso muerto en la frontera andorrana.

Los autores dan por probado “el tráfico con vidas humanas” de César González-Ruano, aunque admiten no tener pruebas irrebatibles sobre el destino final de esas personas a las que el periodista encaminaba hacia los Pirineos.

Sin embargo, la leyenda negra que pesa sobre él -y que todo indica que el propio damnificado promovió, quizá empachado de biografías de Baudelaire- no podía salirle gratis, y la cancelación del premio que llevaba su nombre ha trasladado su obra entera del pabellón del olvido al cenotafio de la proscripción.

Diario

Podemos imaginarnos lo que viene a continuación: cualquiera que alabe o reivindique a César González-Ruano será considerado inmediatamente de derechas, sobre todo porque con casi total seguridad será de derechas. Yo soy una de esas excepciones insoportables.

Tengo que decir que no acabé nunca de interesarme por sus artículos, y que sus memorias, Mi medio siglo se confiesa a medias, siendo curiosas, no me entusiasmaron como sí lo hicieron, sin ir más lejos, las memorias de Eduardo Zamacois (otro olvidado), de título tan bello: Un hombre que se va...

Llegué luego a su narrativa breve, reunida o antologada por Ediciones 98 en 'La vida de prisa'. Incluía piezas tan notables como 'Carta', y frases que seguramente subrayara el joven Francisco Umbral: “las calles se apretaban unas contra otras y las sortijas de las plazas estaban oxidadas de silencio.”

Finalmente, en una biblioteca conseguí su 'Diario', de mil doscientas páginas; seguramente tiene más páginas que ejemplares se imprimieron (Visor).

Hay pocos diarios españoles del siglo XX que puedan competir con éste, sobre todo porque González-Ruano hace algo fundamental para la diarística: morirse. Un diario como Dios manda es un libro hacia la muerte, una espera del punto final. Cuando uno lee un libro donde su autor enferma, y sigue escribiendo, y escribe cada vez peor, y cada vez menos, hasta que deja de escribir porque se ha muerto entiende algo quizá único relacionado con la literatura: que, para muchos, la literatura es su vida.

"Fama de fascista"

“No creo haber hecho mal grave a nadie”, escribe en una de sus entradas.

El grueso volumen está atiborrado de momentos jugosísimos, desde el “Usted tiene fama de fascista” que le espetó Manuel Machado como razón para no abrazarle al reconocimiento de que, de columnista, no se vivía mal: “¿Está tan mal una profesión donde con un rato al levantarse ha ganado uno ya todos los gastos del día, y que a las once y media no exige ninguna ocupación?”

La estampa de un trabajador del diario Pueblo que acude en bicicleta al Café Gijón a recoger el artículo escrito a mano sobre una de sus mesas por González-Ruano no puede sino enternecernos. Un poquito.

“Cualquier sitio es bueno para no trabajar”, afirmaba.

El volumen tiene momentos jugosísimos, como el “Usted tiene fama de fascista” de Manuel Machado para no reconocerle que, de columnista, no se vivía mal

Allí recibió a aspirantes a la gloria como Juan Van-Halen, José Luis Coll, Miguel Delibes (que le enviaba sus libros) o Antonio Mingote, al que aconseja que “escriba en serio y nada de humor”. También Rafael Sánchez Ferlosio (“joven barbudo”), Ana María Matute o Camilo José Cela se dejan ver por el Gijón y por este diario. Obviamente, Ruano sabía con mucha antelación quién iba a ganar cualquier premio literario de España.

“Hoy vienen en el periódico las distinciones que acaba de hacer la reina y los cuatro primeros nombres son los de Los Beatles, esos imbéciles de los pelos largos”, declara en las páginas finales -y muy amargas- de su Diario.

Pocas distinciones le quedan por recibir a César González-Ruano, sin embargo; quizá, ninguna. Algo que sin duda lamentaría el que cifró así sus aspiraciones: “Claro que me gustaría ir a la Academia. Es el colofón o uno de los colofones de una vida. Me gustaría ir a la Academia, publicar mis obras completas, tener una capilla de piedra con enterramiento y terminar la vida no saludando a la gente que es como yo.”

A César González-Ruano lo nombraba mucho Francisco Umbral, al que yo también nombro lo mío. Umbral lo llamaba “César”, con esa misma confianza un poco ridícula con la que otros -y el propio Umbral- llaman “Ramón” a Gómez de la Serna. Las Letras Españolas fueron siempre un patio de colegio.

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