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El dudoso pasado de Edouard Louis: ¿el gran fraude literario del siglo XXI?
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Alberto Olmos

Mala Fama

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El dudoso pasado de Edouard Louis: ¿el gran fraude literario del siglo XXI?

El joven autor de moda en Francia arrastra una larga sospecha de falsedad y exhibicionismofingido que apenas se tiene en cuenta en la recepción de su obra en el extranjero.

Foto: Edouard Louis en 2015 (EFE)
Edouard Louis en 2015 (EFE)

Es curioso que, para una vez en la historia de España que un montón de periodistas hace cola ante una biblioteca con intención de leer algo (la tesis del presidente), ninguno sea de la sección de Cultura. La prensa cultural, no es que no lea, pero desde luego investiga poco, pues su obligación es muy distinta: promocionar. Llega un libro y un dossier a una redacción, y el dossier dice que el libro ha vendido un millón de ejemplares en Hungría, que se ha traducido a 123 idiomas, que es una obra maestra y que su autor trabajó de pinchadiscos en Tanzania, y todo eso sale luego tal cual en la noticia, la reseña y la entrevista. Nadie se para un minuto a pensar si hay pinchadiscos húngaros en Tanzania, o si hay tanto húngaro como para comprar ese libro un millón de veces.

Esta inclinación publicitaria -beneficiosa para ambas partes, como es obvio- la conocen bien los autores y las editoriales, que tratan de proponer a la prensa, más que un escritor, un titular. Miren éste: Edouard Louis narra cómo fue violado en su última novela. Y antes: Edouard Louis debuta con un retrato de la homofobia y brutalidad de su pueblo natal. Edouard Louis, por tanto, ya es un autor mucho más interesante que cualquier otro que simplemente haya escrito un buen libro, pero que viva en paz en Albacete.

placeholder 'Historia de la violencia', Salamandra.
'Historia de la violencia', Salamandra.

Encontré 'Historia de violencia' (Salamandra) en la biblioteca. Leí unas cuentas páginas y consulté la contracubierta. Ahí descubrí que la historia era real, que por desgracia a Edouard Louis le habían violado. Entonces entré en Internet y repasé algunas de las entrevistas que había concedido en España. Algo empezó a rechinarme. Yo soy de un pueblo segoviano de 900 habitantes y Edouard Louis era también de un pueblo, pero se le notaba más bien poco. Su discurso era demasiado almibarado, su transformación en urbanita de toda la vida se había completado antes de los 23 años. Algunas de sus respuestas no estaban a la altura de su discurrir medio. Siempre eran las que guardaban relación con su pueblo. El tipo se había cambiado el nombre y además se había operado la barbilla. No acababa yo de ver la trampa hasta que uno de los entrevistadores le preguntó por las sospechas que había en Francia sobre su pasado. Edouard Louis contestó fatalmente: “También decían que era mentira el Holocausto”.


¡Uy!, pensé.

Investigación

Así que me vine arriba y me puse a pensar la cultura como los periodistas de Nacional piensan la política: con la peor de las intenciones. Acudí a la biblioteca y tomé prestada la primera novela del autor, 'Para acabar con Eddy Belegueule'. En ella Edouard Louis narra su infancia y adolescencia en un pueblo del Norte de Francia, Hollencourt.

La novela era muy mala. Todos los clichés, prejuicios y calamidades que alegremente se adjudican a la vida en un pueblo salían en el libro. La familia del autor era singularmente zafia. El padre, más machista que nadie; la madre, más víctima que nadie; todos, más homófobos y racistas que nadie y el pueblo entero un aduar de borrachos y maltratadores.

Visité el pueblo en Google Maps. Parecía un pueblo bonito, tenía monumentos impropios de su pequeñez y un cierto aire germano -ya decimos que está al Norte. En el libro se nos dice en un momento dado que Hollencourt tenía 500 habitantes y doce bares. Con este dato se nos quiere hacer ver lo mucho que necesitan beber en Hollencourt. Edouard Louis habla del año 2000. Sin embargo, según Wikipedia, este pueblito francés no ha bajado nunca de los 1300 habitantes, y en google maps no aparece más que un bar o restaurante. Así que en 18 años la población ha aumentado según iban desapareciendo los bares, como pasa habitualmente.

20 kilos en un año

placeholder 'Para acabar con Eddy Bellegueule', Salamandra.
'Para acabar con Eddy Bellegueule', Salamandra.

Entre las cosas que desde la veracidad más visceral afirma Edouard Louis está que ganó 20 kilos en un año comiendo patatas fritas. También dice que su padre trabajaba en una fábrica, pero que ganaba menos que su madre, cuando ésta se puso a cuidar ancianos en el pueblo. Es raro que en un entorno tan machista gane más dinero una mujer que se dedica a los cuidados que un hombre que se desloma en una fábrica. Es, de hecho, imposible.

Además, la fábrica no sabemos de qué es. En Valladolid no llaman a la fábrica de Renault “la fábrica”, sino la Renault. En mi pueblo hay dos fábricas de piensos compuestos y todo el mundo las llama por su nombre. Este “la fábrica” tan ambiguo es sin duda un topos simbólico que el autor, despistado, ha incluido en su narración desde la perspectiva postmoderna de los mitos malignos del capital.

De hecho, el padre del autor sufrió un accidente y tuvo que irse al paro. Se le cayó “un peso” encima. Si a tu padre se le cae un barril de cerveza, un parachoques, un chasis o un árbol encima, y luego tú cuentas descarnadamente su vida, no vas a obviar este detalle, qué objeto en concreto lo lesionó para siempre. En las entrevistas Edouard Louis insiste en que fue sólo eso, un “peso”.

Simplezas similares sirven para describir a la juventud del pueblo. Todas las chicas acaban de cajeras. ¿De cajeras, dónde? En un pueblo de 1300 habitantes (de 500 según el autor), ¿qué cajas registradoras hay? Los más pobres, además, roban guisantes y maíz. Eso pone: guisantes y maíz. En el año 2000. O sea, que además de pobres, son imbéciles. Salen a robar y se vuelven a casa con un puñado de guisantes y una brazada de mazorcas de maíz, en lugar de robar coches, artículos alimentarios de lujo (whisky o jamones roban ocasionalmente en mi pueblo) o cobre. Cuando uno lee 'Manifiesto Redneck' o 'Knockemstiff', descubre cosas sobre la vida rural o miserable porque están llenos de detalles inconcebibles. Leyendo 'Para acabar con Eddy Bellegueule' no encontramos nada que no podamos imaginar.

La familia del autor salió al paso del libro y denunció lo obvio: que era todo una patraña para alimentar la condescendencia del lector parisino medio. El lector parisino medio dijo que 'Para acabar con Eddy Bellegueule' era el libro del año. Daba gusto que se lo pusieran tan fácil.

Violación

Luego vino 'Historia de violencia' (Salamandra), que es mucho mejor novela que su predecesora. En apenas dos años, el autor ya tenía un nuevo drama real que contarnos, pero mucho más delicado de cuestionar: la violación. ¿Quién es uno para dudar de alguien que afirma en un libro que le violaron? ¿Hay gente capaz de inventarse una violación para escribir un libro autobiográfico de éxito? Ésta segunda pregunta es la importante. Sí, hay gente capaz de cualquier cosa para triunfar.

Un escritor amigo de Edouard Louis contó que el propio autor le había confesado que la violación no había sido tal

Y, miren por donde, al buscar en prensa francesa si alguien tenía alguna sospecha de que la violación que narra Edouard Louis era una invención, resultó que el tema estaba muy trabajado por los periodistas galos. De hecho, un escritor amigo de Edouard Louis contó que el propio autor le había confesado que la violación no había sido tal, a pesar de que interpuso denuncia y de que su presunto violador, un argelino, estaba en la cárcel. Luego se desdijo, pero ahí quedaban las dudas.

Esto ya es droga dura, amigos. ¿Un autor que se inventa una violación a pesar de que eso suponga tener a un argelino inocente en prisión? Poco verosímil. Pero, ¿un autor al que le pasan en pocos años todas las cosas malas posibles y que casualmente son imprescindibles para alimentar su carrera literaria? También da que pensar.

El fraude literario en la autoficción no es cosa nueva. Sucedió con 'Sarah', de JT Leroy, y con 'En un millón de pedazos', de James Frey. Tuvieron éxito no porque fueran buenos, sino porque daban mucha pena.

Por cierto, a mí mi padre me cortó un brazo de pequeño con un hacha. Intencionadamente. Mis libros también dan mucha pena. Están escritos con una sola mano.

Es curioso que, para una vez en la historia de España que un montón de periodistas hace cola ante una biblioteca con intención de leer algo (la tesis del presidente), ninguno sea de la sección de Cultura. La prensa cultural, no es que no lea, pero desde luego investiga poco, pues su obligación es muy distinta: promocionar. Llega un libro y un dossier a una redacción, y el dossier dice que el libro ha vendido un millón de ejemplares en Hungría, que se ha traducido a 123 idiomas, que es una obra maestra y que su autor trabajó de pinchadiscos en Tanzania, y todo eso sale luego tal cual en la noticia, la reseña y la entrevista. Nadie se para un minuto a pensar si hay pinchadiscos húngaros en Tanzania, o si hay tanto húngaro como para comprar ese libro un millón de veces.

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