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El escritor de cuentos que prometió pegarse un tiro si no triunfaba
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Alberto Olmos

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El escritor de cuentos que prometió pegarse un tiro si no triunfaba

Marcelo Lillo lleva el exhibicionismo y la frivolidad de las solapas a un nuevo nivel, pero su obra merece toda nuestra atención

Foto: Marcelo Lillo
Marcelo Lillo

Hace años que detecté en las novelas un espacio estrictamente dedicado a hacer el ridículo. Se trata de la solapa. Fue Gerard Genette el que puso nombre a todos esos textos menores que acompañan la publicación de un libro y que, en principio, deberían pasar desapercibidos: paratexto. Sin embargo, la solapa sigue tentando a autores y editores en la creencia de que, si haces un chiste en ella, alguien te seguirá guardando respeto. Y no.

La escritora Almudena Sánchez me abasteció el otro día, como tiene costumbre, con varios libros escritos por mujeres. Uno de ellos era 'Alexsandr Solzhnitisyn (Barret), de Lolita Copacabana. En la biografía de la autora encontramos esta frase: “Lolita Copacabana tiene vídeos en youtube haciendo playback y bailando”. Vale. ¿Y?

El otro libro era 'La piel caduca' (Ril), de Lucía Marín. Solapa: “Calza un 37 y es huérfana de padre. Le falta también una muela y ha vivido en colectivo en un pueblo extremeño. Le gusta tocar el pandero cuadrado...” ¿Esto qué es, First Dates? ¿1º de BUP? ¿Una fiesta de pijamas?

Las solapas siguen tentando a autores y editores en la creencia de que, si haces un chiste en ella, alguien te seguirá guardando respeto. Y no

Después de darle muchas vueltas, he concluido que la solapa biográfica es como la composición de un medicamento o la nota sobre ingredientes de un producto. Imaginen que quieren comprar un paquete chicles a sus hijos, y desean saber antes qué llevan esos chicles. Imaginen que se acercan el pequeño paquete a los ojos y se ponen a leer sus “ingredientes”, y que leen algo como esto: “Este chicle está hecho... ¡con amor! Vale, tiene edulcorantes y química por un tubo, pero ¿ha visto qué bonito nos ha quedado el envoltorio? Cumple alguna normativa europea de cuyo nombre no nos acordamos. ¡Son muy raros los nombres de las normativas europeas!” ¿Le darían ese chicle a sus hijos porque el fabricante ha sido muy gracioso en la descripción de sus ingredientes?

No leer solapas

Si ya hace años que no leo los prólogos de los libros, creo que ha llegado el momento de dejar de leer las solapas. Resulta que llevaba doscientas páginas de un libro realmente excepcional, y de pronto me dio por leer la solapa. Olviden todo lo visto hasta ahora: llega Marcelo Lillo.

placeholder 'De  vez en cuando'
'De vez en cuando'

Su excepcional libro es 'De vez en cuando, como todo el mundo' (Lumen), sus cuentos reunidos después de reunirlos ya en 'Cazadores' (Random House) y de reunirlos todavía antes en 'El fumador' (Caballo de Troya). Marcelo Lillo tiene más libros publicados que libros escritos, un poco como los Beatles con sus discos. Este decantamiento infinito de unos cuentos no sabe uno cómo tomárselo, pero baste decir que De vez en cuando, como todo el mundo es uno de los volúmenes de relatos más perdurables que he leído en lengua española. Además, la edición es preciosa.

Pero dispone de solapa, y en la solapa se dice esto: “Marcelo Lillo tiene un trago favorito y se llama pisco sour, que prepara él mismo y a ojos cerrados”. Eso, para empezar. ¿Año y lugar de nacimiento de Marcelo Lillo (Chile, 1957)? Nada, ¿a quién le importa eso comparado con lo del trago?

Sigue: “Con frecuencia escucha a Pink Floyd, Johnny Cash, Satie y Chopin, aunque cree que no hay nada mejor que una buena y fría película europea entre las dos y las tres de la madrugada, mientras en el profundo sur chileno llueve de manera torrencial”. Dejando aparte el hecho de que Lillo sólo ve una hora de cada película europea que diga haber visto, es importante saber en qué lugares de Chile llueve más, de cara a las vacaciones.

Y: “Le gustan los moteles de carretera.” Y: “Le gustan las fotos en blanco y negro”. Y su perra se llama China. Quizá eso explica que se pase la vida reciclando cuentos: su perra se llama China.

La pistola

El volumen lo cierra un epílogo desacostumbradamente recomendable de Ignacio Echevarría, su autoproclamado descubridor. En él vamos comprendiendo que Lillo es de los autores más extravagantes que publican hoy en español, algo que no tendría valor alguno si su obra no fuera tan adictiva. Echevarría no tiene reparos en contarnos que Lillo se compró una pistola hace años y que se prometió pegarse un tiro si no triunfaba como escritor. Que publicar libros sea triunfar como escritor es algo que no deberíamos discutirle a Lillo, por si acaso.

Esta frivolidad suicida del autor sigue latente, pues Echevarría nos revela cómo Lillo le ha confesado que la pistola aún le puede ser útil, viendo que la vida se empeña con los años en ser, sobre todo, vejez.

placeholder Raymond Carver
Raymond Carver

Todo este impudor y exhibicionismo no acaba aquí, pues, a instancias del poeta leonés Yago Ferreiro, visité la entrada en la Wikipedia de Marcelo Lillo, y ahí ya sí que se me atragantaron todos los chicles de más arriba. Después de confirmarnos que su intención antigua fue “vivir de la literatura o matarse”, y de confirmarnos también que “la pistola la voy a usar igual”, se nos cuenta esto sobre su mujer: “la conoció cuando él tenía 30 y ella 15 (…) Se la llevó a vivir a su propia casa y hasta ahí fue el padre a buscarla, con carabineros, y luego demandó a Lillo por secuestro”. La Wikipedia convertida en el ¡Hola!, y yo aquí dándole circulación.

Luego de la obra de Lillo es fácil hacer reseña. Busquen el cuento 'La felicidad', 2400 palabras que están colgadas en diversos blogs. Léanlo. Es difícil creerse que un tío que imita a Carver pueda ser tan bueno -o mejor- que Carver.

Si ese cuento no les parece extraordinario, no vuelvan a dirigirme la palabra.

Hace años que detecté en las novelas un espacio estrictamente dedicado a hacer el ridículo. Se trata de la solapa. Fue Gerard Genette el que puso nombre a todos esos textos menores que acompañan la publicación de un libro y que, en principio, deberían pasar desapercibidos: paratexto. Sin embargo, la solapa sigue tentando a autores y editores en la creencia de que, si haces un chiste en ella, alguien te seguirá guardando respeto. Y no.

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