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Chamanes en Siberia y sexo en Barcelona: ¡encerremos a los escritores de viajes!
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Alberto Olmos

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Chamanes en Siberia y sexo en Barcelona: ¡encerremos a los escritores de viajes!

En Camino al Este, de Javier Sinay, encontramos los lugares comunes y los juicios instantáneos típicos de la peor literatura errante

Foto: Rebaño de ovejas en Tuva, Siberia. (Reuters)
Rebaño de ovejas en Tuva, Siberia. (Reuters)

Nunca me ha gustado la literatura de viajes, y esta semana me reencontré con los motivos. En principio, viajar para tener algo que contar es como leer el periódico para tener algo que decir. En rigor, sigues sin tener nada que decir, aunque quizá algunos no se den cuenta. Viajar es, ante todo, una vulgaridad. El viajero de antaño era una excepción, pero en épocas de turismo masivo escribir un libro y creerse distinto al turista del montón -nada menos que todo un viajero- constituye una quimera, incluso una descortesía. Todos somos turistas en cualquier sitio salvo en aquel en el que nos entierran.

placeholder 'Camino al Este'. (Tusquets)
'Camino al Este'. (Tusquets)

Como libro de viajes hemos de catalogar 'Camino al Este' (Tusquets), del argentino Javier Sinay, que en la solapa definen como “un mapa del amor en el mundo”. El romanticismo no me es ajeno, lo practico a diario, estoy hecho de amor. Es broma.

El romanticismo, obviamente, me repugna. Pero el romanticismo de este libro es de las cosas más grotescas que he leído nunca.

El camino más largo

A ver si lo entiendo. Javier Sinay vivía con su novia en Argentina y ella se marchó a Japón para realizar un taller de té durante todo un año. Esta separación obligaba a Sinay como es lógico a algún que otro viaje al archipiélago nipón para ver a su novia. En la sinopsis del libro se vienen arriba además diciendo que “él (el autor) era capaz de ir a buscar a una mujer al otro extremo del mundo”. Sin embargo, lo que leemos son las 360 páginas que el pololo tardó en reencontrarse con la polola, pues decidió ir a buscarla, sí, pero por el camino más largo. En lugar de tomar un avión y plantarse en Tokio en día y medio (dirección Oeste), el tío opta por ir en dirección contraria (camino al Este, en efecto) y hacer además todas las escalas posibles, mientras escribe un libro sobre lo mucho, muchísimo que echa de menos a su novia. Este romanticismo demorado soy incapaz de entenderlo.

placeholder Javier Sinay hoy al recoger en 2015 el Premio de Periodismo Gabriel García Márquez en la categoría innovación en Medellín, Colombia. (EFE)
Javier Sinay hoy al recoger en 2015 el Premio de Periodismo Gabriel García Márquez en la categoría innovación en Medellín, Colombia. (EFE)

O sea, puedes subirte sin más a un avión y pasar dos meses con tu novia, o puedes subirte a un avión en dirección contraria a Japón e ir parando en Madrid, París, Berlín, Rusias varias y Mongolia y llegar donde tu novia lo más tarde posible. Pues bien: es a esta segunda opción a la que el libro llama “amor”.

También es verdad que el autor y su chica celebran “nuestra cena de San Valentín”; o sea que de amor saben mucho más que yo.

Lugares comunes

El libro comienza diciendo que en Siberia hay chamanes. Los chamanes tienen poderes, “si un chamán se niega a hacer uso de su don, se enferma”. Sinay sigue y sigue contándonos que “en algún lugar de Siberia” hay tipos que reciben “la energía del universo” en el medallón dorado que llevan al cuello. Quiero decir que lo dice en serio. Por si fuera poco, también nos aclara que de “cien personas que se autoproclaman chamanes, noventa y nueve mienten y solo uno es un chamán verdadero”. Bueno es saberlo.

Los escritores de viajes son así: se creen todas las chorradas que les cuentes

A mí me da que no hay chamanes en Siberia; vamos, hombres con poderes adivinatorios ni con poderes de ningún tipo; también creo que no hay brujas en Galicia, meigas; ni fantasmas en ninguna casa del mundo; ni dioses en la India ni magia vudú en Haití. Pero los escritores de viajes son así: se creen todas las chorradas que les cuentes.

Luego nuestro autor viene a Madrid, y se aloja en Lavapiés. Obviamente le basta media hora en el barrio para poder contarle al mundo en una página (la 49) cómo es esencialmente Lavapiés y cuáles son sus sinergias y qué lo caracteriza dentro de Madrid: “En la plazoleta a la que se llega luego de salir del metro ofrecen marihuana y hachís”. ¿Ah, sí? Yo he pasado por esa plaza unas tres mil veces y nunca me han ofrecido drogas como quien ofrece un paraguas cuando llueve. Debe de ser que no tenía yo cara de estar escribiendo un libro.

“El amor en Barcelona es sexo”, leeremos enseguida. Y ya está. Oigan, en Barcelona el amor es sexo, “el sexo está en el aire”, y la comida es “afrodisiaca”. Lógicamente por tanto: “Cataluña es la región que atrae más turismo en España: unos dieciocho millones cada año”. Creíamos que era por Gaudí, y no, no era por Gaudí. Era porque, como todo el mundo sabe, justo en Barcelona es donde más se folla de España (Sinay no tiene por qué conocer 'Odio Barcelona' (Alpha Decay), claro).

Analizada España con esta precisión (Madrid: comprar maría; Barcelona: follar), nuestro autor se va a París. ¡Buen viaje!

Tópicos

El resto del libro sólo lo he hojeado. Me detuve un poco más en sus páginas niponas, pues yo pasé casi tres años viviendo en aquel país. Obviamente la inclinación es la misma: Japón/hentai. Para esto no hacía falta dejar de bailar tangos en Buenos Aires, amigos.

Una cosa que me irrita de los libros de viajes es que sus autores se van a diez mil kilómetros de distancia para encontrar exactamente lo mismo que ya sabemos por periódicos y revistas. Además, enseguida rellenan páginas con asuntos del país (población, historia, política) que puedes conocer perfectamente yendo a una biblioteca municipal, o mirando la Wikipedia.

Lo que en Japón llaman yakuza, según mi experiencia allí, no dista mucho de lo que aquí llamábamos pícaros

“Tiene fama de ser un territorio administrado por la yakuza, la terrible mafia japonesa”, leemos sobre un distrito tokiota. De todas las mafias del mundo, seguramente la más inocua es la japonesa. Basta ver el número de personas que matan cada año: ninguna. Lo que en Japón llaman yakuza, según mi experiencia allí, no dista mucho de lo que aquí llamábamos pícaros. La yakuza es apenas un Toni Leblanc un poco más amarillo. Pero ¿cómo resistirse al cliché de la “terrible mafia japonesa”?

Y así todo: lugar común, cliché, topicazo y vuelta a empezar.

Cómo viajar sin ver, que diría Andrés Neuman.

En cierta manera, es inevitable. Yo comprendía mejor Japón el primer día que tres años después, cuando me fui. Una vez vives en un país, vives sin más y la vida es igual en todas partes: no la entiende nadie. Algo así querrá decir Martín Caparrós cuando escribe: “He estado veinte, treinta veces en la Ciudad de México; he trabajado aquí, he publicado aquí, he imaginado la posibilidad de vivir aquí, aquí viven algunos de mis mejores amigos; no conozco la Ciudad de México.”

Nunca me ha gustado la literatura de viajes, y esta semana me reencontré con los motivos. En principio, viajar para tener algo que contar es como leer el periódico para tener algo que decir. En rigor, sigues sin tener nada que decir, aunque quizá algunos no se den cuenta. Viajar es, ante todo, una vulgaridad. El viajero de antaño era una excepción, pero en épocas de turismo masivo escribir un libro y creerse distinto al turista del montón -nada menos que todo un viajero- constituye una quimera, incluso una descortesía. Todos somos turistas en cualquier sitio salvo en aquel en el que nos entierran.

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