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No tengo planes de suicidio, pero...
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Alberto Olmos

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No tengo planes de suicidio, pero...

Se cumplen 30 años de la muerte de Sándor Márai, un escritor excepcional que se pegó un tiro en la cabeza después de anunciarlo en su diario, hoy una obra maestra

Foto: Sándor Márai
Sándor Márai

Juan José Millás cita varios libros singulares en su última novela, 'La vida a ratos' (Alfaguara). Al entrevistarle, le pregunté por los diarios de Sándor Márai, que yo no conocía. Me dijo que era uno de los mejores libros que había leído en los últimos diez años. Su admiración por estos diarios no me dio más ganas de leerlos que la admiración de cualquiera de ustedes por cualquier libro del mundo: me dio exactamente las mismas grandísimas ganas. Una de las cosas que me gusta de estar acabado es que no estoy tan acabado como para no querer leer ese libro que a alguien le pone la piel de gallina. No puedo vivir sin conocer un libro que alguien -reitero: quien sea- entiende excepcional. Así que encargué estos diarios en la librería y, mientras esperaba que me los trajeran, me los saqué también de una biblioteca que está a media hora en autobús de mi casa. El comercio de libros va muy rápido, pero un buen lector corre más.

Foto: Stefan y Lotte Zweig | Acervo CSZ, Universidad de Salford

El libro se titula, muy pálidamente, 'Diarios 1984-1989' (Salamandra), y desde aquí les administro la obligación de leerlo. Hay muchos libros buenos, deliciosos, sustanciales, pero no hay tantos libros estrictamente necesarios. 'Los diarios últimos de Márai' son necesarios. Usted no vivirá igual después de leer sus apenas doscientas páginas, porque se enfrentará a algo que seguramente, si no tiene más de cincuenta años, lleva toda la vida esquivando: el conocimiento de la muerte.

Una de las cosas que me gusta de estar acabado es que no estoy tan acabado como para no querer leer ese libro que a alguien le pone la piel de gallina

Ya Henry Roorda nos legó un libro fascinante de título implacable: 'Mi suicidio' (Trama). Pero es Márai quien consigue restar espectáculo a la muerte -a fin de cuentas, suicidarse es darse toda la importancia del mundo- para hacernos mirar hacia la cotidianidad del morirse, esa rutina aún más exasperante que la propia de vivir. Márai se suicidará al final de este diario (“No tengo planes de suicidio, pero...”), y le veremos comprar la pistola y decirle al armero, cuando le da cincuenta balas, que él no necesita tantas; pero la muerte que el autor nos relata y describe, la muerte que deja al lector tiritando y viendo la vida por sus derrotas más inaceptables es la de su mujer. Unas cincuenta páginas dedica Márai a la enfermedad, postración, agonía y fallecimiento de su compañera de las últimas décadas, y son tan crudas, tan emocionantes, tan enamoradas que al acabar de leer uno forma parte ya del duelo de hace treinta años de dos húngaros exiliados en San Diego.

Contaba Mark Oliver Everett en 'Cosas que los nietos deberían saber' (Blackie Books) que su productor habitual se tomó muy mal un disco suyo porque trataba casi exclusivamente sobre la muerte. “Nadie quiere escuchar un disco sobre la muerte”, le dijo. Seguramente nadie quiere leer un libro sobre la muerte, pero si tienen en mente morirse algún día, si tienen en mente ver morir a alguien alguna vez, este libro les ayudará. Así se lo digo.

3 meses y 80 años

Sándor Márai fue un autor de éxito internacional hasta finales de los año 40, cuando su exilio en Estados Unidos y la prohibición de su obra en Hungría le borró del mapa. En España se habían publicado algunas novelas suyas ya en los años 30, pero fue en el año 2000 cuando la editorial Salamandra inició la recuperación de toda su obra, empezando por 'El último encuentro', que -recuerdo- fue un best seller.

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Lo leí sin mucho entusiasmo, porque, cuando uno es joven, las novelas que lees no sólo tienen que ser buenas, además tienen que ser modernas. Y Márai no es nada moderno, es como un Henry James que vendiera libros; como un Stefan Zweig tridimensional.

El caso es que la inercia agradecida que se inició con su 'Diarios 1984-1989' me llevó a otros libros suyos, y cayó en mis manos 'La herencia de Eszter', una novelita de 1939 que, salvo un pomposo mueble aquí y un visillo allá, parece acabada de escribir ayer por la tarde. Me poseyó entonces, a medio libro y con tanto gusto en leerlo, una epifanía de lo más amarga: que este libro se había escrito hacía 80 años, amigos, y que muchos escritores de hoy se lamentaban de que sus libros no duraran en las mesas de novedades más de tres meses. Ahí vi el ridículo absoluto de un autor actual: que se preocupe por los tres meses cuando lo importante son los 80 años. Hay que escribir libros que duren 80 años, no tres meses.

Burgués

Y leí otro libro aún más insultante de Márai, 'Confesiones de un burgués'. La ofensa obedecía esta vez a que era un libro aún más joven que los anteriores, pues su autor contaba 34 años cuando lo publicó. Se trata de autoficción anticipada a la autoficción, es decir, mucho mejor que la nuestra. “Con tanta música y tanto arte no les quedaba tiempo para ganar dinero.”

Perfectamente a la altura de 'El mundo de ayer', 'Confesiones de un burgués' retrata la Hungría de los años 30 con el único talento indiscutible: que a uno, español en pleno 2019, le acaba interesando mucho la Hungría de los años 30. Y es que un gran escritor se caracteriza siempre por esa lisérgica sensación cercana al fanatismo que promueve en su lector: que te parece, mientras lo estás leyendo, el mejor escritor del mundo.

Juan José Millás cita varios libros singulares en su última novela, 'La vida a ratos' (Alfaguara). Al entrevistarle, le pregunté por los diarios de Sándor Márai, que yo no conocía. Me dijo que era uno de los mejores libros que había leído en los últimos diez años. Su admiración por estos diarios no me dio más ganas de leerlos que la admiración de cualquiera de ustedes por cualquier libro del mundo: me dio exactamente las mismas grandísimas ganas. Una de las cosas que me gusta de estar acabado es que no estoy tan acabado como para no querer leer ese libro que a alguien le pone la piel de gallina. No puedo vivir sin conocer un libro que alguien -reitero: quien sea- entiende excepcional. Así que encargué estos diarios en la librería y, mientras esperaba que me los trajeran, me los saqué también de una biblioteca que está a media hora en autobús de mi casa. El comercio de libros va muy rápido, pero un buen lector corre más.

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