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Nos sobran los motivos para no leer un libro
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Alberto Olmos

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Nos sobran los motivos para no leer un libro

La sobreabundancia de novedades hace imprescindibles el prejuicio y el capricho para descartar todos los libros que puedas

Foto: Hay demasiados libros. (EFE)
Hay demasiados libros. (EFE)

Buena parte de mi tiempo de lectura se me va poniéndoles pegas a los libros para no tener que leerlos. Esto se me hace más fácil si llevan faja. La faja es, no ya periferia literaria, sino exactamente lo opuesto a todo lo que significa la literatura. Ponerle una faja a un libro es ponerle precio a tu dignidad. Me vendo por un blurb, por dos, por un premio, por un ditirambo desportillado.

Vean por ejemplo 'La escuela católica' (Lumen), de Edoardo Albinati. Faja: premio Strega. Ya está. Se supone que ante este premio gordo que dan en Italia hemos de exclamar, ¡Oh!, y levantar las manos y ponernos a llorar de placer expectante. Me gustaría que en Lumen, y en Italia, fueran capaces de penetrar mi psique y comprobar lo que me importa a mí el premio Strega: cero. 'La escuela católica' llega además hasta las 1200 páginas. A partir de 300 páginas, un libro tiene que ser oro molido, MDMA, sexo salvaje y vacaciones en el mar todo junto para que me lo lea. ¿Alguien se acaba hoy un libro de 1200 páginas? Al volumen lo comparan, al peso supongo, con Bolaño y Knausgaard. Para qué queremos más.

placeholder 'Cuentos completos' (Adriana Hidalgo)
'Cuentos completos' (Adriana Hidalgo)

Desde Adriana Hidalgo editores me han enviado un par de libros de Hebe Uhart. Cuando no conozco a un autor, me desazono, así que Hebe Uhart entra con buen pie. Antes de ponerme con los libros, busco el nombre del autor en Google para que me caiga mal y así no tener que leerlo. Descubro que es una mujer. Obviamente sus posibilidades de ser leída se incrementan. Quiero estar en el lado correcto de la raya, con vosotros. Me fijo, sin embargo, en que los dos libros tienen nombres similares, pero paradójicos. El primero, de 770 páginas, se titula 'Cuentos completos'. El segundo, de 300 páginas, se titula 'Novelas completas'. Me gusta repetirles las cosas: el libro de cuentos completos tiene 770 páginas y el libro de novelas completas, 300. ¿Ustedes lo entienden?

Es fascinante. Lo pequeño acumulado es gigantesco; lo grande junto, pequeño. Imaginen un maratón que fuera de aquí a la otra esquina y una prueba de 100 metros lisos que llegara hasta Pekín. O un 'Grandes éxitos' de Mecano que tuviera más canciones que todos los discos de Mecano juntos. Yo creo que la quinta dimensión sólo existe en literatura.

Demorando el instante de ponerme a leer estas 1000 páginas en total, me entero de que el momento culminante de la carrera de Hebe Uhart aconteció en 2017, con la obtención del premio Iberoamericano de narrativa Manuel Rojas, del que yo nunca he oído hablar. Se concede en Chile y se nos subraya su condición “consagratoria”. Esto de consagrarse por premios que a nadie le importan un huevo es, básicamente, el fracaso. Sin embargo, en 'Novelas completas' se incluye el discurso de recepción de dicho premio por parte de Hebe Uhart, y este discurso empieza así: “Yo no conocía la existencia de este premio Manuel Rojas, ni la del mismo Rojas, nunca lo había leído”. ¿Cómo no amar a esta mujer?

En sus cuentos y novelas, sin embargo, no he acabado de entrar. ¿La excusa? Bueno, algunos comienzos: “Cuando Leonor era chica, su mamá hacía albóndigas de harina de mandioca” (Leonor). Qué quieren, a mí me cuentas lo que cocinaba tu mamá y no te leo: es un principio moral. Otros recuerdan muy claramente a Fesliberto Hernández: “Yo soy directora de una escuela de un barrio apartado” ('Impresiones de una directora de escuela'), que es casi calcado a: “Hace mucho tiempo leía yo un cuento en una sala antigua” ('Nadie encendía las lámparas') o a: “Cuando yo tenía ocho años pasé una larga temporada con mi abuela en una casita pobre” ('La pelota') o a: “En una pequeña ciudad y en una mañana de sol yo paseaba con botines nuevos” ('El pájaro asustado'). Comprobé por un artículo de Mercedes Cebrián en Letras libres que esta filiación Felisberto en nuestra autora estaba plenamente reconocida. De pronto, me dio pereza el eco de la lectura, escuchar redobles.

Bibliotecas públicas

Me topé a continuación con uno de esos libros que rescato del expurgo de las bibliotecas públicas. Se trataba de 'El santuario inmortal' (Seix Barral, 1972), de Augusto Martínez Torres. Con casi cincuenta años encima, el volumen parecía haber sido hojeado una sola vez y muy deprisa, mientras llegaban los colores a España por la tele. Estaba impecable. Era la primera novela de su autor, con 30 años, y se vendió entonces como “una experiencia única en el ámbito de la joven narrativa española”, amén de ser “una de las más audaces y personales indagaciones novelescas de la actual literatura peninsular”. Lo de “peninsular” da la medida exacta de toda una ambición.

Dense cuenta de que nadie pide el voto de la España que no lee, cuando es el voto -y la novela- que hay que pedir más

Luego el texto es Proust en vena; comienzo: “Cada vez que, después de mucho tiempo transcurrido, por alguna azarosa casualidad, que, no he de negarlo, hago todo lo posible por provocar y animar, el mecanismo, que ya creía, definitivamente, parado y sin posible reparación, entra una vez más de alguna extraña forma en movimiento y, aunque sin el preámbulo, el misterio y el exotismo que antes tenía y ahora cada vez tiene menos y...” Esta frase, que empieza en la página 9, acaba en la página 16. El franquismo era un poco así. Luego llegamos al capítulo dos, con otra frase de diez páginas, para seguir con dieciséis capítulos más a frase única, como hiciera mucho mejor Dürrenmantt en 'El encargo' (aunque bastante después: en 1988).

En principio estoy a favor de estas virguerías, pero dejé el libro sobre una mesa.

placeholder 'Sánchez'. (Anagrama)
'Sánchez'. (Anagrama)

Y agarré finalmente 'Sánchez' (Anagrama), de Esther García Llovet. Es su segundo libro en el sello que fundara Herralde, después de 'Cómo dejar de escribir', lo que resulta totalmente decepcionante. García Llovet llevaba veinte años publicando un libro por sello, primero en Lengua de Trapo ('Coda'), luego en Salto de Página ('Submáquina'), luego en Ediciones del Viento ('Las crudas') y luego en Malpaso ('Mamut'). Su itinerario descastado y picaflor era muy divertido de seguir. Dónde va a publicar su siguiente libro Esther García Llovet era la única pregunta importante que nos hacíamos todos en la literatura occidental. De hecho, cuando debutó en Anagrama, me dije: ¡a buenas horas! Una de nuestras mejores escritoras publica en Anagrama después de hacer zigzag con sus pequeñas novelas afiladas durante dos décadas. ¡Qué ojo!

'Sánchez', aparecido en enero de este año, es una novela que cuesta mucho no leer. Estuve media hora buscando excusas. El título me gusta, el tema me gusta, la autora me gusta y son sólo 125 páginas. Ni siquiera incluye tres más al final dando gracias a todo Facebook. Es un libro que, desde el primer momento, dirías que es literatura; o sea, que te tiene respeto como lector.

La historia va de Madrid; en concreto, de ese Madrid por donde nunca ha pasado una manifestación, porque, si pasara por allí, esa manifestación no saldría en la tele. Llámenlo extrarradio. Trata también del trile, del juego ilegal, de carreras de galgos, de ladrones y pícaros, de gente que no lee. Dense cuenta de que nadie pide el voto de la España que no lee, cuando es el voto -y la novela- que hay que pedir más.

Buena parte de mi tiempo de lectura se me va poniéndoles pegas a los libros para no tener que leerlos. Esto se me hace más fácil si llevan faja. La faja es, no ya periferia literaria, sino exactamente lo opuesto a todo lo que significa la literatura. Ponerle una faja a un libro es ponerle precio a tu dignidad. Me vendo por un blurb, por dos, por un premio, por un ditirambo desportillado.

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