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¿Infiltrados en Cataluña? Son los pijos 'quemacoches'
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Alberto Olmos

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¿Infiltrados en Cataluña? Son los pijos 'quemacoches'

Resulta interesante tratar de determinar quién mejor representa al pueblo catalán: los alborotadores o los policías. Desde Madrid, lo debo haber entendido todo mal

Foto: Huelga general en Cataluña en protesta por la sentencia del 'procés'.
Huelga general en Cataluña en protesta por la sentencia del 'procés'.

Parece que en Cataluña hay gente que quiere quedarse a solas con el que le acaba de quemar el coche. También hay quien desea más intimidad con el policía que le ha atizado con la porra o con el guardia que le ha atropellado. En general, muchos catalanes desean convivir sin interferencia alguna con otros catalanes a los que no han dejado tomar un avión o llegar a un hospital; o, cambiando de ángulo, hay catalanes a los que les parece buena idea enclaustrarse junto a quienes no les han permitido moverse con libertad. Quizás el independentismo es una suerte de sadomasoquismo sociológico. Desde Madrid, lo debo de haber entendido todo mal.

Porque estaba en Madrid viendo en la tele a catalanes contra catalanes y tuve que hacer un esfuerzo para recordar que la culpa de todo aquello la tenía un español. Como un juez ha condenado a varios catalanes a altas penas de prisión, algunos catalanes han decidido hacerse daño a sí mismos. La idea de fondo es que no quieren más jueces españoles juzgando sus asuntos, pues ellos mismos pueden apañarse. Cuando uno ve a cientos de barceloneses quemar su propia ciudad, quiere creer que no sería exactamente así como se las apañarían.

La verdad es que a esto de anteponer la independencia a la convivencia le veo poco futuro. Es como irse juntos de luna de miel después de divorciarse. Muy complicado. A lo mejor la cuestión catalana es así: demasiado moderna para que la entiendas.

placeholder Dos hombres bromean jugando al ajedrez en medio de los disturbios en Barcelona. (EFE)
Dos hombres bromean jugando al ajedrez en medio de los disturbios en Barcelona. (EFE)

Con todo, me ha dado la impresión de que es muy divertido eso de quemar coches y volcar andamios. Los chavales se hacían fotos, se grababan eufóricos y hasta algún padre se habrá sentido enormemente orgulloso. Ya las revoluciones no suponen otra cosa que un ejercicio de superación personal a través del selfi. Aunque les hayamos visto quemar la ciudad, lo cierto es que uno sigue sin saber quién es esta gente. Eso es lo importante: ¿quiénes son los que queman Barcelona?

¿Son pobres o ricos, de izquierdas o de derechas, hombres o mujeres? Por las imágenes, se asume que los que realmente ponen patas arriba la ciudad son todos hombres. No he visto a nadie señalar aquí la toxicidad del heteropatriarcado. Parece que, cuando los auténticos machirulos salen a escena, lo del heteropatriarcado se diluye en estampas de contrastado romanticismo; el héroe clásico, en suma. Por algunos tuits del columnista catalán Cristian Campos, he entendido que estos machotes proceden en buena parte de la burguesía, que son 'de buena cuna'. Lo que me recuerda aquella cita de Robert Stone en 'Dog Soldiers': “Los tíos más jodidamente ricos del país más rico del mundo... ¿Vas a decirles que uno de esos chavales de un agujero de Sudamérica puede tener algo que ellos no? Y una mierda. Si el chaval del agujero ese puede ser revolucionario, ellos también”.

Los pringados

Yo creo que los verdaderos infiltrados en una revolución son los pijos. Por ello, no deberían pedirse el DNI entre revolucionarios, sino la declaración de bienes. Como es natural, junto a cada pijo revolucionario siempre hay un pringado. El pringado es el que realmente se cree la revolución sin saber que lucha codo con codo con gente que, con revuelta o sin ella, vivirá siempre mucho mejor que él.

El pringado se mete a quemar ciudades del mismo modo que compra la lotería: a ver si le toca algo. Ha escuchado campanas. Ha escuchado cosas como esta: “Hemos arrebatado Barcelona a los corruptos, a los ricos. A los opresores de generaciones que os han tiranizado con falsas oportunidades. Y os la devolvemos a vosotros, el pueblo. Barcelona es vuestra. Nadie debe interferir. Haced lo que os parezca. (…) Se celebrarán juicios. Se disfrutará del botín. Se derramará sangre. La policía sobrevivirá mientras aprenda a servir a la verdadera justicia. Esta gran ciudad perdurará. ¡Barcelona sobrevivirá!”. Son, Gotham más, Gotham menos, las palabras de Bane en 'Batman, la leyenda renace' (2012). Noten que Bane no pide abiertamente el caos, sino la corporeización épica del pueblo, súbitamente empoderado, pues sabe que esa entelequia solo puede traer saqueos y excesos. Gracias a unas palabras grandilocuentes, de ser un pringado ha pasado uno a ser nada menos que un pueblo. Es difícil resistirse a esa promoción, no disfrutarla. Así, seducido por un perfecto hijo de puta, destrozas tu propia ciudad.

Foto: Dos mujeres son testigos de los disturbios en Barcelona desde un bar (REUTERS/Juan Medina)

Les invito a volver a ver esta película. Incluye una de las secuencias más fascinantes de la historia del cine en lo que a voladura de clichés se refiere. Es esa en la que la policía se levanta contra el pueblo, y en la que los espectadores van con la policía. Sí, los cientos de hombres y mujeres uniformados que deciden lanzarse contra la masa resulta que son los buenos. De hecho, puede que ellos sí representen —sorpresa— al pueblo.

Es una idea que sin duda agradaría a Pier Paolo Pasolini: en realidad, la policía es el pueblo y los que se hacen llamar a sí mismos 'el pueblo' son el villano. Bane. Piensen un momento en los Mossos y demás cuerpos de seguridad que salieron cada noche a las calles de Barcelona a perseguir a grupos de hombres jóvenes enmascarados que aterrorizaban el centro como si participaran en un 'escape room' de exteriores. Entre esos policías hay hombres y mujeres, tienen familia, hijos, amigos; todos esperan que vuelvan sanos a casa. Normalmente, sus padres son de clase humilde. No tienen rostro. No importan a nadie. Cobran mal. Quizá químicamente son lo más parecido a eso que solemos llamar 'el pueblo'.

Lo que está claro es que los quemacoches no son ni de lejos el pueblo. ¿Qué son? Descarto que sean fanáticos, porque las convicciones no se revelan más profundas porque se expresen de forma más virulenta. En el franquismo, el torturador no era el más franquista de todos, sino el más psicópata. Los psicópatas son de causa fácil. Los quemacoches hubieran quemado el mismo número de coches si la sentencia para Junqueras hubiera sido de 25 años. De hecho, sospecho que hubieran quemado el mismo número de coches y contenedores si Junqueras hubiera salido de la cárcel al día siguiente. Siempre podría hallarse un motivo. El motivo de que quememos Barcelona es que la íbamos a quemar de todos modos contigo dentro.

Incluso siendo capital de una nueva república, majos.

Parece que en Cataluña hay gente que quiere quedarse a solas con el que le acaba de quemar el coche. También hay quien desea más intimidad con el policía que le ha atizado con la porra o con el guardia que le ha atropellado. En general, muchos catalanes desean convivir sin interferencia alguna con otros catalanes a los que no han dejado tomar un avión o llegar a un hospital; o, cambiando de ángulo, hay catalanes a los que les parece buena idea enclaustrarse junto a quienes no les han permitido moverse con libertad. Quizás el independentismo es una suerte de sadomasoquismo sociológico. Desde Madrid, lo debo de haber entendido todo mal.

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