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Juan Marsé se ha muerto porque le ha dado la gana: el último gran escritor cabreado
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Alberto Olmos

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Juan Marsé se ha muerto porque le ha dado la gana: el último gran escritor cabreado

¿Por qué estaba siempre enfadado? Era un escritor de éxito, inmejorablemente considerado en el oficio y premiado cuando tocaba

Foto: Juan Marsé (EFE)
Juan Marsé (EFE)

Es difícil encontrar una foto de Juan Marsé en la que no parezca enfadado. Y no tan difícil encontrar una imagen suya en la que no parezca un escritor. Entre estar siempre enfadado y no parecer incansablemente escritor se abre una extensión hermosa y épica para hacer literatura. Llámenla Juan Marsé. Llámenla mala leche. Llámenla El Guinardó.

Juan Marsé se ha muerto hoy a los 87 años de edad. Es decir, se ha muerto porque le ha dado la gana, como todos los que superan semejante listón de vida, el ocho, el cero, la chulería de la supervivencia.

Hay fotos de Marsé trabajando en talleres, a eso vamos. Marsé fue escritor cuando lo normal era ser rico y escritor. Pijo y escritor. Divino y de izquierdas y con papá velando tu bohemia. Siempre querremos a Marsé porque viene de abajo, que es de donde viene toda la gente con algún mérito. El suyo fue escribir con todo en contra, la vida, la burguesía catalana, el catalán mismo, que al final era el idioma obligatorio de la literatura en Cataluña. Quizá no hay nadie que haya escrito nunca en España con tanta menestral en las manos, tanto esfuerzo puro y humilde. Marsé salió de un taller para meterse en otro, igual que muchos salieron de un salón para meterse en otro, y lo llamaron literatura.

Marsé salió de un taller para meterse en otro, igual que muchos salieron de un salón para meterse en otro, y lo llamaron literatura

Con su cara de púgil de cine bueno, Marsé hizo eso exactamente toda la vida: boxear la página. Boxear la página es corregir mucho, no darse por satisfecho, apretarle las tuercas al idioma y, sobre todo, a tu capacidad de escribir tu idioma. Boxear la página es perder por puntos, porque siempre se podía haber escrito mejor, siempre se soñó con escribir mejor, con el KO de la facilidad. No existe el KO de la facilidad en literatura, amigos.

Cuando muchos de nosotros nacimos, Marsé ya estaba en los manuales. Se citaba, se estudiaba su novela 'Últimas tardes con Teresa', donde la pija se llamaba Teresa porque su nombre suena bien con tantas tardes últimas: todos Ts. Es curioso que Marsé contendiera con Umbral, cuando ambos se pasaron la vida arrimando Ts. También es curioso porque Marsé era novelista, y Umbral una novela como Dios manda no hizo en su vida: hizo una voz. El caso es que, durante mucho tiempo, a Umbral se le echaba en cara la milonga "prosa sonajero", depreciación literaria que se supone había inventado Marsé justamente para que se la echaran en cara a Umbral. La prosa sonajero -anoten- no existe.

Umbral, sí, era ese fulano que escribía tan ricamente, entre hotel y tontería. Se había descalzado para no trabajar ni su propia prosa. Marsé nunca se descalzó, o nunca quiso ser otra cosa que el obrero de algo, aunque fuera de eso tan cursi que es escribir novelas, novelas que, encima, nunca leerían los obreros.

Esta pasión laboral, ese sudar mucho la escritura, yo creo que le perjudicó en algunos libros. Abres por sus primeras páginas 'Rabos de lagartija' o 'Caligrafía de los sueños' y se ve demasiado el martillo pilón, los moretones en el adjetivo y hasta el desespero. A veces es mejor irse a tomar un café.

Arribistas

Mi libro favorito de Marsé es 'La oscura historia de la prima Montse', un libro de escritura quizá feliz, quizá embalada. En él encontramos una de las aproximaciones más brillantes de todos los tiempos a la figura del arribista, encarnada por el personaje de Salva Vadó. Para Rafael Reig, el mejor libro de Marsé es 'Un día volveré'; para los críticos, 'Si te dicen que caí'; para los manuales -va dicho- 'Últimas tardes con Teresa'. Para nadie, 'El amante bilingüe' o 'La muchacha de las bragas de oro'. Para el propio Marsé, nunca su segunda novela, 'Esta cara de la luna', que decidió no ver nunca más publicada. Marsé corregía tanto que hasta se tachó una novela entera.

¿Por qué estaba Marsé siempre cabreado? Era un escritor de éxito, inmejorablemente considerado en el oficio, premiado cuando tocaba

¿Por qué estaba Marsé siempre cabreado? Era un escritor de éxito, inmejorablemente considerado en el oficio, premiado cuando tocaba (y no tocó poco: premio Biblioteca Breve, premio Planeta, premio Cervantes) y al que el cine hizo la puñeta, pero a buen precio. No lo sé, no sé por qué Marsé estaba siempre cabreado, pero miren que su trozo más propagado es éste, de 'Últimas tardes con Teresa': "Con el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles o como niños, alguno como sensato, generoso y hasta premiado con futuro político, y todos como lo que eran: señoritos de mierda". Y mire que la cita -hasta la cita más famosa de nuestro autor- fue corregida por él, y donde decía originalmente "generoso y hasta premiado con futuro político" dice ahora "ninguno como inteligente". Marsé se corregía hasta el cabreo, y no para amansarlo, precisamente. En este pasaje criticaba a ciertos jóvenes que se tomaban sus vacaciones en la revolución de los demás, pero estos años ha habido gente utilizando estas palabras para retratar al independentismo catalán. Ya ven las vueltas que da una simple cita. Como escribió Vargas Llosa nada más aparecer la novela: "Irritará a todo el mundo."

No sabe uno por tanto si Marsé quería propagar la irritación, expandir el cabreo, o sólo devolverlo, canjeado en palabras. A mí la gente cabreada me gusta, sobre todo si escribe libros. Los libros de la gente feliz son una mierda.

Marsé fue nuestro último gran escritor cabreado, porque los de ahora, si nos cabreamos, es porque se ha caído Wassap y, claro, no salen igual las novelas. No salen de verdad.

Es difícil encontrar una foto de Juan Marsé en la que no parezca enfadado. Y no tan difícil encontrar una imagen suya en la que no parezca un escritor. Entre estar siempre enfadado y no parecer incansablemente escritor se abre una extensión hermosa y épica para hacer literatura. Llámenla Juan Marsé. Llámenla mala leche. Llámenla El Guinardó.

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