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Philip Marlowe resucita en una novela negra perfecta para el verano
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Alberto Olmos

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Philip Marlowe resucita en una novela negra perfecta para el verano

Lawrence Osborne recupera en 'Sólo para soñar' al personaje creado por Raymond Chandler, que sigue siendo el detective icónico del género

Foto: Detalle de portada de 'Solo para soñar'
Detalle de portada de 'Solo para soñar'

El verano da ganas de leer novela negra porque es una época donde pasan pocas cosas, y hay que darle alguna sustancia a nuestro amodorramiento. La novela negra siempre mata a alguien, y queremos saber quién ha sido, aunque sea todo de mentira, porque el verano es largo y sin misterio, con mucha bicicleta previsible y todas las piscinas con socorristas de más. A la gente en verano no le pasa nada emocionante salvo que tenga quince años.

Llega a España 'Sólo para soñar' (Navona), de Lawrence Osborne, subtitulada 'Un caso de Philip Marlowe', que me he leído sólo para volver al detective de Raymond Chandler, aunque fuera en versión de copia y pega o en modo fanfic o comprado a los chinos. Yo no creo que a Raymond Chandler, que tenía un carácter envidiable, es decir, horrible, le hiciera mucha gracia que su personaje se lo apropiaran otros escritores y lo pusieran a resolver casos que no fueron inventados por él. Parece que hay que pedir permiso para hacer estas cosas, y que los herederos de Raymond Chandler valoran más el dinero nuevo que la decencia vieja.

placeholder 'Solo para soñar'
'Solo para soñar'

“Sé que cuando estoy escribiendo no puedo morir”, asentó Eloy Tizón en ese libro iniciático, fenomenal, titulado 'La página amenazada'. No es verdad, pero da muchas ganas de escribir pensar que, metido en harina, no te puedes ir para el otro barrio. Chandler fue uno que murió dejando novela a medias, 'Poodle Springs', última vuelta en el camino de su Philip Marlowe y segunda prolongación por mano ajena de sus aventuras. Robert B. Parker completó la obra a finales de los 80, pues sólo presentaba cuatro capítulos completos.

Porque, en rigor, fue un peculiar escritor uruguayo, Hiber Cordelis, quien abrió antes que nadie la veda imitativa con su novela 'El 10% de vida' (1985), donde un Marlowe en castellano investigaba el suicidio de un agente literario entre cuyos representados estaba el propio Raymond Chandler. (Hiber Cordelis falleció a los 86 años hace apenas un mes, por cierto.)

Aparte de un libro celebratorio donde decenas de autores del género imitaban al maestro en un relato breve (1988), Robert B. Parker decidió volver a Marlowe escribiendo la secuela de 'El sueño eterno', que tituló 'Perchance to dream' (1991), y, muchos años después, en 2014, John Banville escribió la secuela de 'El largo adiós', 'La rubia de ojos negros' (Alfaguara), firmando como Benjamin Black, su pseudónimo para escribir libros que quiere que vendan algo.

“Los autores literarios que escriben novela negra en su tiempo libre no valen una mierda ni como literarios ni como de novela negra”, dijo James Ellroy en una entrevista, pensando muy seguramente en John Banville. “Raymond Chandler es una mierda”, dijo en otra -de hecho, aquí mismo-, por si quedaban dudas sobre quién es el guardián de las esencias del género.

Del mismo modo que el verano da ganas de leer novela negra, muchas veces los autores de novela literaria sienten la tentación -en efecto- de hacer una novela de este género. Me pasa hasta a mí. La idea de escribir algo por una vez interesante, entretenido y que cuenta con un público fiel, resulta muy atractiva.

Una tentativa digna

En el caso de Lawrence Osborne, según nos revela en la nota final del libro, 'Sólo para soñar' es un encargo, o una invitación irrechazable que recibió por parte de sus agentes. Como autor inglés que vive en Bangkok y escribe libros con títulos como 'Perdonar' o 'Corazones en la noche', no sé yo si era la persona más adecuada para pavimentar otro poco el camino de perdición de Philip Marlowe en la literatura. Sin embargo, su tentativa es muy digna y realmente amena, y lo único que se echa de menos es algo que nada tiene que ver con el talento literario ni con la capacidad de simular prosas clásicas: la amargura.

Lo único que se echa de menos es algo que nada tiene que ver con el talento literario ni con la capacidad de simular: la amargura

En principio, Osborne nos propone un Marlowe viejecito y ya retirado, en 1988. Una empresa de seguros le invita a investigar un caso confuso de barcos y muertos, y Marlowe, como haría cualquier jubilado, acepta. Se inicia entonces una persecución por todo México de una pareja de estafadores donde ella es la mujer fatal y él, un perfecto miserable. Hay varias escenas de acción impropias de Marlowe, que no se sabe cómo tiene una daga oculta en el bastón. Se nos dice que ese bastón tan sibilino fue comprado en Japón por el propio Marlowe. Hombre, no sé. No me imagino yo al rancio y americanísimo Marlowe viajando a Japón y menos comprando allí esa estupidez de artilugio, como de James Bond cuando James Bond era muy estúpido.

A este derrape hay que sumar un gusto por las descripciones que se aleja singularmente del espíritu notarial de Raymond Chandler. Son descripciones fragorosas, líricas, con mucha florecita, espléndidas sin duda, pero que nos advierten de que el creador ahora detrás de Marlowe no comparte con Chandler mirada ni filosofía. Osborne es un hombre feliz, en definitiva.

Por ello, yo creo que la novela hubiera ganado con detective propio, liberando al lector del vértigo de las comparaciones y de la sumisión del homenaje. Es una novela perfecta para el verano, esquinadamente criminal, pero no tan oscura como su augusto modelo.

El verano da ganas de leer novela negra porque es una época donde pasan pocas cosas, y hay que darle alguna sustancia a nuestro amodorramiento. La novela negra siempre mata a alguien, y queremos saber quién ha sido, aunque sea todo de mentira, porque el verano es largo y sin misterio, con mucha bicicleta previsible y todas las piscinas con socorristas de más. A la gente en verano no le pasa nada emocionante salvo que tenga quince años.

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