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Cuando nos gustaban las chicas
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Alberto Olmos

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Cuando nos gustaban las chicas

Josan Hatero vuelve a la novela con 'La intimidad de los viajeros', un inventario de amoríos donde resuenan los años noventa

Foto: Detalle de portada de 'La intimidad de los viajeros'.
Detalle de portada de 'La intimidad de los viajeros'.

Cuando nos gustaban las chicas, o sea, en los años noventa, lo que nos separaba de ellas era una distancia muy grande: la palabra. Ahora, a los chicos y a las chicas solo los separa el Código Civil, prácticamente. Antes, había mucha obsesión con la palabra, la labia, qué decir. Se hacían películas sobre qué decir, manuales del qué decir y grandes teorías sobre qué decía el otro luego, que nunca era 'sí', sino algo más bonito. Gracias a las nuevas tecnologías, hoy ligar nos sale a devolver, te sobran palabras por todos lados y te las puedes decir a ti mismo solo en tu casa. Con el Tinder, ya basta hacer clic y saberse la ley para ligar lo necesario en el siglo XXI. Ese es el avance.

Cuando nos gustaban las chicas, en los años noventa, había modelos masculinos, no de músculos, sino de palabras. Estaba Woody Allen, claro, que era el más gracioso de los ligones, alguien capaz de hacer algo tan increíble como hablar con una chica mientras caminan por la calle. Piénsenlo: es imposible hablar y andar por la calle al mismo tiempo, solo pasa en las películas de Woody Allen y en las de sus imitadores. También estaba 'Antes del amanecer', de Richard Linklater, donde Ethan Hawkne no paraba de decir cosas graciosas a Julie Delpy, como si a Hawke le hicieran falta frases. Pero hablar mucho para ligar podía significar lo contrario: que se ligaba para hablar mucho, por oírse la inteligencia y el humor, por hacer la conversación y no el amor. Y estaba —por citar solo tres— 'Cuando Harry encontró a Sally', que la encontró para darle la tabarra sin misericordia. Billy Cristal haciendo chistes incluso después de casarse con Sally; de hecho, rompían para poder seguir diciéndose cosas.

Se ligaba para hablar mucho, por oírse la inteligencia y el humor, por hacer la conversación y no el amor

Cuando nos gustaban las chicas, en los años noventa, se oían en el metro anécdotas como esta: un joven hablaba de su amigo Pepe (pongamos), que había recorrido la discoteca 'entrando' a todas las chicas, absolutamente a todas, y, al terminar, volvió con sus amigos y les dijo que nada, que no le hacían ni caso. Y sus amigos le decían: “Da otra vuelta”. Y Pepe daba otra vuelta. Se daban muchas vueltas en los noventa, sí. Cuando nos gustaban las chicas.

Los viajeros

Acaba de publicarse 'La intimidad de los viajeros' (Destino), la nueva novela de Josan Hatero, que obviamente ustedes no saben quién es. Por supuesto, viene de los noventa. Hatero salía mucho en prensa cuando Ray Loriga, cuando Lucía Etxebarria y cuando Jose Ángel Mañas, jóvenes escritores entonces que escribían bastante de ligar en la gran ciudad y otras cosas sin importancia. Tuvieron su momento de gloria, que no fue el éxito literario, sino ser jóvenes y saberlo. Ahora los jóvenes no saben que son jóvenes, solo tienen en mente que algún día no lo serán.

Josan Hatero escribía cuentos, alguna novela, mucho silencio. Yo le había olvidado después de no publicar en todo el siglo más que una cosa con dibujitos y romanticismo, en Alfaguara. Ahora vuelve con novela larga y amoríos breves, y en ella hay, entre otras muchas cosas, una reivindicación del diálogo encendido, del hablar para follar, que seguramente resulte muy llamativo para los veinteañeros de hoy, que ligan dando 'like' a toda la discoteca de Instagram.

placeholder 'La intimidad de los viajeros'. (Destino)
'La intimidad de los viajeros'. (Destino)

La intimidad de los viajeros trata de un hombre con gran experiencia con las mujeres al que otro paga para que enamore y luego abandone a una chica. Entre medias, contemplamos los amoríos de los tres personajes, más poblados de palabras que de sudoraciones. Hay incluso momentos iniciáticos donde un padre adiestra al hijo sobre ese gran mito de los noventa, ligar: “La primera lección es gratis: aprende a caminar. Los de tu generación no sabéis caminar. Procura caminar como si los semáforos fueran a ponerse en verde a tu paso. Mantén la cabeza alta y balancea un poco los hombros al andar. Pisa fuerte. (…) A las mujeres les vuelven locos los tipos seguros”.

Entre las conversaciones galantes, encontramos intercambios como este: “A ti te gusta demasiado el sexo”. “No es cierto. A mí me gustan mucho las mujeres, el sexo es solo un atajo”. Y algún plagio a Woody Allen ('Annie Hall'): “Creo que antes de entrar deberíamos darnos un beso. Para quitarnos de encima la presión, ¿no te parece?”.

El halo noventero de la novela lo completa la banda sonora, con Suede, Morrisey, New Order, The Cure... y esa visión de los cines como lugares a los que no se va a ver una película, sino a que la película te vea a ti con una chica.

El libro va de averiguar por qué dos personas deciden equivocarse juntas

Hatero escribe desde el reposo (tenemos ya 50 años), la puntería sintáctica y la filigrana psicológica. El libro no va de muchas más cosas que de averiguar por qué dos personas deciden equivocarse juntas, bien que haciendo algo muy divertido. Obviamente, no lo acabamos de averiguar, aunque hay algunos momentos de manipulación del romance que alcanzan cierta juguetona sofisticación.

Y todo es de palabra, como les digo. No sale casi internet.

Si les soy sincero, yo nunca entendí por qué los hombres teníamos que hacer reír a las mujeres en los años noventa, y no al revés. Ese borboteo verbal por el puro afán fornicador (ya criminalizado por el ministerio de Irene Montero en su habitual informe mensual) me recuerda la frase de Ray Loriga en 'El hombre que inventó Manhattan': “Empujar cuesta arriba conversaciones sin sentido”. Nunca fue lo mío.

De hecho (anécdota), una chica empezó a salir conmigo cuando yo ya era escritor, esperando de mí no sé qué poesías. A los pocos días, me soltó: “Eres escritor, pero no me dices nada que no me pueda decir un albañil”.

Ya les digo que esto era cuando nos gustaban las chicas. Hace mucho, mucho tiempo.

Cuando nos gustaban las chicas, o sea, en los años noventa, lo que nos separaba de ellas era una distancia muy grande: la palabra. Ahora, a los chicos y a las chicas solo los separa el Código Civil, prácticamente. Antes, había mucha obsesión con la palabra, la labia, qué decir. Se hacían películas sobre qué decir, manuales del qué decir y grandes teorías sobre qué decía el otro luego, que nunca era 'sí', sino algo más bonito. Gracias a las nuevas tecnologías, hoy ligar nos sale a devolver, te sobran palabras por todos lados y te las puedes decir a ti mismo solo en tu casa. Con el Tinder, ya basta hacer clic y saberse la ley para ligar lo necesario en el siglo XXI. Ese es el avance.