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Las camareras no llevan sus bebés al trabajo
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Alberto Olmos

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Las camareras no llevan sus bebés al trabajo

Urge un manual de instrucciones sobre los recién llegados al mundo para desmentir que se cuidan solos

Foto: Nannyfy conecta a lospadres con las niñeras y funciona igual que cualquier 'app' basada en valoraciones de los usuarios.
Nannyfy conecta a lospadres con las niñeras y funciona igual que cualquier 'app' basada en valoraciones de los usuarios.
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Pocas cosas han hecho tanto daño a la vida secreta de los bebés como llevarlos al trabajo. Llevar a un bebé al trabajo solo pueden hacerlo los jefes. En España lo hacen los políticos. Cuando Carolina Bescansa apareció con su bebé en el Congreso inició un debate muy interesante, de veinticuatro horas de duración y que no trataba de nada. Ahora Irene Montero tiene a su bebé de guardia en el ministerio de Igualdad. Lo hemos visto en algunas fotos, siempre con la ministra. Se supone que eso dice algo al mundo, aclara las cosas o pone temas sobre la mesa. No pone nada sobre la mesa.

La gente que cuida bebés no ve en una política que se lo lleva a trabajar a una persona que cuida bebés. Ve claramente a una persona que NO cuida bebés. Además, la sociedad se cree que la gente que no lleva a los bebés al trabajo (o sea, en el taxi si eres taxista; al bar si eres camarera; a la caja registradora si eres cajera) lo hace por no molestar a Mercadona o a los clientes o un jefe explotador. La gente no lleva bebés a trabajar por el mismo motivo por el que no lleva a su anciana madre, a su amante o a su perro. El perro del trabajo siempre es el del jefe.

Quien no ha cuidado bebés solo puede pensar, a la vista de estas incursiones encantadoras, que los bebés dan poca tarea, pues a fin de cuentas se puede trabajar con uno sobre el regazo; que son muy cucos, pues hacen la foto bonita del día en los periódicos; y que sus madres llevanderas son buenas madres, pues son las que salen en la foto bonita del día en el periódico. Todo esto es falso.

placeholder Irene Montero y María Teresa Arévalo, en un 'frame' de un programa de televisión. (EC)
Irene Montero y María Teresa Arévalo, en un 'frame' de un programa de televisión. (EC)

Vamos camino de un momento en que ninguna mujer moderna entienda qué es un bebé. De hecho, parte de la modernidad se define ya por que uno no sepa nada de bebés. Se trata de un conocimiento desechable, de pobre, y además a los dos años el bebé se convierte en niño y todos los errores cometidos con ellos prescriben y no le importan a nadie. Es normal por tanto que haya tantos lloros, no del bebé, sino de sus padres al darse cuenta de que el niño no está para Congresos ni ministerios, como le vienen diciendo. Resulta contraproducente dar visibilidad a los bebés y no a la gente que cuida de ellos. Hace falta nada menos que toda una exclusiva en El Confidencial para saber quién cuida de ellos.

Tener un bebé es fácil si eres rico. Puedes estar junto a él únicamente para las cosas simpáticas, hacer una foto y subirla a Instagram. La cercanía de los padres con sus bebés la mide esta red social, en la medida en la que, cuantas más fotos tenga uno su bebé, menos tiempo pasa con él. Hay gente que a lo mejor te ha enseñado 500 fotos junto a su recién nacido, al día, al mes, al año y al año y medio. Hay más amor al niño, más comprensión, mayor prueba de tiempo con él en la famosa frase de Umbral (“Estoy oyendo crecer a mi hijo”) que en las dos mil fotos y vídeos que te ha enseñado un fulano de su bebé. Toda esa gente no ha oído crecer a su hijo.

Tener un bebé es fácil si eres rico. Puedes hacer una foto y subirla a Instagram

Todas las chorradas sobre los bebés nos las proponen los ricos. El BLW, el “le pongo tres jerséis delante para que él elija”, el llevarles al trabajo. Ya dijo Ana Mato, ministra de cuando entonces, que para ella el momento más feliz del día era “cuando veo cómo visten a mis hijos”. Ahora el momento más feliz es cuando veo los likes a la foto del niño en el Instagram.

La gente normal tiene estas opciones: llevar al bebé a la guardería cuando acaba la baja por maternidad/paternidad; pedirse una excedencia para cuidar de ellos; dejar el trabajo para cuidar de ellos; poner a los abuelos a cuidar de ellos. En mi caso, cuido de ellos y empiezo a trabajar (estas cosas que me leen) a las 12 de la noche. Hasta las cinco de la madrugada, algunas veces.

Foto: La diputada Carolina Bescansa, con su hijo Diego en brazos (EFE)

La gente normal no tiene tiempo de disponer sobre una mesa innumerables alimentos y esperar a que el niño los revuelva todos y deje la mesa y a sí mismo hecho un lodazal de pulpa de fruta y chorretones de yogur (BLW); la gente normal no tiene tiempo de esperar a que un niño decida qué ropa se va a poner; y la gente normal no lleva a sus hijos al trabajo porque cuidar de los hijos es un trabajo. Cuando una política lleva al bebé a Congresos y ministerios no dice, mira el bebé, sino, mira qué pija soy.

Limpiando culos

Cuidar de un bebé es fácil y sacrificado. No tiene mucho misterio, salvo que nadie os lo ha contado bien. Pablo Iglesias regresó de su baja por paternidad afirmando que estaba muy orgulloso de haber estado “limpiando culos”, lo que a cualquiera que cuide de bebés le suena —amén de a un reduccionismo repugnante— a que no ha cuidado de un bebé en su vida. Hay una obsesión entre los que no saben absolutamente nada de bebés con las deposiciones de los bebés. El niño no se pasa el día cagando, sino explorando. El pañal se cambia como mucho seis veces, y en 50 segundos. Si me preguntaras de pronto cómo es eso de cuidar de un bebé, ni me acordaría de que incluye cambiarle los pañales.

La mayoría del tiempo junto a un bebé se parece a ver crecer una planta; o sea, como una película francesa (Arthur Penn 'dixit'). Cuidar bebés te aboca, en efecto, a cierto tipo de aburrimiento, bastante duro de sobrellevar. Estás siete horas seguidas con un animalillo al que le hablas, al cabo, para poder hablar con alguien. Yo voy por la calle con mi hijo de casi dos años hablándole y la gente no se da cuenta de que las cosas que digo son las mismas que si fuera solo por la calle y estuviera loco. He visto madres (efectivamente la mayoría de los que se quedan en casa cuidando recién nacidos son mujeres) con sus bebés en la terraza de un bar levantar la vista hacia mí —también llevando un bebé— y rogarme con los ojos que les dirigiera la palabra. La soledad del que cuida de un bebé es impresionante. El tiempo no corre. El columpio no vuelve. Nadie te ve.

La soledad del que cuida de un bebé es impresionante. El tiempo no corre

Cuando el bebé echa a andar (les estoy haciendo una guía urgente para contrarrestar la imbecilidad oficial, por cierto), cuando echa a andar, digo, la cosa mejora, porque como el bebé puede matarse su cuidado gana en emoción. En general, los bebés no suelen estarse quietos mientras tú haces cualquier cosa. No puedes escribir un mail ni leer una sola página de un libro, solo puedes escribir un tuit. Son 5 los segundos en los que puedes dejar de mirar un bebé sin que te entre el pánico. Un bebé se ahoga en 6 segundos, por ejemplo.

Con todo, el bebé es un dispositivo relacional, y hay cierta belleza en la mezcla de bebé y barrio. Por un lado, tres de cada cuatro ancianas se pararán a hacerle monerías, aunque a partir de la quinta ancianita que le haga monerías no podrás soportarlo más. Ya es difícil sobrevivir a una abuela. Por otro, si lo llevas a los bares a tomar café (lo mejor del día: hablas con la camarera) comprobarás la infinita bondad de la gente. Que te inviten al vaso de leche que has pedido para él. No es nada, euro y medio, pero es hermosa esa munificencia. Todos los días le recibirán llamándole por su nombre, nombre que ha ido además cuajando poco a poco en el barrio, y hasta la frutera desde la frutería le dirá adiós diciendo su nombre. Tu bebé tendrá pronto más amigos en el barrio que tú.

También te cruzarás con mucha gente que odia a los bebés. Viejas amargadas, gentes con prisas y modernos idiotas en general

También te cruzarás con mucha gente que odia a los bebés. Viejas amargadas, gentes con prisas y modernos idiotas en general. Esa gente no sabe lo cerca que está, cuando empuja a tu hijo porque pierden el autobús, cuando te dicen que lo vigiles mejor o cuando lo miran con desprecio porque llora, de acabar con un cuchillo clavado en la garganta.

Puedes quedar con alguien parar tomar café, sí. Nadie tomará café. Nadie hilará dos frases seguidas. El camarero estará ya preparado con la bayeta. El niño no te permite ni tomarte un café tranquilamente con un amigo, te va a permitir gobernar un país.

Con todo, cuidar bebés es una tortura que echarás de menos, esa es la verdad. Mientras pierdes la vida viendo vivir al animalillo, hay momentos de desesperación sorda, de colapso psicológico y pura sinrazón. Luego, cuando ya va al colegio y vuelve moldeado por el mundo, sin que tú sepas dónde aprendió esa palabra o qué hizo cada minuto del día, te das cuenta de lo que has perdido: la ocasión de ser realmente importante para alguien.

Pocas cosas han hecho tanto daño a la vida secreta de los bebés como llevarlos al trabajo. Llevar a un bebé al trabajo solo pueden hacerlo los jefes. En España lo hacen los políticos. Cuando Carolina Bescansa apareció con su bebé en el Congreso inició un debate muy interesante, de veinticuatro horas de duración y que no trataba de nada. Ahora Irene Montero tiene a su bebé de guardia en el ministerio de Igualdad. Lo hemos visto en algunas fotos, siempre con la ministra. Se supone que eso dice algo al mundo, aclara las cosas o pone temas sobre la mesa. No pone nada sobre la mesa.