Mala Fama
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'Los vencejos' o la sordidez descontrolada: lo nuevo de Aramburu no es para todos los públicos
Después del éxito de 'Patria', el escritor se decanta por un largo relato no apto para todos los lectores
Quentin Tarantino, en una despendolada entrevista que concedió a Bafta en 2019 ('A life in pictures highlights'), repasó su filmografía y fue dejando muestras de su enorme inteligencia a la hora de añadir películas a sus películas. Con Pulp Fiction había tocado techo. No se podía triunfar más, se había saltado el contador y todo ello —esto es lo importante— iba básicamente en su contra. Tarantino lo sabía y por eso decidió hacer una película menor, 'Jackie Brown'; menor en cuanto a efectismo, espectacularidad o escenas memorables, como quieran verlo. En sus propias palabras, sabía que debía “pasar por debajo” del éxito de 'Pulp Fiction', dejarlo respirar y no pretender combatirlo. Después, según afirma, ha tratado de que cada película sea más salvaje, más imponente y más desmesurada que la anterior.
Cuando un libro funciona muy bien, su autor tiene tres opciones. La primera es escribir ese libro otra vez; la segunda es proponerse un libro mejor, y la tercera es dejar de escribir. Al final, suele imponerse una cuarta opción, no voluntaria: que simplemente haces libros peores.
Hacer el mismo libro supone apostar sobre seguro, cuidar al rebaño. Los lectores ya identifican tu nombre con la Guerra Civil, la historia de la lectura o la banda terrorista ETA, y si les das más ETA te la compran encantados. El autor, aquí, se convierte en proveedor, en 'dealer' de una droga que es él mismo. Como dijo Delibes con su quinto libro sobre caza, estos libros “siempre tienen una venta”. Javier Reverte no sé cuántos libros hizo sobre África, o sobre algo que parecía África. Juan Gómez-Jurado se dispone a recorrer toda la paleta cromática de las monarquías ficticias. Pero también Javier Marías o Enrique Vila-Matas penan las consecuencias del éxito excesivo: que la gente espera de ti un libro en concreto, y que si no lo haces, no te leen. ¿Y quién quiere perder lectores, es decir, hasta un 90% de lectores?
En lo que a mí respecta, si escribiera un libro que vendiera lo que vendió 'Patria' (Tusquets, 2016), no volvía a escribir —ni postales— en todos los días de mi vida.
'Los vencejos'
Me apetecía este nuevo libro de Aramburu. Recuerdo que más de uno y de cuatro me dieron un toque cuando 'Patria' se salía de madre para que lo reseñara; para que lo reseñara mal. Fue curioso. Un autor solvente, dedicado, incuestionable, logra ventas en general reservadas a botarates con suerte y mala sintaxis y desde el propio mundo editorial la gente aguijonea aquí y allá para que le cundan palos. Qué mundo.
'Los vencejos' me sonaba a querer hacerlo mejor (segunda opción), aunque eso fuera difícil. El tema (suicidio) me seducía. Incluso que tuviera 700 páginas me molaba.
La novela la vende Tusquets como “la nueva obra maestra” de Aramburu. El sintagma es delicioso. Lógicamente, lo mínimo que esperas de un sello que se ha hecho rico con un libro tuyo es que a todo lo que escribas desde entonces lo califique de 'obra maestra' sin leerlo siquiera. Le pasó a Rafael Chirbes. Ya hemos afirmado aquí 100 veces que llamar obra maestra a un libro que aún no ha leído nadie es una de las estupideces más comunes del mercado editorial español. Ojalá se editara un libro y su faja dijera: "Este libro es muy malo, ¿qué quieren?".
'Los vencejos' está toda ella armada en primera persona. Un cincuentón llamado Toni nos cuenta día a día durante todo un año lo vívido y lo vivido, su presente y su pasado, a raíz de la decisión tomada de quitarse la vida justamente cuando se redondeen esos 12 meses. Pero del suicidio, salvo puntadas sueltas aquí y allá casi sin articular, poco se habla en la novela. Son 700 páginas de otras cosas.
Sobre todo, de sordidez. A las 40 páginas ya estaba yo descolocado, para qué les voy a engañar. Había leído media obra y cuarto de Aramburu y no recordaba un narrador suyo que paciera en las laderas de la mala hierba, con Céline, Houellebecq y otros franceses admirados. La lectura se tornó pronto desagradable, con temas siempre repulsivos, servidos en una voz con la que no podías encariñarte, como sí te encariñas —es obvio— con el narrador de 'Plataforma' o de 'Viaje al final de la noche' o de 'Maestros antiguos' (Thomas Bernhard). Los austriacos sí que se saben amargar. El tono me recordó a algunos libros de Horacio Castellanos Moya, en el peor sentido. El sentido de que tienes ahí a un tipo haciendo como que el mundo es horrible solo porque cree que nadie se va a dar cuenta de que, para empezar, no es austriaco, y, para seguir, duerme como un bendito cada noche. Houellebecq no duerme como un bendito cada noche. Es una vida echada a perder echada en la literatura.
Aramburu no se cree el mundo que ha creado, pasa por él de oídas
Admito que es difícil esto. Yo mismo podría defender que Aramburu es capaz de imaginar un personaje misógino, repelente, cuyo mejor amigo es votante de Vox, cuyo hijo es simpatizante de las derechas que se reunieron en Colón, putero, de una insensibilidad y falta de empatía estomagantes, y rodeado de familias malolientes y matonas, y que todo eso podría funcionar y hasta ser extraordinario. Pero, como no es el caso, solo puedo estimar como lector y autor de algunas novelillas que simplemente Aramburu no se cree el mundo que ha creado, pasa por él de oídas, no hay participación personal, sesgo, coherencia, comprensión. El personaje más simpático de toda la historia vota a Vox. No acabo de entender qué nos quiere decir el autor con eso.
Muñeca sexual
En este punto, como es obvio, me compadezco de la que le ha caído a cada crítico en cada suplemento o periódico de España que tenga que leer 'Los vencejos' y evitar incluir la palabra Vox en su reseña. También tendrá el crítico que evitar un pasaje de la novela en el que el hijo de Toni es acusado de dejar embarazada a una muchacha y se libra cuando, frente al padre de la chica y el director del instituto, revelan que la muchacha es una fresca que se dejó penetrar en un baño por varios jóvenes y, por tanto, nadie puede saber quién es el padre de la criatura. Estas chicas de hoy y su gusto por el sexo en grupo, ya saben. También deberá este crítico pasar de puntillas por la prostitución, la mención de las mujeres como “vaginas”, la muñeca sexual que compra el protagonista y que le resulta mucho más llevadera que una mujer de carne y hueso (como insiste en exponer), el adolescente que prostituye a su hermana deficiente y con la que Toni perdió la virginidad, las defensas puntuales de la España Imperial que hace Patachula (el amigo votante de Abascal), la repugnancia sin ambages que despide el texto contra toda mujer que no esté buena. (“La culpa de no haber tenido suerte en el amor es mía por no ser guapa”. “¡Cuánta razón tienes!”, p. 610)… En fin, veremos virguerías en Babelia que nunca antes habíamos visto. O, en realidad, no: las habituales. (Nota: me avisan de que Juan Carlos Mainer cumplió en Babelia punto por punto con todo lo previsto en este párrafo).
Lo paradójico de estos críticos que van a decir que la novela de Aramburu está “bien” es que, a diferencia de mí, no se habrán leído sus 698 páginas. Así, en resumen, la única reseña positiva de 'Los vencejos' es esta que están ustedes encajando ahora mismo, porque honra al libro —y les honra a ustedes— mediante la insensatez de leerlo.
Y no digo que el libro sea malo, ni siquiera mediocre; simplemente no funciona. Yo lo he leído con cierto pasmo, pero sabiéndome en buenas manos. Hay buena prosa, páginas excelentes, algún humor en algún lance, incluso sentimiento bien llevado en la muerte por cáncer de un familiar del protagonista. La fea oficial del libro, Águeda, se eleva como el personaje más memorable de la trama, con sus pies bonitos y su todo lo demás espantoso. Ella y Toni y Patachula conforman un trío de amigos de cierta entidad hacia la mitad del libro (queridos críticos: había que llegar a la mitad del libro); sin las cosas de la primera mitad (más: ¿por qué dejan las esposas de hacer felaciones a sus maridos después de ser madres?; el padre de Toni sacándose el miembro en una comida; el padre de Toni bañándose con sus hijos y obligándoles a que le besen el pene… Estas son las cosas de la primera parte, no es solo que uno vote a Vox), la novela me habría gustado mucho más; me habría gustado.
Los personajes viven en la realidad en que nos dicen los medios que vivimos
En 'Los vencejos', donde sale todo el rato Madrid, calle a calle, bar a bar, sale también todo el rato la actualidad, algo que ayuda poco al texto. Es, el libro, un 'all in' de temas del periódico, puestos uno detrás de otro; y así el hijo se tatúa una esvástica y le hacen 'bullying' y okupa viviendas y va a Colón; Patachula perdió un pie en los trenes del 11-M; la esposa de Toni le deja por otra mujer; no sé qué abuelo que creían que murió por los buenos murió por los nacionales; maltrato doméstico; machismo; 8-M; educación; cambio climático; cáncer… No sé, los personajes viven en la realidad en que nos dicen los medios que vivimos, cosa que por Carabanchel veo poco, la verdad. La gente suele vivir en esa cosa inarmónica que es su vida, regada más o menos por los titulares del día, normalmente menos que más. Pero, desde luego, no padecen en orden alfabético todas las desgracias que existen.
Aramburu, en fin, no sé qué ha querido hacer, pero lo que ha hecho no es apto para todos los públicos. Una sordidez completamente fuera de control.
Quentin Tarantino, en una despendolada entrevista que concedió a Bafta en 2019 ('A life in pictures highlights'), repasó su filmografía y fue dejando muestras de su enorme inteligencia a la hora de añadir películas a sus películas. Con Pulp Fiction había tocado techo. No se podía triunfar más, se había saltado el contador y todo ello —esto es lo importante— iba básicamente en su contra. Tarantino lo sabía y por eso decidió hacer una película menor, 'Jackie Brown'; menor en cuanto a efectismo, espectacularidad o escenas memorables, como quieran verlo. En sus propias palabras, sabía que debía “pasar por debajo” del éxito de 'Pulp Fiction', dejarlo respirar y no pretender combatirlo. Después, según afirma, ha tratado de que cada película sea más salvaje, más imponente y más desmesurada que la anterior.