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Vaya bajón, el Premio Nobel de Literatura es una pantomima
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Alberto Olmos

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Vaya bajón, el Premio Nobel de Literatura es una pantomima

La concesión del Premio Nobel de Literatura a Abdulrazak Garnuh pone en marcha la maquinaria cultural y mediática de la tontería

Foto: El secretario de la Academia Sueca anuncia el premio Nobel de Literatura para Abdulrazak Gurnah. (EFE)
El secretario de la Academia Sueca anuncia el premio Nobel de Literatura para Abdulrazak Gurnah. (EFE)
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Aunque las deliberaciones del jurado que concede el Premio Nobel de Literatura son secretas, va tomando carta de veracidad la teoría de que estas consisten en realidad en disponer sobre el barniz de la noble mesa de la sala de reuniones de la Academia una bolsa de papel de Ikea de pequeño tamaño. Dentro, hay 200 papelitos. En ellos, escritos con el carismático lápiz enano de Ikea, figuran los nombres de 200 escritores que siguen vivos y que, alguna vez en los últimos 40 años, aparecieron en algún periódico del mundo. Pasadas algunas horas de conversaciones climáticas, climatéricas o clientelares, alguien con prisa se ofrece voluntario para dar el Premio Nobel de Literatura a voleo. Saca un papel. Lo lee. Un ágil secretario revisa el argumentario 'ad hoc', donde fácilmente puede insertarse cualquier cosa entre “por su contribución a” y “una voz que denuncia la explotación/violencia/opresión/desamparo” de “[escriba el país]” con “una voz imaginativa/emocional/bella” que “[algo sobre abismos o fronteras]”, y listo. Luego se van a comer por ahí, los jurados.

El agraciado en el sorteo de este año ha sido Abdulrazak Gurnah (Tanzania, 1948), que supongo muy aficionado a la lotería. Dudo que los editores españoles estén ahora mismo ofreciendo más de 50 céntimos por los derechos íntegros de su obra. Si el último libro traducido de Gurnah al español es del año 2003 ('En la orilla', Poliedro), quizá no teníamos tantas ganas de leerlo. En Goodreads, Gurnah cuenta con 160 seguidores (Haruki Murakami tiene 100.000; Anne Carson tiene 2.700), y esa novela en concreto, 'By the sea' (2001), solo se tradujo al español y al turco. En español (sí, es brutal Goodreads como herramienta de prospección literaria), lo ha leído una persona; en turco, ninguna. En total, hay 439 usuarios de Goodreads que han leído esta novela (escrita en inglés, recordemos, el idioma más accesible del mundo) entre los 90.000.000 de usuarios registrados de esta red social de lecturas.

Foto: Abdulrazak Gurnah. (Alamy)

El Nobel de Literatura valora la contribución de un autor a la Humanidad. Desde luego, que no te lea nadie es una contribución impresionante.

¿Por qué premiarle?

Dirán, claro, que el Nobel, tomado desde la pureza estética, justamente comparece como agitador cultural desde la elección de márgenes creativos, narrativas secretas o poéticas clandestinas. Centrémonos: a Peter Handke no lo lee “nadie” en España, ni a Anne Carson, ni a Rachel Cusk. Cuando decimos “nadie”, decimos 1.500 personas. O sea, “nadie” era un modo de hablar. Lo que pasa aquí es que a Abdulrazak Gurnah no lo lee nadie de verdad.

¿Por qué premiarle? Si su excelencia fuera inconcusa, a lo mejor contaría en su currículum con algo más que haber quedado finalista del premio Booker con su novela 'Paraíso' en 1994. Es decir, durante los últimos 30 años nadie se ha dado cuenta de la genialidad de Gurnah, que no ha recibido no ya la atención de los lectores, sino la de alguno de los cientos de miles de premios, distinciones, honores ridículos y “mejor libro de [cualquier cosa]” que existen en el amplio y condecorador por defecto mundo cultural anglosajón. No. Nada. Gurnah estaba agazapado, riéndose por lo bajito, pensando: ya verás, al final gano el Nobel.

Gurnah estaba agazapado, riéndose por lo bajito, pensando: ya verás, al final gano el Nobel

Por supuesto, yo tengo la firme intención de no leerlo. No me va a costar mucho esfuerzo dado que hay cientos de autores y autoras por leer, miles de libros, y que dieciocho suecos erráticos digan que ahora toca leer a Abdulrazak Gurnah solo puede traernos sin cuidado a las personas de bien.

Otra cosa sería si el Premio Nobel durante, no sé, los últimos 15 años no hubiera parado de premiar Gurnahs. Entonces, al haber caído al cabo en la lectura de alguno, y haberla encontrado muy placentera, tendríamos alguna fe en el Gurnah de este año. Pero, si en una ocasión premias a Bob Dylan y dices que eso tiene sentido, luego no das el premio porque te has puesto triste, luego premias a dos autores; y antes señalas descontroladamente a autores muy conocidos y a autores nada conocidos, y a poetas por aquí y a novelistas por allá, y ahora un chino aleatorio y ahora uno de casa porque a veces hay que premiar suecos; si haces todo eso, en fin, ¿qué criterio usas, qué línea de reconocimiento estás trazando, qué puede esperarse de ti, del Nobel, para 2050? ¿Premiar a un algoritmo, a una activista, a un escritor de discursos políticos, a Pikachu? Sí, del Premio Nobel de Literatura podemos esperar cualquier cosa, particularmente que premien a Pikachu.

Del Nobel de Literatura podemos esperar cualquier cosa, particularmente que premien a Pikachu

Capítulo aparte merece el circo de servidumbres que se levanta en torno a que 18 suecos saquen un papelito de una bolsa de Ikea. Primero, las apuestas, cuya pertinencia queda cada vez más en entredicho. Los sedicentes “candidatos”, que en realidad no existen, pero que la prensa cultural se encarga de hacer creer que existen. Los nervios como de campanadas de fin de año con los que se va aproximando la maquinaria mediática a la hora del anuncio del fallo. La prisa por titular que ha ganado Fulano de Tal, y por rellenar, como es el caso, un largo artículo con apreciaciones sobre una obra que nadie ha leído, nadie va a leer y a nadie le importa un huevo. Las bibliotecas públicas destinando un estand a reunir los pocos libros que haya del autor en la sede. Las librerías haciendo lo propio, poniendo al lado de la puerta decenas de ejemplares llenos de polvo y que, si siguen en el almacén, es porque alguien había puesto encima de esas cajas los delantales. Dos días después del fallo, Abdulrazak Gurnah vuelve al almacén, aunque los delantales se habrán puesto ahora sobre una pila de libros distinta.

Si yo fuera jefe de Cultura en un periódico, esta sería la última vez que el Premio Nobel de Literatura aparecería en la sección.

Aunque las deliberaciones del jurado que concede el Premio Nobel de Literatura son secretas, va tomando carta de veracidad la teoría de que estas consisten en realidad en disponer sobre el barniz de la noble mesa de la sala de reuniones de la Academia una bolsa de papel de Ikea de pequeño tamaño. Dentro, hay 200 papelitos. En ellos, escritos con el carismático lápiz enano de Ikea, figuran los nombres de 200 escritores que siguen vivos y que, alguna vez en los últimos 40 años, aparecieron en algún periódico del mundo. Pasadas algunas horas de conversaciones climáticas, climatéricas o clientelares, alguien con prisa se ofrece voluntario para dar el Premio Nobel de Literatura a voleo. Saca un papel. Lo lee. Un ágil secretario revisa el argumentario 'ad hoc', donde fácilmente puede insertarse cualquier cosa entre “por su contribución a” y “una voz que denuncia la explotación/violencia/opresión/desamparo” de “[escriba el país]” con “una voz imaginativa/emocional/bella” que “[algo sobre abismos o fronteras]”, y listo. Luego se van a comer por ahí, los jurados.

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