Es noticia
Sherlock Holmes lo hace cualquiera
  1. Cultura
  2. Mala Fama
Alberto Olmos

Mala Fama

Por

Sherlock Holmes lo hace cualquiera

Arturo Pérez-Reverte consigue en 'El problema final' un magistral divertimento clásico

Foto: Arturo Pérez-Reverte en la londinense Baker Street, la calle de Sherlock Holmes. JEOSM
Arturo Pérez-Reverte en la londinense Baker Street, la calle de Sherlock Holmes. JEOSM

Debe de ser cada año que a uno le llega una novela nueva de Arturo Pérez-Reverte. Esto vuelve sensato odiar a Pérez-Reverte, porque así no tienes que leer una obra suya cada curso. Algunas tienen quinientas páginas. La amistad dispensa servidumbres que la enemistad ignora, y ser amigo de un escritor prolífico obliga a leerlo más horas de las que lo tratas, para salir del brete la próxima vez que lo veas. "¿Leíste mi libro?" Ahí tiemblan muchos, mienten muchos, sucumben numerosas relaciones. No leerme es no quererme, piensa el autor. A un amigo que escribe y publica mucho hay que leerlo, sí; o, en su defecto, quedar poco con él.

Yo a Pérez-Reverte lo leo a veces, ahora que nos llevamos y, por supuesto, no lo leo si no quiero, porque yo soy, antes que amigo, mala persona. Cuando entró en casa El problema final lo traté como a cualquier otro libro: sin la más mínima piedad.

placeholder Portada de 'El problema final', la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte.
Portada de 'El problema final', la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte.

Esto quiere decir que lo dejas sobre una mesa, para que sufra. Unos días. Luego, realmente porque mi vida es muy aburrida, lo abro y leo la primera página y quizá la segunda y sigo o no. Me da igual quién sea el autor. No voy a leerlo con calculada caridad.

La primera frase de El problema final dice: "En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero". Pueden tener la completa seguridad de que un libro que empieza así es muy bueno. Lo que se conoce como incipit dice muchas cosas sobre las intenciones, capacidades y referencias de su autor. La novela negra (la mala y la buena) suele empezar con un muerto, con sangre, incluso con imágenes cadavéricas grotescas. Principiar con cosas pequeñas y apenas anecdóticas transparenta un enorme convencimiento en la historia que vas a contar, y además no asustas al lector como si fueras una bruja de Halloween revenida.

Esta primera frase de Reverte nos pone en el tiempo y el espacio del relato, y nos genera curiosidad por un personaje capaz de irse a la otra punta de Europa sólo para comprar un sombrero. En el fondo, queremos que ese sombrero le traiga problemas, como así sucederá en efecto.

placeholder El escritor Arturo Pérez-Reverte, con un sombrero panamá sobre las rodillas. (EFE/Fernando Alvarado)
El escritor Arturo Pérez-Reverte, con un sombrero panamá sobre las rodillas. (EFE/Fernando Alvarado)

Debido a un encuentro fortuito, nuestro hombre tocado de panamá clásico acaba en una isla, en un hotelito, en un crimen imposible y con tormenta. Empieza ahí esta nivola detectivesca, la puesta en abismo de las obras completas de Arthur Conan Doyle

La condición metaliteraria y estratifical del libro la posibilita un protagonista fantasmático. Soy consciente de lo enrevesado de la frase. El caso es que el protagonista es actor, algo decaído, y su papel más popular y recordado es el de Sherlock Holmes en varias adaptaciones a la gran pantalla. Por haber encarnado a Sherlock Holmes, la solución del delito le llama; los circunstantes le piden que sea, de hecho, lo que sólo fue ficcionalmente, y él, ebrio de celuloide triunfal, acepta y se pone a investigar como si tuviera la menor puta idea de lo que hace. Esta suerte de suplantación psicótica se me antojó brillante.

Le sigue, en fin, un caso práctico de investigación, pistas, testimonios, más pistas, más testimonios falsos, culpables posibles y resolución in extremis. Todo el periplo averiguativo está salpicado de citas de las novelas de Sherlock Holmes y de la delirante necesidad de que un crimen real (para los personajes) siga la lógica de los crímenes de ficción de Conan Doyle y de otros autores que han leído varios personajes (Agatha Christie, etcétera). A la manera de Scream (Wes Craven, 1996), Sherlock Holmes y Watson (que se hacen llamar así o se burlan llamándose así el uno al otro) anticipan lo que va a suceder precisamente porque se creen dentro de una narración de género (el terror, en Scream; la novela-enigma en El problema final), lo que da a la novela finalmente su condición posmoderna. "Si yo estuviera escribiendo esta novela", leemos, "su amigo el productor italiano sería el próximo asesinado". Y también: "Es casi imposible que el lector descubra al culpable antes que el detective".

La novela, en fin, es excelente. Una prosa impecable, unos toques de humor, cultura y humanidad precisos y subrayables

Este lector no consiguió, en efecto, descubrir al culpable antes que el detective, jueguecito delicioso que tiene en el capítulo 8 de El problema final su clímax: de pronto, crees que lo sabías desde el principio, pero no es así.

La novela, en fin, es excelente, te pongas como te pongas. Una prosa impecable, una trama mecanizada hasta lo germánico, unos toques de humor, cultura y humanidad precisos y subrayables. No en vano, el autor en alguna entrevista ha condenado la grosera impericia de los escritores jóvenes, que básicamente escriben un trozo de su vida cada día y, cuando han escrito setenta y siete u ochenta y cinco trozos, ya tienen "novela". Todas estas novelas podrían titularse Mis cositas, y pueden leerse, sus cositas/trocitos, en cualquier orden, saltándose algunos o, más juiciosamente, saltándoselos todos.

Novela cerebral en tiempos de cinismo

Reverte sale campante de El problema final, pues era todo un riesgo proponer novelas neutras, limpias y cerebrales en estos tiempos donde el cinismo las desaconseja. Es como ponerse a hacer una película a lo Buster Keaton cuando hasta los niños están acostumbrados a dragones, sexo explícito y brazos amputados. Lo que más me ha gustado de este libro que me ha gustado mucho es que presenta una masculinidad distinta a la que vemos en Línea de fuego o la serie de Falcó. Tiene menos testosterona, pero también menos autoconciencia. Por primera vez, no sale el típico personaje femenino valeroso y heroico que, diría uno, acaba siendo un poco previsible en las novelas de Reverte, por eso de que no le frían las feministas (que, en realidad, le fríen y refriegan igualmente).

Aquí lo que hay es el placer inmenso de leer una novela impecable.

Debe de ser cada año que a uno le llega una novela nueva de Arturo Pérez-Reverte. Esto vuelve sensato odiar a Pérez-Reverte, porque así no tienes que leer una obra suya cada curso. Algunas tienen quinientas páginas. La amistad dispensa servidumbres que la enemistad ignora, y ser amigo de un escritor prolífico obliga a leerlo más horas de las que lo tratas, para salir del brete la próxima vez que lo veas. "¿Leíste mi libro?" Ahí tiemblan muchos, mienten muchos, sucumben numerosas relaciones. No leerme es no quererme, piensa el autor. A un amigo que escribe y publica mucho hay que leerlo, sí; o, en su defecto, quedar poco con él.

Libros Literatura Arturo Pérez Reverte
El redactor recomienda