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El sacrificio ritual de Carlos Vermut
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Alberto Olmos

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El sacrificio ritual de Carlos Vermut

La industria audiovisual necesitaba una catarsis, pero una que no removiera sus pilares fundamentales

Foto: Carlos Vermut, durante la presentación en 2022 en el Festival de Sitges de 'Mantícora'. EFE / Alejandro García
Carlos Vermut, durante la presentación en 2022 en el Festival de Sitges de 'Mantícora'. EFE / Alejandro García
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Por lo menos desde mediados del año pasado, corría por los mentideros culturales el rumor de que el diario El País preparaba una serie de informaciones sobre agresiones sexuales en el entorno del audiovisual español. Fue a comienzos del verano de 2023 cuando este rumor llegó a mis oídos. Se aderezaba la revelación con cuatro o cinco nombres, todos de profesionales varones y con un peso mayor o menor dentro del cine nacional. Uno de esos nombres era el de Carlos Vermut.

La publicación del escabroso titular (a la manera del caso Weinstein desvelado por The New York Times y The New Yorker en 2017) parecía inminente, y las gentes del cine estaban en vilo. Sin embargo, acabó el año y nada se supo.

Ha sido ahora, finalizando enero y el mismo día en que se entregaban los premios Feroz a películas y series de televisión, cuando ha visto la luz una parte de lo que supuestamente iba a aparecer en julio del año pasado. Como es obvio, una información de esta gravedad no se puede publicar a la ligera, sin seguridad jurídica para el medio, consultas al principal acusado, consolidación de los términos y afirmaciones empleados y una evaluación de las propias responsabilidades como periodistas. Básicamente, ya sólo el titular supone la aniquilación de la carrera como director de Carlos Vermut, y su linchamiento inmediato en redes sociales y demás espacios públicos.

'Blood sacrifice'

En el capítulo 9 de la segunda temporada de Succession (HBO), Logan, el patriarca, reconoce estar contra las cuerdas. Su emporio vive asediado por la competencia, la prensa y los casos de abusos sexuales ocurridos en su línea de cruceros. "Estamos tocados", reconoce Logan. Y concluye: "Es la hora de un sacrificio de sangre" (según la traducción ofrecida).

Blood sacrifice, en realidad, no se refiere a la sangre inevitable en un sacrificio, sino a la condición de "familiar" del sacrificado. Lo que Logan dice es que hay que prescindir de "uno de los nuestros" para poder seguir adelante.

La concentración de todas las tropelías masculinas en el director de Mantícora se debe a que es uno de los eslabones más débiles

Carlos Vermut es el elegido para el sacrificio ritual en aras de que la tantas veces llamada "gran familia del cine español" pueda seguir adelante. Era raro que, si en Hollywood se señalaron decenas de casos de abuso sexual, en España no hubiera aparecido ninguno. Y era un tanto frívolo traer el #MeToo a España y que no tuviera la menor consecuencia. Sin embargo, el hecho de que Carlos Vermut haya sido el señalado nos habla de cierta prudencia estructural en la purga realizada. Sin Carlos Vermut, el cine español no pierde prácticamente nada, salvo las películas y guiones del propio Vermut. Como seguramente ha pensado ya él mismo, la concentración de todos los abusos posibles y de todas las tropelías masculinas conocidas o por conocer dentro de la industria audiovisual española en la figura del director de Mantícora, se debe a que su director es uno de los eslabones más débiles de la cadena, prácticamente un outsider. Vermut no es un gran productor, sus películas no "salvan" el cine español con recaudaciones impresionantes, su nombre no está en primera línea de la representación de nuestro cine en el extranjero y su prestigio internacional aún no había cuajado. O sea, era perfecto para el sacrificio.

Reacciones

Como estaba planeado, gracias a la gala de los premios Feroz la prensa pudo recoger innumerables reacciones de distintos miembros de la industria cinematográfica sobre la noticia del día, que sobrevoló toda la entrega de premios y sirvió para medir moralmente a todos los presentes. Si decían algo, se estimaba lo que decían; si no decían nada, se criticaba que no dijeran nada. Lo mismo ocurría en Twitter, ya no sólo con actrices y directoras y actores y directores, sino con cualquiera que tuviera cierta visibilidad en los medios de comunicación o en el mundo de la cultura.

Lógicamente, los más rápidos en reaccionar fueron los prelados de la Nueva Moral, prácticamente regocijados por la ocasión de darse aires y celebrar su propia santidad exclusiva. Estas reacciones instantáneas no tomaban en consideración el calvario que estaría viviendo Carlos Vermut (un ser humano, a fin de cuentas), pero tampoco el sufrimiento de las presuntas víctimas. Algunas adhesiones eran sinceras y sentidas, otras, como digo, totalmente interesadas; y otras más, obligadas y preventivas. Habría que ver cuáles habrían sido las reacciones de determinados actores y actrices si el señalado por El País hubiera sido -es sólo un ejemplo- un Pedro Almodóvar.

Personalmente, creo que es muy feo, muy desagradable sumarse a un linchamiento, incluso si el linchado es la peor persona que ha pisado nunca la faz de la Tierra.

A continuación, después de la primera cosecha de reacciones, vino la consabida exigencia de reacciones. Esto siempre es curioso de ver: no sólo te permites decir algo tajante y heroico a los cinco minutos de conocer una información de extrema gravedad, sino que te permites también exigir masivamente a los demás que digan algo. En esta línea iba un tuit de la comisaria (cultural) Lucía Lijtmaer: "Venga, compañeros hombres de la cultura. Periodistas, artistas, escritores, críticos, productores, directores. No cuesta tanto hablar del tema del día, del mes, del año." Impresiona ver a alguien disfrutar tanto con la desgracia ajena.

placeholder Isabel Coixet, en la alfombra roja de los Premios Feroz 2024. A. Pérez Meca / Europa Press
Isabel Coixet, en la alfombra roja de los Premios Feroz 2024. A. Pérez Meca / Europa Press

A la gente con un poco de sensibilidad, obviamente le cuesta hablar de abusos sexuales de los que acaba de tener noticia y conocimiento. O, en las muy razonables palabras de Isabel Coixet: "Tenemos que tener más información, y calma, y no opinar, hala, venga… Yo qué sé. Ojalá supiera más cosas, ojalá tuviera más contexto, ojalá mi opinión viniera de un sitio más formado".

Otros tuiteros iban todavía más allá que la comisaria. Afirmaban que, si uno no decía nada, era por miedo a "ser el siguiente". Es al revés. Lo cierto es que aquellos que tuvieran miedo de ser los siguientes, si algo iban a hacer era solidarizarse cuanto antes con las víctimas y sumarse al linchamiento, en primera fila y de la forma más visible que pudieran. Es una estrategia que hemos visto muchas veces.

Confirmando mi tesis de que Vermut era el sacrificado ideal, cientos de tuits se preguntaron: "¿Quién es Carlos Vermut?" Mucha gente no sabía de la existencia de este director. Sin embargo, enseguida sentenciaban: "¿Por qué le dejan hacer cine?". En nuestro tiempo, ser buena persona (o, lo que es lo mismo, que no conste que has hecho algo malo en toda tu vida) se considera la condición preliminar para la producción de obras culturales.

Foto: El actor José Coronado, en la gala de entrega de los Premios Feroz (EFE/Mariscal)

Se recuperó esta declaración de Eduardo Casanova: "La única película que he visto este año es la de mi amigo Carlos Vermut, Mantícora, que creo que es la mejor película de este año y que espero que se lleve todos los premios". José Coronado la lió un poco con la delirante frase: "Yo lo que pienso es que hay que denunciar, lo que no vale es denunciar al año ni a los dos años".

Por eso, porque hablar por hablar es peligroso u oportunista o irrespetuoso, el mejor consejo fue el de Isabel Coixet: "Calma".

El juicio

Casos como el de Vermut quizá sirvan para una evolución y mejora que debemos expresar rotundamente: no puede ser que a una mujer víctima de agresión sexual le resulte más llevadero una denuncia en prensa que una denuncia en comisaría. No es difícil imaginar que para Ana, Lucía, Teresa (nombres supuestos), ir a comisaría, o a un juzgado, interponer la denuncia, relatar frente a policías no siempre empáticos los detalles del caso (véase las espeluznantes escenas en este sentido de la película El acusado, de Yvan Attal, 2021), costearse un abogado, esperar la sentencia, lidiar con las trapacerías del abogado defensor (tu vida privada, tus otros amores, etcétera); no es difícil imaginar que todo eso, digo, se haga muy cuesta arriba frente a la satisfacción, más inmediata y tranquila, de ver a tu agresor expuesto en un titular de El País.

Por ello, la Justicia debería esforzarse por ser más receptiva en estos casos, más acogedora, pues su sentencia es inconcusa y precisa, mientras que el linchamiento mediático está siempre descontrolado y no conoce límites ni final. Es una reparación por la barbarie (la revancha), y no una reparación garantista (el castigo).

Por lo menos desde mediados del año pasado, corría por los mentideros culturales el rumor de que el diario El País preparaba una serie de informaciones sobre agresiones sexuales en el entorno del audiovisual español. Fue a comienzos del verano de 2023 cuando este rumor llegó a mis oídos. Se aderezaba la revelación con cuatro o cinco nombres, todos de profesionales varones y con un peso mayor o menor dentro del cine nacional. Uno de esos nombres era el de Carlos Vermut.

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