Mala Fama
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Comerse los unos a los otros: metáfora del cine español
Los Javis trabajan lo mínimo junto a Ana Belén en una gala más movida en los días previos (rumores sobre agresores sexuales, tractores, policías...) que en sus más de tres horas insufribles
Lo tenía todo esta gala de los premios Goya para acabar como La sociedad de la nieve: comiéndose los unos a los otros. Las actrices devorarían a los directores, los actores a los agricultores, los agricultores a los policías, los políticos del gobierno central a los políticos del gobierno autonómico. Y José Coronado, un par de Sumiales.
Durante toda la semana, corrieron por los grupos de WhatsApp nombres de ajusticiados inmediatos, sentencias firmes contra directores o actores que el periódico que fusila por las mañanas iba a sacar justo el viernes, para disciplinar al país con un aquelarre moral de alfombra roja y vestidos de Valentino. Al final hubo paz y silencio, joyas de Bulgari, pero el susto no se lo quitaba ya nadie a los hombres del cine español, que acudieron a Valladolid muy domados y con la intención de recogerse pronto.
Luego estaban los tractores, que iban a sitiar el parque ferial vallisoletano e impedir el normal desarrollo de la gala. Esto hizo que se desplegaran 1300 policías para que a nadie se le arrugara el vestido.
Unai Sordo (CC.OO) tuvo una idea cojonuda: hacer una mani justo el día de la gala en la plaza de Valladolid "contra los gobiernos reaccionarios". Antes había llamado "empresarios del campo" a cualquiera que tuviera un tractor, dando a entender que el campesino no es alguien con familia a la que dar comer.
Los Javis empezaron en pijama, trabajaron lo mínimo, creo que tres minutos cada hora, y lo hicieron muy bien, lo poco que hicieron
Por si fuera poco, el narco gaditano mató a dos guardias civiles, arrollándolos con una lancha, y algunos en las redes se acordaban de la película El niño (Daniel Monzón, 2014), señalando que el cine español idealizaba al delincuente y estigmatizaba al policía. Se echaban cuentas de cuántos policías se destinaban a que no se arrugaran los vestidos de Valentino y no se distrajeran las joyas de Bulgari, y cuántos a combatir el narcotráfico, y las sumas salían curiosas.
Añadan que estábamos en Valladolid, alcaldía del PP gracias a Vox, y en Castilla y León, gobierno de PP coaligado con Vox, y que el vicepresidente castellano es de Vox, señor García-Gallardo, que dijo: “Los del cine español son unos señoritos”.
Bienvenidos a Valladolid.
La gala
Para dar cabida a la gran fiesta del cine español en la Feria de Valladolid, dos eventos agrícolas tuvieron que posponerse. Se trata de Agrovid (viticultura) y SIEB (Salón Ibérico para Equipamiento de Bodegas), que se celebrarán en marzo. Curiosamente, en tres horas y media de gala, ni una sola vez se nombró a nadie que trabaje la tierra. El cine español estaba a lo importante: ellos mismos.
Empezó el show un minuto antes de las 22 horas, cuando Pedro Sánchez, que pasaba por allí, tuvo dos minutos para lucirse y venderse. Estaba pidiendo a gritos, no una reelección o una mayoría en el congreso, sino un Goya honorífico, a mejor actor amateur.
Los Javis empezaron en pijama, que es como empezar desarrollando toda su filosofía. Trabajaron lo mínimo, creo que tres minutos cada hora; o sea, unos diez minutos en total durante la gala entera. Y lo hicieron muy bien, lo poco que hicieron.
Ana Belén al menos cantó, a sus 72 años, porque Ana Belén es de la vieja escuela (como José Sacristán, que saldría luego), y para ellos ser actor es un trabajo, no un vicio.
El primer número musical corrió a cargo de Amaia y David Bisbal, salidos ambos de Operación Triunfo. Es curioso que durante toda la gala se reivindicara el cine español (frente al americano), y se dijera que el cortometraje también es cine y que la animación también es cine, y luego, cuando les toca decirnos qué es la música, nos digan que la música es Operación Triunfo.
La gala era en Valladolid como podía haber sido en casa de Pedro Almodóvar: no se notaba nada. Quizá decidieron hacer el evento en la capital castellana para que nadie se moleste nunca en ir allí. Cuando fue en Sevilla, el año pasado, se promocionó la ciudad con un largo publirreportaje, y se vieron actuaciones musicales casi íntegramente andaluzas. En esta 38ª edición, no había nada ni remotamente vallisoletano, ni tan siquiera castellano. Castilla sólo estaba a los pies del cine español, produciendo cereal e impuestos.
Después de un breve monólogo sobre "abusos y violencia sexual" en el cine, se entregó el primer goya, que fue a parar a José Coronado como mejor actor de reparto. Las gentes del cine aplaudieron a rabiar el monólogo contra los abusos sexuales y aplaudieron a rabiar al actor que dijo: "Lo que no vale es denunciar al año o a los dos años". Coronado también ha declarado: "Soy infiel por naturaleza". Fue un contrapunto curioso, transitar de la denuncia que, de momento, sólo ha afectado a un director casi desconocido, a premiar a un reputado macho alfa.
Siguió una precipitación de goyas para J.A. Bayona, como diez premios seguidos, lo cual ayudaba mucho a preguntarse: ¿Dónde están los Javis? ¿Para qué les pagan?
No hubo reivindicaciones políticas, salvo Alba Flores con tres palabras (“Paz para Palestina”) y lo más político que se vio fue la adoración continuada a Pedro Almodóvar. Los Goya siempre van de Pedro Almodóvar, si asiste. Si no asiste, no van de nada.
Goyas negros
A las 12 volvieron a salir los Javis, diciendo que estaban cansados. Entre medias había cantado Estopa, de Valladolid de toda la vida, y había salido José Sacristán (Magical Girl, Carlos Vermut, 2014). Varias chicas Almodóvar, ya abuelas Almodóvar, reprodujeron un diálogo donde se decía mucho "pollas", en términos felatrices. Esto se supone que quedaba gracioso en una gala contra los abusos de los hombres sobre las mujeres en el cine español.
Todo era tan aburrido que uno tenía tiempo de fijarse en los detalles: los "goya" eran negros, mientras que los del año pasado eran marrones, debido a su condición de producto reciclado. Parece que este año los Goya han preferido la elegancia al medioambiente.
Volvieron las reivindicaciones feministas, de las mujeres como productoras de cine y como tema sobre el que hacer cine y como víctimas de los hombres del cine. Nadie se acordó de Mónica Cervera, nominada al goya a mejor actriz revelación hace justo 20 años, y que ahora duerme en un banco en la calle, en Marbella.
Salió, eso sí, Gael García Bernal para acordarse de la “emergencia climática”. “Hay que aprovechar cada coyuntura para hablar del tema”, dijo, dado que apenas oímos hablar de esto.
Fueron cayendo más premios, y curiosamente este año casi nadie se acordaba de su madre. En 2023 se acabaron las madres, y en 2024 tocaba acordarse, si ganabas el Goya, de los que habían perdido. Seguramente tendrías que volver con ellos a Madrid en el mismo coche.
¿Dónde estaban los Javis? Esa seguía siendo la pregunta. Era ya tarde en la madrugada, en una gala totalmente insoportable, y si se había hecho tarde y la noche prometía, los Javis ya se habrían quitado el pijama.
Lo tenía todo esta gala de los premios Goya para acabar como La sociedad de la nieve: comiéndose los unos a los otros. Las actrices devorarían a los directores, los actores a los agricultores, los agricultores a los policías, los políticos del gobierno central a los políticos del gobierno autonómico. Y José Coronado, un par de Sumiales.
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