Es noticia
No te imagino yendo a morir por Ucrania, amigo
  1. Cultura
  2. Mala Fama
Alberto Olmos

Mala Fama

Por

No te imagino yendo a morir por Ucrania, amigo

Sorprende la naturalidad con la que tanta gente asume el rearme masivo de Europa y la continuidad de una guerra

Foto: Un niño se columpia junto a unos edificios en Kiev. (Getty Images/Pierre Crom)
Un niño se columpia junto a unos edificios en Kiev. (Getty Images/Pierre Crom)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Los que somos lentos y libres necesitamos que nos expliquen las cosas más despacio. La paz, por ejemplo. La paz era pura e intocable, evidente por sí misma desde la escuela hasta el Congreso, palabra de pancarta y canciones con violines. Decías paz y tenías razón (hasta sonaban violines), porque si no era paz, era guerra, la atrocidad. “No a la guerra” corría por las calles en España no hace tanto, y daba para pegatinas y chapitas, muy propagadas e imperdibles. Ahora nadie dice “no a la guerra”, incluso está mal visto y es como de debiluchos. Decir “No a la guerra” traiciona a Europa.

Así que el europeo no ha exclamado “no a la guerra” y está en un limbo bélico, en tierra de nadie moral. Le han dicho que hay una alternativa cuántica y esquinada al pacifismo, pero no le han dicho que se llame “sí a la guerra”, no le han dicho cómo se llama. Todo es un juego de máscaras con el lenguaje.

Leo dos veces lo que dicen los periódicos, porque la primera vez no sé qué dicen. Dicen por ejemplo, citando mandatarios, que Europa quiere una “paz duradera”; se habla de enviar a Ucrania “fuerzas de paz”. Se editorializa sobre las satisfactorias reuniones de nuestros líderes, que acuerdan cosas como esta: “La configuración de una dinámica de trabajo de geometría variable que será indispensable para garantizar la seguridad de Europa más allá de la impredecible actitud de Estados Unidos”. Bueno.

Cuando leo estas palabras por segunda vez, las voy traduciendo, con cuidado, con mimo, con escalofrío. “Paz duradera” significa que la guerra continúe; “fuerzas de paz”, ejércitos desplegados; y “dinámica de trabajo de geometría variable”, una compra colosal de armamento. Creo que “sí a la guerra” resume bastante bien la opción geoestratégica de la Unión Europea. Es totalmente legítima, pero en ningún sitio lo encuentro expresado de esta forma.

Foto: El presidente de EEUU, Volodímir Zelenski, en Arabia Saudí. (Europa Press)

Nadie dice, en ningún periódico o declaración pública: “Consideramos tristemente necesario prolongar la guerra en Ucrania, incluso, llegado el caso, intervenir”. Sólo se habla de paz. Es muy orwelliano. No sé cuántos tipos de paz habrá.

Ahora que la Inteligencia Artificial te da resúmenes y panorámicas muy bien compuestas sobre cualquier asunto, le pido a Grok (disponible en X) un resumen de la propuesta de Trump para Ucrania y un resumen de la propuesta europea. La propuesta de Trump parece más siniestra que la de Europa, en la redacción de Grok. Nuevamente, en la propuesta europea nunca se explicita “continuar la guerra”.

Nadie dice, en ningún periódico o declaración pública: "Consideramos tristemente necesario prolongar la guerra en Ucrania"

Entonces le pregunto a Grok con mala uva: “Por resumir, ¿Trump quiere la paz y la Unión Europea, la guerra?”. “Eso es una simplificación”, contesta Grok. Para luego añadir: “Trump propone una paz rápida negociada con Rusia, cediendo territorios [a Rusia] y beneficios económicos a EE. UU., mientras que la UE busca una paz duradera apoyando a Ucrania sin imponer concesiones, lo que puede prolongar el conflicto.”

Yo a “prolongar el conflicto” lo llamaría “sí a la guerra”. “I choose violence”, dijo Cersei Lannister en Juego de Tronos.

Si me siguen estos días en la marginalidad de mis reflexiones, habrán intuido el desconcierto que me posee al comprobar que alguien civilizado (la UE) apoya una guerra mientras mate a otros; mi extrañeza por tener que descifrar este apoyo con lecturas sucesivas de las mismas frases; y mi pasmo ante una Europa súbitamente más patriótica consigo misma que la España de los Tercios. Básicamente, veo un gran esfuerzo por no estropear el desayuno a los ciudadanos europeos llamando a las cosas por su nombre, y por destilar en sus conciencias un concepto de paz químicamente indistinguible de la guerra, pero más fácil de sobrellevar. No estamos en guerra, ni lo estaremos; estamos en paz. Con guerra.

No estamos en guerra, ni lo estaremos; estamos en paz. Con guerra

Nada queda de la aversión a los ejércitos, de las quejas noventeras sobre la parte del presupuesto que se les destina; nada queda de la paloma de Picasso, pintada también este año en los colegios por el Día de la Paz. Gandhi y Lennon ya no nos sirven. Se dice que vamos a gastar más en armamento y la gente calla, aprueba, incluso aplaude. Se dice que tal vez mandemos tropas a Ucrania y el respetable se lo toma más o menos como mandar a Rosa de España a Eurovisión.

Ante este escenario fatal, hay burlas sobre aquellos que preguntan si vamos a enviar a nuestros propios hijos al frente. “Hombre, no irán nuestros hijos”, se ríen, “irán los soldados”. Uno se plantea entonces si los soldados no tienen madre, pareja, familia, y si acaso se metieron en la milicia en este siglo XXI para morir en una trinchera. Yo creo que ningún soldado del ejército español de hoy pensó que iba a pegarle un tiro a un ser humano nunca. No veo, perdónenme, al soldado nacido en Alicante, Huelva o Palencia, o a la recluta de Toledo, yendo tan contentos al frente ruso, como si ese fuera su trabajo. El trabajo del ejército hace décadas que dejó de ser morir por centenares.

Sin embargo, todo el mundo habla de mover batallones y desplegar contingentes con espeluznante naturalidad, en plan juego de Risk por la tarde en casa con amigos. La gente se siente napoleónica, muy frívola. “En caso de intervención en Ucrania, Europa necesitará manos. Muchas manos. Igual ya no vemos con tan malos ojos la llegada de inmigrantes”, escribe Jordi Évole.

¿Se os ha ido completamente la cabeza?

Los que somos lentos y libres necesitamos que nos expliquen las cosas más despacio. La paz, por ejemplo. La paz era pura e intocable, evidente por sí misma desde la escuela hasta el Congreso, palabra de pancarta y canciones con violines. Decías paz y tenías razón (hasta sonaban violines), porque si no era paz, era guerra, la atrocidad. “No a la guerra” corría por las calles en España no hace tanto, y daba para pegatinas y chapitas, muy propagadas e imperdibles. Ahora nadie dice “no a la guerra”, incluso está mal visto y es como de debiluchos. Decir “No a la guerra” traiciona a Europa.

Historia
El redactor recomienda