En mares salvajes. Un viaje al Ártico

En mares salvajes. Un viaje al Ártico. Javier Reverte / 448 páginas / 22, 00 euros. Comprar libro.

La atracción por los viajes de los exploradores que intentaron descubrir el paso del Noroeste, para navegar de Europa a Asia, atravesando el Ártico y así ahorrar 4.200 kilómetros respecto a la ruta que atraviesa el Canal de Panamá, empujó a Javier Reverte, tras su publicación sobre Canadá, a subirse a un barco ruso que seguía los pasos de estos intrépidos navegantes.

Esta ruta normalmente permanecía cerrada por el hielo, pero desde el verano de 2007, la subida de la temperatura ha provocado un deshielo que deja abierto el paso durante todo el verano, de manera que los barcos pueden navegar sin interrupción entre los dos océanos durante casi dos meses.

El autor entremezcla el relato de su propio viaje con el de los diferentes exploradores, que desde el siglo XVI trataron de conocer, dominar y cartografiar fielmente esta zona límite del mundo, proporcionando con su lectura un atractivo panorama del antes y del ahora de la navegación ártica.  Multitud de personajes son evocados en sus páginas, comenzando por   Martín Frobisher, el primer marino que intentó encontrar el Paso entre 1576 y 1578,   y que cuando llegó a la bahía que hoy lleva su nombre pensó que lo había encontrado, tomó como rehén a un inuit (esquimal) para demostrar que había alcanzado la meta propuesta y regreso a Inglaterra, donde fue recibido como  un héroe.

El libro está lleno de curiosas y divertidas anécdotas como la de John Davis, que cuando llegó al Ártico y vio a un grupo de animales sobre una de sus islas, creyeron que eran cabras y fueron a cazarlas, para darse cuenta, cuando se acercaban a la orilla de que eran “osos blancos de un tamaño monstruoso”, según describe  el propio Davis en su diario.

También hay historias de mala suerte como la de John Ross, que  fracasó en su intento de encontrar el Paso por culpa de un espejismo, haciendo dar la vuelta al barco por “ver” una cadena montañosa, donde sólo había mar.

Pero la historia más trágica es la de John Franklin, desaparecido en 1847 con toda la tripulación de sus dos barcos, y la de su fiel esposa Jane Griffin, que gastó buena parte de su patrimonio en enviar expediciones en busca de su marido. Tendría que esperar hasta 1854, cuando el explorador John Rae llevó a Londres las primeras pruebas de la suerte que corrió Franklin, relatando terribles historias sobre posible canibalismo entre los miembros de la expedición.  

Por fin, fue el noruego Roald Amundsen el que consiguió por primera vez, entre 1903 y 1906, navegar completo el Paso del Noroeste, gracias sobre todo a que siguió los imprescindibles consejos de los inuit de vestirse con pieles de animales, llevar trineos con perros y comer hígado crudo para evitar el escorbuto. Consejos que hasta ese momento no había seguido nadie, los exploradores continuaban vistiendo sus uniformes de marinos, consumiendo comida enlatada y careciendo del transporte adecuado para desplazarse sobre el hielo.

En lo que respecta a la actualidad, Reverte denuncia  que “el Ártico camina hacia la desolación”, ya que si el Paso continua abierto, no solo los grandes petroleros seguirán esta ruta, con el riesgo de vertidos que ello conlleva, sino que al existir en esta zona enormes reservas de hidrocarburos y minerales, los países limítrofes entrarán en una carrera por lograr el mayor territorio posible, con el establecimiento de bases militares y la explotación indiscriminada de sus recursos. En palabras del autor “en las islas desiertas batidas por los vientos polares encontraremos pronto tiendas libres de impuestos”.

Creo que es un buen momento, dada la dureza y desesperanza de la actualidad, para zambullirse, a través de esta entretenida obra publicada en la primavera pasada, en las gestas y los fracasos de un puñado de hombres poseídos de tal pasión que no dudaron en enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza. Me ha recordado las lecturas de mi más temprana juventud, entre las cuales las asombrosas expediciones marítimas y terrestres, muchas veces concluidas trágicamente,  constituyeron una parte preferida de ellas.