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Desafinado y despreciando los toros. La transgresión previsible de El Niño de Elche
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Desafinado y despreciando los toros. La transgresión previsible de El Niño de Elche

En sus entrevistas, este artista mimado hasta la náusea por la prensa 'cool' se ha hartado de describir el flamenco como un género dogmático, homófobo y reaccionario

Foto: El Niño de Elche. (EFE)
El Niño de Elche. (EFE)

Francisco Contreras Molina (1985) es El Niño de Elche. Hablamos del cantaor flamenco favorito de los hípsteres, leáse 'modernos', que comenzó su carrera deslumbrando en concursos infantiles de cante clásico y ha terminado renegando del género cada vez que le ponen un micrófono cerca de la barbilla. En noviembre de 2016, cerró en la sala madrileña Joy Eslava su gira ‘Voces del extremo’, dando sobradas muestras de su desprecio al arte jondo. En el primer palco, al lado de donde yo estaba situado, un señor le interpeló en los bises: “Francisco, todo esto está muy bien, pero hazte una bulería, por favor”.

Su respuesta no pudo ser más clara: “Las bulerías las dejo para David Bisbal”. En sus entrevistas, este artista mimado hasta la náusea por la prensa 'cool' se ha hartado de describir el flamenco como un género dogmático, homófobo y reaccionario. A pesar de los desprecios, fue invitado este año a actuar en la Bienal de Sevilla, uno de los ciclos emblemáticos de este arte, celebrado en el Teatro Lope de Vega. Las crónicas del concierto no pueden ser más unánimes ni demoledoras. Ríanse ustedes de las protestas frente al ‘Omega’ de Enrique Morente y del rechazo a la etapa rockera de Camarón.

Mitin en gayumbos

Vamos con el 'zapping'. Desde las páginas de 'El Mundo', Manuel Martín Martín explicaba lo ocurrido: “Salió al escenario y empezó la ceremonia circense. Se desnudó hasta quedarse en gayumbos. Se vistió con traje hecho a medida para cuando fuese mayor, y cuando se disponía a empezar la mamarrachada, ya demostró que no sabe ni sentarse en la silla”. Martín no solo criticó la 'performance' sino también el cante, en esta larga frase demoledora, digna de ingresar en la historia de la crítica: “Irrespetuoso con las creencias religiosas —la católica, claro, la musulmana ni tocarla—; menospreciando a Dios, manifestando su odio a Antonio Burgos, su traición al cante, con el coño en la boca y hablando tan ‘fisno’ como un zafio que entre berridos y graznidos entremetía charlas sin sentido ni idea de lo que hablaba, este patán sonoro babeó en la farruca, indujo a lo irracional en la seguiriya del Nitri, hizo del Mellizo una voz pagana, de la saeta del Mochuelo la de la Lechuza, emuló a la cabra en la mariana, dio un mitin como antitaurino con [el bailaor] Israel Galván travestido de Eduarda de los Reyes, le tomó el pelo hasta a sus mariachis con dos canciones de diván de psiquiatra e incluso osó golpear el escenario con el pie de micrófono hasta que lo vio rodando por el suelo”. En el título de la crónica, Martín califica la actuación como “canticidio”. Incluimos un enlace donde pueden observar 10 minutos de concierto con calidad razonable y juzgar ustedes mismos.

“Desafinaba estrepitosamente”

Por su parte, el critico del diario 'ABC', Alberto García Reyes, calificaba de “tongo” lo ocurrido en escena, añadiendo que el artista levantino “no es un transgresor, sino un impostor”. Así lo justifica: “La transgresión es vital en el arte cuando busca generar dudas o remover conciencias. Cuando solo pretende molestar es una vulgaridad”, escribía. Su valoración se iba calentando hasta llegar a una conclusión inequívoca: hay que expulsar a este artista del circuito, aunque sea por el terreno que hurta a los demás. “Mientras este personaje estaba ultrajando la historia del festival, vistiéndose ante el público y quedándose en calzoncillos, Rancapino, Pansequito, José Mercé y El Pele estaban en su casa. Fuera de la programación. Mientras el de Elche desafinaba estrepitosamente en la farruca o en el engendro de seguiriya que hizo, Aurora Vargas, la Cañeta o la Macanita estaban en el olvido. Y eso es dramático. Lo digo litúrgicamente, con el ‘Prefacio de la malagueña del Mellizo’: en verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, echar a este orate del flamenco. No por lo que canta, que es lo de menos, sino por cómo lo canta”.

La postura de García Reyes puede sonar intolerante, pero es cierto que este artista posmoderno va sobrado de ofertas para tocar en sitios ‘cool’ y cada vez que le llaman para un festival clásico está quitando oportunidades a otros nombres consagrados. Además, el cantaor favorito de Malasaña y el Sónar hace bandera de defender las visiones artísticas extremas, así que sonaría hipócrita quejarse de las opiniones contundentes de los demás.

Material inteligente, pero sin corazón

Pensarán ustedes que los críticos de flamenco son gente propensa a escandalizarse, pero más que acusar un 'shock' se quejaban de una intensa ‘bajona’. Queda claro en el texto de Juan Vergillos para el 'Diario de Sevilla'. Para titularlo, escogió la expresión cotidiana “!Qué pereza!”. La reflexión que ofrecía el experto resulta útil para situarnos: “Es una de las discusiones más aburridas de la historia. La dialéctica o el antagonismo entre los ortodoxos y los heterodoxos es una discusión, a estas alturas del siglo XXI, más bien graciosa. Es un chiste. Sobre todo si tenemos en cuenta que en muchos ámbitos, entre ellos en la mayoría de las artes escénicas actuales y en las plásticas en general, es precisamente la estética supuestamente heterodoxa la dominante”.

No se puede tener más razón: vivimos en un mundo donde sobran artistas 'rompedores', 'irreverentes' e 'iconoclastas'. Lo que faltan son voces capaces de asimilar la tradición y de cantar bien, con su impronta personal. Cualquiera puede saltarse las reglas de un partido de fútbol, pero muy pocos son capaces de seguirlas y brillar como Messi. La valoración de Vergillos sobre el disco que se presentaba, ‘Antología del cante heterodoxo’ (2018), también merece reproducirse: “Es una obra fría, seca, cerebral. Con mucha cabeza, algo de músculo hueco y poco corazón. Es una obra juvenil solo apta para los inteligentes. Y que solo a ellos interesa. La única emoción que apareció por la escena es la rabia contra todo lo que parezca una forma de autoridad, aunque la ejerza un señor encima de la tarima y con un micrófono en la mano. Anoche hubo tanto discurso como música y la música también fue un discurso. Dejemos pues a heterodoxos y ortodoxos con sus juegos y vayamos a otra cosa que provoque menos aburrimiento”, concluía.

Foto: El Niño de Elche.
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Pantomima 'empty'

La revista digital 'De Flamenco', punto de encuentro de los aficionados más devotos, comparaba el recital con un gag de los humoristas hípster Pantomima Full. Al final del concierto, el propio artista pronunció estas palabras: “Y para los que han venido a ver qué pasaba, pues ya ven, no ha pasado nada. Esto es una tontería como otra cualquiera”. Sara Arguijo, autora de la crónica, proponía tomarse esta despedida al pie de la letra. “Esto fue lo más acertado,que dijo el Niño de Elche. Lo es porque, más allá de lo que podamos ahora profundizar, el artista decepcionó tanto a aquellos que no soportan nada de lo que haga como a los que buscaban en su 'show' la provocación que él practica en sus redes. Perfilándose más como un personaje tópico y vacío de ‘Pantomima Full’ (¡no se pierdan los vídeos de estos humoristas en YouTube!), que como un Leo Bassi jondo. Vamos, que la modernidad, el rupturismo y la actitud visionaria que él mismo se atribuye —desde luego, egocentrismo no le falta— duran el tiempo que ustedes mantengan el folleto grapado que repartieron a la entrada entre sus manos. (…) Olvídense, por tanto, de encontrar sobre la escena el gurú que ha venido a liberarnos de las etiquetas y las dictaduras de lo jondo y a abrirnos un nuevo camino de verdadera experimentación y búsqueda. Porque, como decimos, en directo el Niño de Elche practica más una cansina retórica de charla TED y se revela como un predicador hedonista y pretencioso que carece de una cualidad fundamental para desatar el éxtasis: credibilidad”. En fin… Con este recorrido por las criticas de la noche, cualquiera debería hacerse una idea del tamaño del naufragio.

Francisco Contreras Molina (1985) es El Niño de Elche. Hablamos del cantaor flamenco favorito de los hípsteres, leáse 'modernos', que comenzó su carrera deslumbrando en concursos infantiles de cante clásico y ha terminado renegando del género cada vez que le ponen un micrófono cerca de la barbilla. En noviembre de 2016, cerró en la sala madrileña Joy Eslava su gira ‘Voces del extremo’, dando sobradas muestras de su desprecio al arte jondo. En el primer palco, al lado de donde yo estaba situado, un señor le interpeló en los bises: “Francisco, todo esto está muy bien, pero hazte una bulería, por favor”.

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