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Lugares comunes y refritos: cómo la crisis del periodismo acabó con la crítica cultural
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Joaquín Jesús Sánchez

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Lugares comunes y refritos: cómo la crisis del periodismo acabó con la crítica cultural

De cuando en cuando, por los azares de la vida social, me toca contarle a alguien que trabajo escribiendo artículos en medios culturales. "¿Y por eso

Foto: Un quiosco de Madrid.
Un quiosco de Madrid.

De cuando en cuando, por los azares de la vida social, me toca contarle a alguien que trabajo escribiendo artículos en medios culturales. "¿Y por eso te pagan?" Entonces yo sonrío y asiento. "Poco", les digo, para tranquilizarlos. Las frases hechas y las respuestas recurrentes siempre me resultan fascinantes. Son algo así como el folclore: la manifestación de una idea bien asentada, aunque muchas veces, torpemente dicha. ¡Qué asombro tan esclarecedor! Solemos, cuando se habla de "la crisis del periodismo" y otros desastres a los que se les ha puesto un nombre rimbombante, echarnos las manos a la cabeza suponiendo que nuestra desdicha particular es un síntoma de la desintegración de Occidente, del fracaso de la Modernidad o de la condenación de las almas.

Por supuesto, asumimos muy alegremente que, con nuestro fracaso, la sociedad sufre una pérdida irreparable. Pero mientras nos damos golpes de pecho, resulta que nuestros lectores ya han asumido que lo hacemos gratis, ¡por afición!

El colapso del modelo de negocio de la prensa, al llevarse los trastos a internet, ha menguado mucho las redacciones. Curiosamente, esto ocurre a la vez en que internet imprime al mundo una velocidad nueva, que exige que un suceso sea inmediatamente publicado, comentado, refutado y hecho meme. Así que, ¿cómo producir al ritmo que los internautas desean ser alimentados con redacciones raquíticas? Conviene recordar que el tráfico es como el maná del cielo, y si no lo desvías continuamente a tus dominios los ingresos por publicidad se desploman (la vista del usuario de internet es como la del Tiranosaurio: se basa en el movimiento). Pues bien, he aquí la solución: los colaboradores externos, que cobran por pieza.

En el ámbito de la crítica cultural, esto es de lo más cotidiano. Además, sin distinciones: desde el crítico de ópera que un periódico manda a la Scala hasta la gente que escribe esos artículos de 'Estuve leyendo a Bukowski borracho y esto es lo que pasó'. El sistema no tendría que ser desafortunado del todo si las retribuciones fuesen sensatas. Pero qué va. Alguien, para sobrevivir escribiendo en culturales, debe escribir a un ritmo tan desquiciado que no tendrá tiempo ni para leer, ni para ir al cine, ni para ir al teatro, ni, por supuesto, para cuidar los textos. Porque el artículo, claro, no paga el estudio; paga, como mucho, la redacción del texto. Se supone que uno viene estudiado de casa, con la lección tan aprendida que tiene material para once meses de textos, y que durante las vacaciones el autor de turno se pondrá al día con las lecturas, y ¡ale!, a tirar otra temporadita. Entiendo que cierto periodismo funciona bien con estas prisas (no me imagino a un cronista parlamentario tomándose una semana para hacer su artículo o al de sucesos dándose tiempo para enviar la nota) pero supongamos a un crítico de arte, que tiene que ver una exposición esta tarde y enviar la crítica mañana: es muy complicado que pueda decir algo interesante, más allá de fusilar como pueda la hoja de sala para cumplir el expediente. ¿A qué velocidad deberá leer el heroico crítico literario para cumplir la cuota de ese mes?

Crítica y tiempo

En realidad, apenas quedan críticos porque casi nadie puede sobrevivir escribiendo crítica. ¿Por qué? En primer lugar (como veníamos diciendo) la crítica necesita tiempo, porque es un análisis. A veces, uno se enfrenta a obras que tiene clarísimo cómo calificar, pero no es infrecuente que se salga de un teatro o de una película sin tener muy claro qué decir sobre lo que se acaba de ver. En segundo lugar, para formarse eso que se llama "juicio crítico" no basta con saber mucho de lo propio, sino también bastante de lo ajeno: un crítico de arte debe ir de cuando en cuando al teatro, leer novelas y pisar alguna vez un concierto, como un crítico literario tiene que estar al tanto de otras tantas cosas que no son literatura, etcétera. La especialización es un privilegio de las ciencias positivas.

Por último, ¿no les parece sospechoso que apenas se lean críticas negativas? Se lee, de vez en vez, algún exabrupto, pero apenas se ve un discurso bien articulado, calmado, escrito a la contra (salvo que se dispare contra una gran productora internacional, porque, total, no te van a leer). Ha desaparecido, si es que alguna vez lo hubo, el diálogo entre los críticos y los demás agentes del sector. ¿Quién se atreverá a ganarse enemistades por los tres duros que le van a pagar por su texto? Creo que solo puede existir una crítica coherente, independiente y sincera cuando hay cabeceras que apoyan a esos críticos. Porque, he aquí el último salto con tirabuzón, uno de los recursos habituales de los escritores de este tipo es buscarse otro trabajo para poder escribir; a ser posible, una ocupación dentro del ramo. Así pues, ¿qué editorial contrataría a un traductor que una vez habló mal de un autor de ese sello? ¿Qué galería a alguien que una vez no fue entusiasta con una exposición? Así que todos somos tipos moderados y hacemos textos bien ponderados, porque no nos podemos permitir riesgos. Hay una conclusión desalentadora: solo podrán ocuparse de estos menesteres aquellos que lo hagan por afición, no porque necesiten vivir de ello.

Las consecuencias evidentes de todas estas calamides son fáciles de deducir: los escritores abrevamos de la copiosa fuente de los lugares comunes, hacemos refritos de cosas mal leídas, que nos suenan de aquí y de allá, repetimos una y otra vez esquemas que nos funcionan, y nuestro texto más elevado es una faena de aliño.

En nuestra sociedad el valor de algo se expresa en euros. Creo, sincerísimamente, que si nos pagan cincuenta euros por un artículo es porque ese artículo no interesa a nadie, y esto lo sabemos con exactitud ahora que nuestra rentabilidad va en las visitas. Y creo que se siguen abriendo revistas que no tienen provisiones para pagar dignamente el trabajo por una suerte de romanticismo que solo logra contentar el ego de los allegados a la causa. «Yo es que escribo en nosedonde», como si eso significase algo. También creo que alguien puede pasar necesidad, o tener un trabajo miserable que le permita pagar el alquiler, mientras trabaja en un poemario o en una novela o en una película, pero, ¿por qué habríamos de pasar penurias por escribir articuluchos que tienen una décima parte de visitas (¡siendo optimistas!) que el último artículo-lista de algún medio de tendencias?

De cuando en cuando, por los azares de la vida social, me toca contarle a alguien que trabajo escribiendo artículos en medios culturales. "¿Y por eso te pagan?" Entonces yo sonrío y asiento. "Poco", les digo, para tranquilizarlos. Las frases hechas y las respuestas recurrentes siempre me resultan fascinantes. Son algo así como el folclore: la manifestación de una idea bien asentada, aunque muchas veces, torpemente dicha. ¡Qué asombro tan esclarecedor! Solemos, cuando se habla de "la crisis del periodismo" y otros desastres a los que se les ha puesto un nombre rimbombante, echarnos las manos a la cabeza suponiendo que nuestra desdicha particular es un síntoma de la desintegración de Occidente, del fracaso de la Modernidad o de la condenación de las almas.

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