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Universidad y mercado laboral: otra vuelta de tuerca
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Antonio Diéguez

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Universidad y mercado laboral: otra vuelta de tuerca

No se debería exigir a la Universidad que se convierta en una academia laboral enfocada a necesidades concretas de empresas que ni siquiera garantizan ya un trabajo digno para la mayoría

Foto: Profesor clase universidad iStock
Profesor clase universidad iStock

En ciertos ámbitos de decisión y de poder, tanto públicos como privados, se repite desde hace tiempo que la Universidad (¿solo la española?) no prepara adecuadamente para el mercado laboral. En la propia Universidad un amplio sector de profesores y de estudiantes, pero sobre todo de gestores académicos, ha asumido este discurso. Ni siquiera se cuestiona ya que quepa la posibilidad de que la misión de la Universidad no sea, fundamentalmente al menos, preparar a los estudiantes para ocupar un puesto codiciado en el mercado laboral; un mercado que, por cierto, cambia a un ritmo al que sería imposible acompasar modificaciones sensatas y bien meditadas en los planes de estudio.

Por otro lado, muchos de los graduados españoles encuentran trabajo con mayor facilidad en el mercado laboral europeo que en el español, y deben conformarse si se quedan en nuestro país con un subempleo del que también se culpa a la Universidad, cuando todo hace pensar que el problema está más bien en el mercado laboral español, cada vez más precarizado, de poca calidad en la oferta de trabajo, con una tasa de desempleo mucho mayor que la de la media europea, muy concentrado en ciertas áreas de servicios y en el que, según un estudio reciente de la consultora Watch & Act, los lazos personales (el enchufismo) son la vía por la que se consiguen casi la mitad de las contrataciones. De hecho, como pone de relieve un interesante estudio realizado por María Ramos, de la Universidad Carlos III, España es de los países de la Unión Europea donde menor porcentaje empleadores se queja de no encontrar estudiantes cualificados. Dicho de otra manera, es el mercado de trabajo español el que, en comparación, tiene poco que ofrecerle, al parecer, al titulado universitario.

No se debería exigir a la Universidad que se convierta en una academia laboral enfocada a necesidades concretas de empresas que ni siquiera garantizan ya un trabajo digno para la mayoría de los trabajadores. Como señaló Ortega hace tiempo, la Universidad debe formar profesionales (esto nadie lo niega), pero estos profesionales han de ser cultos, es decir, han de ser capaces de entender el mundo en el que viven, y, por tanto, han de ser conscientes de la complejidad y diversidad de todo lo que les rodea. Esto equivale a decir que no solo han de ser capaces de manejar las herramientas profesionales que las empresas demanden en un momento determinado, por sofisticadas y productivas que sean, sino que han de saber ir mucho más allá en sus conocimientos. No podemos volver al “hombre de un solo libro”, por mucho que este libro verse ahora de destrezas tecnológicas en lugar de viejas teologías.

No podemos volver al “hombre de un solo libro”, por mucho que este libro verse ahora de destrezas tecnológicas en lugar de viejas teologías

Guste o no, la Universidad es ya una pieza esencial del entramado económico, pero a la larga, se ofrece un mayor beneficio a la sociedad, e incluso a la propia economía de un país, formando personas que puedan entender desde una perspectiva amplia el mundo en el que viven y sepan defender unos valores sobre los que sustentar una comunidad digna de tal nombre, en lugar de personas solo bien adiestradas en las últimas habilidades reclamadas por el mercado. Según el estudio mencionado de María Ramos, las competencias que coinciden en destacar los empleadores españoles, los estudiantes y los académicos son: capacidad de análisis y síntesis, capacidad de aplicar los conocimientos a la práctica y conocimientos generales básicos. Es decir, competencias generales que el estudiante universitario adquiere a lo largo de su formación en la mayor parte de los casos.

No es aventurado afirmar que si algo parece estar pidiendo el mercado laboral, al menos en los países económicamente más competitivos, son personas que tengan una formación amplia y versátil, en lugar de una formación estrictamente especializada. Lo de contratar graduados para trabajos que poco tienen que ver con la especialidad que han realizado en la Universidad no es una desgracia exclusiva del sistema educativo español; es la tendencia generalizada y además beneficiosa de las economías dinámicas que no necesitan especialistas cuyas destrezas queden obsoletas en poco tiempo, sino personas con una sólida formación capaces de navegar con buena orientación por las novedades culturales a las que habrán de enfrentarse nada más terminar sus estudios. Por eso, lo que suelen hacer los planes de estudios de las Universidades más prestigiosas es ofrecer una formación actualizada, interdisciplinar y de la máxima calidad, con los mejores profesores, que suelen coincidir con los mejores investigadores. Lo del éxito laboral de los egresados en esas universidades es un producto que se deriva de esa calidad, y no tanto del diseño específico de los curricula.

Contratar graduados para trabajos que poco tienen que ver con su especialidad no es una desgracia exclusiva del sistema educativo español

La Universidad tiene dos funciones principales: la docencia y la investigación. Es cierto que se incentivan mediante un mejor acceso a la financiación aquellas investigaciones que pueden ser de interés para las empresas, y que se busca, acertadamente en mi opinión, la colaboración estrecha entre las universidades y esas empresas. Sin embargo, pocos dirían que la investigación en la Universidad debe dirigirse fundamentalmente a aquellos temas que pueden producir un rendimiento económico a corto o medio plazo. Esto equivaldría a hundir por completo la ciencia básica, que es la que ha propiciado tantas veces en el pasado los avances tecnológicos que hoy disfrutamos. Los investigadores tienen una gran libertad para elegir sus temas, aunque luego se enfrenten a la cruda realidad de que unos resulten mejor financiados que otros. Y sin embargo, no se suele tener una consideración tan liberal con la docencia. Se exige cada vez más que la docencia esté orientada en exclusiva a una formación profesional actualizada. Esta asimetría carece de justificación, por muy arraigada que esté.

Otra cosa es que la definición misma de buen docente incluya la obligación de estar actualizado en las materias que imparte y de poner en práctica en las clases una metodología que fomente la participación de los alumnos, y, por supuesto, que los planes de estudio deban renovarse cuando sea necesario, sin las enormes trabas burocráticas que la universidad española pone hoy en día para estos cambios, por pequeños que sean, así como que los estudiantes tengan facilidades para realizar prácticas en empresas y para elegir con mayor libertad las asignaturas que quieren cursar. En todo esto hay aún amplio margen para la mejora.

Si, pese a todo, se insiste en exigir a la Universidad que esté atenta al mercado laboral, al menos se le debería dejar que fuera al mercado laboral de la siguiente década. No se olvide que, en buena medida, es la Universidad la que está creando ahora ese mercado laboral del futuro, esos puestos de trabajo que aún no existen, porque casi toda la investigación básica y la mayor parte de la investigación aplicada sin rentabilidad inmediata la sigue realizando la Universidad, la pública sobre todo, no las empresas, y es sobre esa investigación sobre la que se asentará la tecnología que aún no tenemos.

En ciertos ámbitos de decisión y de poder, tanto públicos como privados, se repite desde hace tiempo que la Universidad (¿solo la española?) no prepara adecuadamente para el mercado laboral. En la propia Universidad un amplio sector de profesores y de estudiantes, pero sobre todo de gestores académicos, ha asumido este discurso. Ni siquiera se cuestiona ya que quepa la posibilidad de que la misión de la Universidad no sea, fundamentalmente al menos, preparar a los estudiantes para ocupar un puesto codiciado en el mercado laboral; un mercado que, por cierto, cambia a un ritmo al que sería imposible acompasar modificaciones sensatas y bien meditadas en los planes de estudio.

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